Tragedia sin aspavientos
Jaime Rosales expresa material truculento sin que jamás aparezca el grito ni el llanto, la violencia es soterrada
No puedo evitar cierto e injusto recelo inicial ante el cine de Jaime Rosales. Es transparente que en todas sus películas existe innegociable vocación de autoría, que hace lo que le apetece en cada momento, sin pensar en el efecto que puede provocar en eso tan real y decisivo llamado público, sin desviarse del camino que se ha trazado pensando en el resultado que pueden lograr en la taquilla sus singulares criaturas. Y es encomiable mantener esa postura inflexible, no transigir en hacer más accesible tu lenguaje para contar historias. Y tengo sensaciones alternativas con esas narraciones y la forma de desarrollarlas. Me creó perturbación Las horas del día, me costó esfuerzo entrar en La soledad, me resultan irritantes e indigeribles Tiro en la cabeza y Sueño y silencio. Sin embargo, me gusta mucho y me conmueve Hermosa juventud, penetrante y creíble retrato de una pareja joven y a la intemperie. Y me mantengo atento durante todo el metraje de Petra,su última e inquietante película.
PETRA
Dirección: Jaime Rosales.
Intérpretes: Bárbara Lennie, Alex Brendemühl, Marisa Paredes, Joan Botey, Oriol Pla.
Género: drama. España, 2018.
Duración: 107 minutos.
Su estructura se compone de seis capítulos en el que se alternan con sentido el pasado y el presente de una tragedia familiar, consiguiendo algo tan meritorio como que el espectador no se haga un lío con la enrevesada historia que le están contando. El material dramático es volcánico. Hay de todo: suicidios y asesinatos, heridas antiguas y renovadas, turbiedad acompañando a todo tipo de relaciones, abusos y chantajes brutales en nombre del poder, enigmas con toque de sordidez, pasiones al límite. Pero Jaime Rosales expresa material tan truculento sin que jamás aparezca el grito ni el llanto —solo hay una lágrima furtiva del personaje que interpreta Bárbara Lennie—, la violencia es soterrada, se desdeña el uso de los primeros planos para retratar emociones, la cámara está en suave aunque continuo movimiento, los diálogos tienen vocación de sobriedad, no son conceptuales pero expresan lo justo. No pretende en ningún momento manipular al espectador, deja mucho espacio a su imaginación.
El director, que venera el mundo y el estilo de Robert Bresson, también le exige a los actores gestualidad mínima, despojar de énfasis su oratoria. Imagino que estará muy complacido con la comprensión de sus deseos por parte de los intérpretes. Uno de ellos me fascina. Al parecer no es actor profesional, sino el propietario de la mansión en la que está rodada gran parte de Petra. Se llama Joan Botey y Rosales le concede el honor de interpretar a uno de los malvados más gélidos, salvajes, venenosos, cínicos y despiadados que he visto en una pantalla. Es un artista muy cotizado que solo valora el arte en función del dinero que pueda generar, especializado en el machaque emocional, tiránico sin necesidad de alzar la voz ni alterar el gesto, un memorable hijo de perra.
Babelia
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