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TIPO DE LETRA
Columna
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El ‘Guernica’ en la trituradora de Banksy

Desde que le quitaron el cristal antibalas, el cuadro de Picasso no ha vuelto a ser el mismo

Javier Rodríguez Marcos
El 'Guernica' de Picasso, custodiado por un guardia civil y un cristal blindado en el Casón del Buen Retiro de Madrid en 1982.
El 'Guernica' de Picasso, custodiado por un guardia civil y un cristal blindado en el Casón del Buen Retiro de Madrid en 1982.Marisa Flórez

Aunque las vanguardias creyeran lo contrario, la ciencia avanza pero el arte no. La mejor demostración es que seguimos confundiendo valor y precio. Estos días, de hecho, hemos asistido a dos episodios artísticos protagonizados por la punta de lanza de la estética contemporánea: el dinero. Primero a cuenta de lo que Picasso le cobró a la República por pintar el Guernica. Más tarde, cuando Banksy duplicó el precio de su Niña con globo triturándolo en una subasta para certificar que, como los vaqueros, ciertos cuadros cuestan más rotos que enteros.

Hace dos décadas la influyente Rosalind Krauss publicó un libro titulado Los papeles de Picasso (Mireya Reily lo tradujo para Gedisa). Aunque su ensayo es un análisis de los collages del malagueño, Krauss parte de una premisa: por los mismos años en que el sistema monetario abandonaba el patrón oro para volverse una convención abstracta, el arte —de abstracción a abstracción— rompía el vínculo entre la representación y su referente real. La última vez que el Reina Sofía reeditó el libelo de Antonio Saura Contra el Guernica le pidió un prefacio a Félix de Azúa, que dedicó tres páginas a resumir el conflicto de interpretaciones entre expertos en el mural. Así, el toro podría simbolizar tanto a España como el fascismo, la fuerza bruta o al propio Picasso, la protección de los débiles o “la energía sexual y primaria”.

La ruptura del arte con la realidad y su vinculación con la economía ha dado grandes beneficios a las casas de subastas y grandes libros a las bibliotecas. Uno de ellos lo publicó Lawrence Weschler, editor del New Yorker, en 1999, un año después de que Krauss publicara el suyo. Se titula Boggs. La comedia del dinero (Seix Barral. Traducción de Pilar Giralt) y relata las peripecias de Stephen Boggs, cuya obra consistía en dibujar billetes de banco y, sobre todo, en conseguir que tuvieran curso legal. Cuando lo consiguió fue multado por la Hacienda estadounidense. Él, coherente, quiso pagar la multa con dinero salido de su mano. A Boggs, que murió hace unos meses, le divertía contar que la frase “Confiamos en Dios” se incorporó a los dólares precisamente cuando la moneda prescindió del respaldo del oro.

El verdadero poder de un creador moderno —sea Dios o un artista— no consiste en dar vida a su obra sino en quitársela. Pintar un cuadro es relativamente fácil —los museos rebosan—, destruirlo no está al alcance de cualquiera. Ni siquiera destruirlo a medias para recrearlo. Es lo que hizo Banksy —nombre de banco infantil— en un supremo gesto de especulación. En el prestigio de los iconos siempre han jugado un papel decisivo los ataques que recibieron. La iconoclasia es una forma de fetichismo. Desde que le quitaron el cristal antibalas, el Guernica no ha vuelto a ser el mismo. Para bien y para mal, ese día multiplicó su precio y perdió parte de su valor. Quedó convertido en un picasso.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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