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Reygadas y Velasco: diez días de rodaje furioso

El novelista Xavier Velasco relata su breve experiencia como actor en 'Nuestro Tiempo', la nueva película del aclamado director mexicano

El director Carlos Reygadas, durante el rodaje de 'Nuestro Tiempo'.Vídeo: Óscar Enríquez (mantarraya)
Luis Pablo Beauregard

La brevísima carrera cinematográfica del escritor Xavier Velasco comenzó con una mentira. Amigos en común y circunstancias fortuitas llevaron al autor de la exitosa Diablo guardián (Premio Alfaguara de novela 2003) a plantarse frente a la cámara de Carlos Reygadas, el reconocido cineasta mexicano que preparaba en marzo de 2016 su nuevo largometraje, Nuestro Tiempo. El director vio en el escritor a su nuevo protagonista, un ganadero que vivía una crisis familiar al descubrir que su esposa le había sido infiel con un entrenador de caballos. En una cena para preparar el rodaje, Natalia López, esposa de Reygadas y protagonista de la cinta, preguntó a Velasco si le había gustado el guion. El autor apuró el bocado que tenía en la boca y se limitó a asentir sin demasiada convicción.

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En realidad pensó que el guion tenía poca importancia. “Me pareció vacío y muy machista”, cuenta Velasco dos años después del rodaje en una cafetería del sur de Ciudad de México. “Mentí porque quería entrar a la película. Fui el primer beneficiario de mis mentiras, pero también la primera víctima”, se defiende. Nuestro Tiempo se estrena este viernes en México tras su paso por la Mostra de Venecia sin que el escritor aparezca un solo segundo en ella.

La cosa pintaba mal desde el principio. Velasco, un apasionado defensor de los derechos de los animales, hacía mancuerna con un director amante de los toros. Reygadas cambió la fecha de uno de sus primeros encuentros porque tenía boletos para ver torear a José Tomás. El choque entre los dos creadores comenzaba a cocinarse.

Xavier Velasco, en una imagen del rodaje de 'Nuestro Tiempo'.
Xavier Velasco, en una imagen del rodaje de 'Nuestro Tiempo'.Xavier Velasco

Velasco, amigo de Arturo Pérez Reverte y fiel creyente de la fusión renacentista entre la espada y las letras, siempre ha creído que el escritor debe ser un hombre de acción. El guion de Nuestro Tiempo le requería que supiera galopar. “Me avergonzaba no saber montar”, explica el escritor para después citar su experiencia con la adrenalina, entre ellos su gusto por la motocicleta y saltar en paracaídas. En el rodaje vio la posibilidad de ampliar las formas de arriesgar el pellejo. Dos veces por semana iba al Estado de Tlaxcala para aprender a domar al caballo con ayuda de un personaje de la vida real al que todos llamaban El víboras.

La experiencia en el rodaje alimentó la ilusión que probó por primera vez en la cena de los Reygadas. “¡Yo me veía en Cannes! Fantasee con que ganaba el premio a mejor actor y que en el público Sean Penn y Robert De Niro morían de envidia”, confiesa entre risas Velasco. El escritor no resultó un talento natural. No encajó bien las tempranas lecciones que recibió de Reygadas durante la filmación. “Los primeros días fueron el infierno en la tierra”. Reygadas, que suele utilizar a actores no profesionales en sus proyectos, le recomendó un profesor de actuación.

“No había empatía, pero había una relación de respeto entre los dos”, dice Velasco, quien subraya que nunca afloraron públicamente sus diferencias. Pero el autor, un personaje acostumbrado a trabajar en soledad, nunca se encontró cómodo en medio del trabajo comunal del cine. Describe la atmósfera como si fuera la de una secta o de una “dictadura absoluta” dominada por el director. No había tiempo para relajarse, se queja. “Yo nunca vi en Reygadas al genio del que hablan”, remata.

En el fondo era una relación de dos creadores guiados por sendas obsesiones. Esto creó una curiosa reacción en Velasco, quien se embarcó en el proyecto con una novela avanzada. Los años sabandijas (Planeta, 2016), su retrato urbano del Distrito Federal de la década de los 80, fue concluida con desenfreno entre las largas pausas del rodaje. Velasco se encerraba en su automóvil, donde llenaba sus libretas. “Al escribir me sentía más mío y menos de él”.

Una brutal escena, que Velasco nunca vio sino que le fue narrada por El víboras, terminó siendo la gota que colmó el vaso. Al regresar de unos días de descanso en México, el defensor de los animales oyó que un toro utilizado en el rodaje se había escapado para correr con ferocidad por varios predios. La bestia estaba incontrolable hasta que llegó a un diamante de béisbol que celebraba un partido. Los jugadores y parte del público huyeron con terror del astado. Un par de tiros dados por equipo de seguridad del rodaje quitaron velocidad a la amenaza, pero el animal tuvo que ser sacrificado en el lugar. De acuerdo con El víboras, según Velasco, los disparos en la cabeza del toro fueron dados por Reygadas. Este dato no ha podido ser corroborado por este diario.

La relación entre el cineasta y el novelista se diluyó. Reygadas, menos convencido de la capacidad de Velasco, inició la estrategia de salida. Primero le ofreció un papel menor y después un rol en otra película. Una despedida llegó al teléfono del escritor en forma de mensaje de texto. “Si él se cree Herzog yo no soy Kinski y eso nunca fue Fitzcarraldo”, resume Velasco en referencia a la falta de química más famosa entre el actor y de su director en un rodaje.

“Fue un enorme choque de egos, pero pasó en el subsuelo de nuestra relación. No lo dejamos salir porque si lo hacíamos iba a haber sangre”, diagnostica Velasco. El escritor fue sustituido por quien mejor conocía al personaje de Nuestro Tiempo y quien mejor compaginaría con Natalia López en una historia con altas dosis personales, el propio director Carlos Reygadas. Velasco pudo quitarse el mal sabor de boca haciendo un pequeño papel en dos episodios de la adaptación televisiva de Diablo guardián. Y sigue a la espera de una nueva oportunidad de conocer el Festival de Cannes.

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Sobre la firma

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.

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