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Crítica | Malos tiempos en el Royale
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un estupendo ‘thriller’ retórico

Hay en el cine de Drew Goddard una magistral capacidad para el sostenimiento de la secuencia, para su estilización y sofisticación

Javier Ocaña
Jon Hamm, Jeff Bridges y Cynthia Erivo, en ‘Malos tiempos para el Royale’.
Jon Hamm, Jeff Bridges y Cynthia Erivo, en ‘Malos tiempos para el Royale’.

Cuando en el desenlace de Kill Bill (Vol. 2), después de casi cuatro horas de metraje en dos películas cargadas de espectaculares secuencias de acción y violencia, Quentin Tarantino decidió que su clímax, su duelo final, no fuera a pistola ni espada sino a palabra, con una interminable pero apasionante charla de grandeza extrema y de más de media hora, quizá quedó inaugurado el subgénero del thriller retórico. Un carácter, con evidente influencia tarantiniana, no solo de Kill Bill sino también del prólogo de Malditos bastardos y de la casi totalidad de Los odiosos 8, que reluce de nuevo en la sensacional Malos tiempos en el Royale, segunda película como director de Drew Goddard, reputado guionista (Monstruoso, Marte) y productor (Perdidos, Calle Cloverfield 10), tras la muy celebrada La cabaña en el bosque (2012).

MALOS TIEMPOS EN EL ROYALE

Dirección: Drew Goddard.

Intérpretes: Jeff Bridges, Cynthia Erivo, Chris Hemsworth, Dakota Johnson.

Género: thriller. EE UU, 2018.

Duración: 141 minutos.

El rompecabezas creado por Goddard en el hotel del título tiene mucho de juego. De escape room cinematográfica, con sus rompecabezas narrativos, sus enigmas alrededor de sus personajes y su ambientación única, reducida a apenas un hall, un aparcamiento y un par de habitaciones. Y, sin embargo, alrededor de ese travieso sentido del relato, y de su dionisiaca percepción de la intriga, del thriller y del cine en general, hay mucho más. Principalmente dos aspectos: tempo y simbología.

Hay en el cine de Goddard una magistral capacidad para el sostenimiento de la secuencia, para su estilización y sofisticación, a partir de su montaje, de lo que tarda cada personaje en dar la réplica al otro, y su consiguiente contrarréplica, y de su conjunción sonora a partir del ritmo de palabra, de cada acto y de su armonización con la música de fondo, ya sea la banda sonora externa o las canciones que suenan internamente durante la acción o que canta uno de los personajes, el interpretado por la formidable Cynthia Erivo. Es decir, un soberbio manejo del tempo, que además se ve expandido incluso a los momentos de violencia, cuando cada disparo surge siempre en el microsegundo que el espectador nunca espera.

Por otro lado, tras su envoltorio de simple diversión, que además lo será, salvo para los impacientes, la película encierra toda una visión de Estados Unidos durante la década de los setenta. Un país derrotado por el racismo, los asesinatos políticos, la sangría de la Guerra de Vietnam, la violencia, las sectas de apariencia religiosa pero de intenciones estrictamente sexuales, la tragedia posbélica en toda una generación de jóvenes, la conspiranoia y las grabaciones furtivas y secretas, claves para la debacle y el fortalecimiento de una democracia tambaleante.

Con ecos de Psicosis, de su sorpresa y de su naturaleza de observador enfermizo, una estructura cambiante y libérrima, de revueltas, cambios en el punto de vista, en el espacio y en el tiempo, y un grupo de maravillosos intérpretes, cada uno encajando a la perfección en su papel, Malos tiempos en el Royale confirma a Goddard como un autor interesantísimo. Como el director de una obra casi operística, donde el Hush de Deep Purple puede actuar como el impactante clímax emocional y refrescante de un aparente juego juvenil.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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