Disco inferno
Gaspar Noé plantea un radical filme-danza bombardeado por violentas transgresiones gráficas
Hay cineastas que camuflan sus claves de forma caprichosa: una placa colocada sobre la fachada de un edificio introducía el nombre del místico y maestro espiritual George Gurdjieff en el imaginario de Inferno (1980) de Dario Argento, proyectando, de manera retroactiva, una reveladora luz sobre su anterior película: Suspiria (1977), pesadilla expresionista a todo color donde una academia de danza servía de Venus Atrapamoscas (o Atrapavírgenes) para un cónclave de brujas que bien podrían ser las coreógrafas de una respuesta perversa a las danzas sagradas de Gurdjieff, cuyos movimientos estaban meticulosamente calculados para abrir la puerta al otro lado y permitir el acceso del cuerpo danzante a un orden superior.
CLÍMAX
Dirección: Gaspar Noé.
Intérpretes: Sofia Boutella, Kiddy Smile, Romain Guillermic, The Carla Schott.
Género: terror. Francia, 2018.
Duración: 98 minutos.
En Clímax, Gaspar Noé decide aplicar al camuflaje de sus claves la estrategia del Edgar Allan Poe de La carta robada: dejarlas, desde el principio, a la vista de todos para que el buen entendedor pueda sumar dos y dos. Los bailarines callejeros que conforman el reparto de la película son entrevistados en un monitor enmarcado por un abigarrado conjunto de libros y películas. En sus lomos, algunos nombres quizá inevitables: Lang, Murnau, Cioran, Kafka, Bataille, La posesión de Andrzej Zulawski, Saló de Pasolini, Querelle de Fassbinder y, cómo no, Suspiria. ¿Está Noé intentando enmendarle la plana a Guadagnino antes de saber lo que el italiano ha hecho con la obra de Argento?
Basándose, supuestamente, en un caso real acaecido en los noventa –y que parece mantener una cierta analogía con las leyendas negras en torno al aliño de rave parties con estramonio-, Gaspar Noé plantea un radical filme-danza bombardeado por violentas transgresiones gráficas: los créditos finales desfilan al principio de la película, los seductores títulos de crédito parten el metraje en dos y unos rótulos entre lo godardiano y lo publicitario puntúan el recorrido con las cargas de pretensión nihilista que son marca de la casa. Y, entre impacto e impacto, los cuerpos bailan en virtuosos planos secuencia que permiten a la cámara desafiar la ley de la gravedad y recorrer viciosamente las pieles sudorosas al borde del éxtasis. Una sangría con aditamento lisérgico convertirá la fiesta en danza macabra en un crescendo arrebatado que casi culmina en cine puramente abstracto. Noé no es un maestro de la sutileza, pero es un fanático creyente en la forma como construcción de sentido y aquí ha logrado una obra única, una película-trance que intenta liberarse espasmódicamente de toda narrativa.
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