Juan José Padilla: “Nunca seré un resentido porque no tengo motivos”
Se ha sometido a 21 operaciones en la cara y estuvo año y medio sin comer sólidos
“Nunca seré un resentido porque no tengo motivos para quejarme de nada”.
Y el salón de actos de la Fundación Caja Mediterráneo de Murcia, abarrotado de público, jóvenes en su mayoría, se vino abajo en una cerrada y encendida ovación.
El protagonista era el torero Juan José Padilla, que finalizaba de ese modo el coloquio que había mantenido con el crítico taurino Andrés Amorós, que ponía punto y final al II Congreso Internacional de Tauromaquia.
Durante cuarenta y cinco minutos, el diestro jerezano mantuvo la expectación y el interés del auditorio con un recorrido emotivo y sentimental de su trayectoria personal y taurina tras el gravísimo percance que sufrió en la plaza de Zaragoza el 11 de octubre de 2011, en el que perdió el ojo izquierdo.
Recordó que, tras recibir el alta médica, padeció “un profundo bajón anímico que transmití a mi familia; me encerré en una habitación, embargado por la angustia y sin querer saber nada del toro”.
“Hasta que caí en la cuenta de que el verdadero valor no está en ponerse delante de un toro”, prosiguió, “sino en afrontar la vida como viene”.
Dijo Padilla que salió de la habitación decidido a continuar una larga y dolorosa rehabilitación que le ha obligado a someterse a 21 intervenciones en la cara, lo que le ha impedido comer sólido durante un año y medio, y aún hoy padece secuelas en forma de ruido en los oídos. “Desde hace siete años no sé lo que es el silencio”, explicó.
Contó después que se preparó intensamente para volver a la plaza en plenitud, “porque yo no quería la compasión de nadie ni ser víctima de nada”. Reconoció que no esperaba torear más de quince corridas tras la reaparición, y que, incluso, pensó en retrasarla. Pero volvió en marzo de 2012 -cinco meses después del percance- en la feria de Olivenza, y ahí comenzó lo que él llama “una segunda vida”.
“Siempre me había sentido recompensado y atendido por las empresas, pero con la corridas duras; y más, mucho más cuando me ofrecieron la parte amable del toreo, en carteles con figuras y ganaderías más toreables”.
Las previsiones iniciales han sido ampliamente superadas por la realidad; ha participado en más de 500 corridas desde 2011, le han acompañado los triunfos y se ha convertido en un referente del esfuerzo y el sacrificio del ser humano frente a la adversidad. “Hay que sonreír a la vida”, afirma Padilla, “porque ofrece muchos valores”.
Evocó también la aparatosa cogida que sufrió el 7 de julio en la plaza abulense de Arévalo, en la que un toro le levantó parte del cuero cabelludo. Y recordó que él era el más tranquilo entre todos los que le rodearon en aquellos dramáticos momentos. “Tenía la ‘boina’ en la mano -la piel desgajada-, me la coloqué y llegué andando a la enfermería”.
Sorprendentemente, seis días después, el 13 de julio, hacía el paseíllo en los Sanfermines de Pamplona con un paño negro en la cabeza, lo que reforzaba sobremanera su imagen de ‘pirata’, como le reconocen las peñas navarras. Su despedida sanferminera fue apoteósica.
Y el 14 de octubre estaba anunciada su adiós definitivo en la feria de Zaragoza. Cuenta Padilla que la primera visita en la capital fue a la Virgen del Pilar (“una norma de obligado cumplimiento”, aclaró); rememoró, después, el brindis de su segundo y último toro en España a sus dos hijos, Paloma y Martín, testigos de la despedida de su padre desde una barrera. “No conseguí que su madre nos acompañara, pero compartí con ella el brindis por lo mucho que he aprendido de los tres a lo largo de mi vida”. Y añadió que el vestido de aquella tarde, de color blanco y oro, se lo regaló a Paloma, “con las manchas de sangre y sudor intactas”, y Martín guardará como recuerdo un capote de paseo con la imagen de San Martín de Porres, a quien Padilla profesa una gran devoción.
La despedida fue un éxito clamoroso. Y, al finalizar el festejo, en una escena desconocida en una plaza de toros, el torero tomó un micrófono y dio las gracias a todos por su presencia, respeto y cariño.
¿A qué te hubieras dedicado si tu vida no se encauza por el mundo de los toros?; le preguntó Amorós.
“Hubiera sido panadero, y panadera mi mujer, porque la conocí repartiendo pan; pero yo tenía claro que había un hueco para mí en el mundo del toro, y que debía buscarlo desde la máxima entrega”, respondió.
Atrás quedan 25 años de profesión, casi 1.500 corridas, 39 cornadas -siete de ellas muy graves-, y muchos triunfos.
Toda una vida a la que Juan José Padilla ha puesto fin en España. Dentro de unos días volará a tierras americanas en el primero de los dos viajes que tiene previstos antes de colgar definitivamente el traje de luces.
“Aún no sé a lo que me dedicaré después, pero sigo teniendo claro que con voluntad, tenacidad y disciplina se puede alcanzar cualquier meta”, terminó.
Y el auditorio no se cansó de vitorear a quien considera un héroe y un referente en la vida.
Así, de manera tan emotiva finalizó el II Congreso Internacional de Tauromaquia que, desde el jueves hasta el sábado, se ha celebrado en Murcia.
Antonio Amorós, de la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Cultura, y verdadero promotor del encuentro, y Pedro Rivera, consejero de Presidencia del Gobierno de Murcia, protagonizaron la clausura oficial. El programa se había cerrado con una mesa redonda sobre Tauromaquia y Cultura, en la que François Zumbiehl, Gonzalo Santonja, Álvaro Martínez- Novillo y Gonzalo Díez Recasens se adentraron en los vericuetos culturales de esta pasión secular.
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