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“A mi abuelo lo mataron por dos estufas”

Víctor Manuel publica 'Casi nada está en su sitio' con coplas a España, arañazos sobre las fosas y a punto de salir de gira

En vídeo, un extracto de la entrevista con Víctor Manuel.Vídeo: INMA FLORES
Jesús Ruiz Mantilla

Víctor Manuel ha convivido con decenas de perros. Pero nadie como Tula. Era capaz de bajar cada día con la cesta de la comida para su tío de Ribono a Mieres, donde trabajaba de taquillero en la estación. Tres kilómetros de trayecto. Y regresaba... Era un animal superdotado. Incluso para intuir su muerte. “No se me olvida cómo cuando ya estaba muy mal, mi abuelo cavó su fosa y ella se metió dentro para tumbarse antes de ser sacrificada”. Víctor reconocería esa tumba hoy a ojos cerrados, pero le da rabia que muchas otras anden sin que sepamos quiénes las ocupan. Entre animales de fiar y desmanes humanos, a medio camino por rumbos desdibujados cuando pasas los setenta o su norte fijo en una infancia de silencios, el músico ha compuesto febrilmente su último disco: Casi nada está en su sitio

Han sido 10 años sin nuevas canciones y de repente brotaron. Su hijo, David San José, músico como él, productor y arreglista del disco editado por Sony Music, le frenó: “¿Qué piensas? ¿Hacer un doble?”. No sabe aún de dónde le vino ese aullido, ese arrebato que trasladará en una gira que comenzó el pasado 26 de octubre en Avilés. “No me había pasado de esta forma nunca antes”, asegura.

Quizás porque, además de mirar de frente a lo que le rodea, o dentro, como una endoscopia, para escarbar al abuelo Víctor en que se ha convertido él mismo ahora, se ha empeñado en volver la cabeza atrás, al cielo y bajo tierra para que le salgan canciones como Allá arriba al norte, Vaya regalo, Así me siento hoy, Elegir rumbo, Digo España, Cuando acabé este vals, Cachito, Mujer hablando con su perro, He cortado estas flores...

“Digo España y qué bien suena esa palabra: No la arrojo contra nadie y contra nada”, reza la estrofa principal de su nueva copla.

Víctor es un músico de raíz y memoria, de enjundia y conciencia. “Un optimista escéptico”, se define. Y eso se desprende de su copla Digo España, un canto de amor con reproches, pero escrito con la cabeza alta: “Digo España y qué bien suena esa palabra: No la arrojo contra nadie y contra nada”, reza su estrofa principal. Un tema al que vuelve 36 años después de componer España, camisa blanca de mi esperanza: “Saboreo bien este país, aunque a ratos me gusta y otros, no. Nos pesa el término como a mi generación nos pesó en su día la bandera. La hemos encajado con el tiempo, con la naturalidad con que la han aceptado luego los más jóvenes después de ganar el mundial de fútbol”.

Las razones están no sólo en la canción en sí, también en el propio disco. Concretamente en temas como He cortado estas flores. Una topografía amarga de las cunetas. Un exordio cargado por el peso del silencio que vivió de niño: “A mi abuelo paterno lo fusilaron en Oviedo. Mi padre casi nunca me habló de ello. El miedo persistió en sus hijos pero no en los nietos”.

Las preguntas le pesaron tanto que al morir su padre, quiso saber. “Accedí a su caso. Lo habían denunciado unos ferreteros de Mieres por haber robado, según ellos, dos estufas. La clase política ha ido a rebufo de un asunto tan doloroso. Lo fusilaron y lo enterraron en una fosa donde dicen que en los alrededores hay 1.800 más sin identificar. Yo iba con mi padre al cementerio de Oviedo y él dejaba unas flores en un lugar indeterminado, a ojo”. Pero con la imagen del abuelo fija en su cabeza y las razones mezcladas. “En vez de estufas, creyó que lo habían denunciado por una cesta de huevos. Aun así, cuando nos trajo a Madrid de visita una vez, nos llevó al Valle de los Caídos. Qué cosas, ¿no?”.

El pasado duele pero el futuro tampoco es un alivio: “Vivo entre dudas, en un presente donde resulta crudo manejarse. Todo se mueve alrededor sin que controles nada en mitad de un bombardeo de información que muchas veces, según nos cuenta el CIS, no coincide con las preocupaciones reales de los ciudadanos. La política sigue ocupándose de lo que importa menos. Y así andamos entre el pequeño Nicolás y el comisario este, Villarejo”. Contra eso, no cabe más que Elegir rumbo o Cuando acabe este vals, una especie de bamboleo no exento de ironía. “Nadie nos lo va a arreglar si no espabilamos y nos asociamos para sacarnos las castañas del fuego”, asegura.

Por lo que él pueda aportar para poner tiento en desaguisados, se ve más como cronista que como profeta: “En los años setenta escribí una canción sobre el 2000 y no se ha cumplido nada. Ahora me limito a más o menos enterarme de las cosas y contarlas a través de mis canciones. Me considero mucho más cronista, sí. Así empecé con El abuelo Víctor o El cobarde, tampoco sé muy bien por qué hice aquello, pero le vi sentido cuando la primera se la canté a un amigo y se puso a llorar”.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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