El #MeToo se extiende al teatro
Profesionales de las artes escénicas reflexionan sobre el cuestionamiento de la figura tradicional del director de escena autoritario tras la denuncia de acoso contra el creador belga Jan Fabre
Era inevitable: el movimiento #MeToo ha llegado al teatro. Hace dos semanas, en una carta que ya llevaba en su titular la etiqueta #MeToo, el renombrado director de escena belga Jan Fabre fue denunciado por trato vejatorio y sexismo por una veintena de extrabajadores de su compañía.
No es el único caso y el movimiento crece. La caja de los truenos está abierta. Tras saltar el caso Fabre, más de un centenar de coreógrafos belgas, entre ellos nombres importantes como Win Vandekeybus y Jan Lauwers, han firmado un manifiesto en el que se comprometen a “no mirar para otro lado” y “a trabajar para crear un clima de trabajo saludable en las artes escénicas”.
En Cataluña también parece imparable: las redes sociales hierven estos días con campañas como #SerActriuÉs, que invita a relatar situaciones de discriminación o acoso. Mientras, la Liga de las Mujeres Profesionales del Teatro recaba testimonios en el ámbito español con una encuesta para tener datos concretos.
El movimiento comparte similitudes con el Me Too, que en el último año ha salpicado a grandes nombres del cine, pero tiene características propias. No se centra en el acoso sexual, sino que pone en tela de juicio la figura tradicional del director de escena: la imagen del artista déspota provoca cada vez más rechazo en las nuevas generaciones.
Un debate sutil
“Hemos heredado un modelo de líder autoritario difícil de aceptar en el nuevo contexto social. Y el feminismo, posiblemente porque los que han ejercido esos puestos de liderazgo han sido siempre los hombres, no puede dejar de implicarse en esta batalla. Y es una batalla complicada porque es muy sutil: cambiar los modos”, opina Pilar G. Almansa, dramaturga, directora y miembro de la Liga de las Mujeres Profesionales del Teatro.
En el aire la gira de la compañía de Fabre en España
La Fiscalía de Amberes ha abierto una investigación por iniciativa propia para determinar si el director Jan Fabre debe ser imputado por acoso laboral o sexual. A la espera de sus conclusiones, su compañía mantiene su actividad y, por el momento, no ha cancelado ninguna de sus giras, según informa Álvaro Sánchez desde Bruselas. Tampoco se ha suspendido ninguna de las actuaciones que tiene programadas en España en los próximos meses, aunque todo puede cambiar si es acusado.
El Festival Temporada Alta de Girona mantiene por ahora la representación prevista para finales de noviembre, y también están a la espera ern el mismo sentido los teatros Central de Sevilla, Pavón Kamikaze de Madrid y Lliure de Barcelona, aunque lo más previsible es que este último anule la función, dada la situación propia que vive tras la dimisión de Lluís Pasqual.
Hay que aclarar, no obstante, que el caso de Fabre es completamente distinto al de Pasqual. Mientras el belga está inmerso en una investigación judicial, denunciado por acoso laboral y sexual, el catalán ha sido acusado de despotismo en una red social y no es susceptible de ser imputado por ningún delito. Destacadas personalidades de la escena española han firmado un manifiesto de apoyo a Pasqual y otros han insistido en ello en la prensa. “Lo que ocurre con Pasqual es un atropello. Todos cometemos errores, pero cada uno tiene una manera de dirigir con la que trata de sacar lo mejor de cada actor o de cada actriz”, declaró Mario Gas en una entrevista con EL PAÍS. El Lliure ha abierto un estudio de riesgos psicosociales dentro de la institución, que todavía está en proceso.
Otras voces asociaron la salida de Pasqual y la situación creada en torno a él a su escasa sintonía con el independentismo. En palabras de Isabel Coixet, “a Lluís Pasqual lo sentenciaron cuando se negó a colgar el lazo amarillo en el Lliure.”
Aunque sean situaciones de calibre muy diferente, surge una pregunta: ¿es casual que ambos casos coincidan en el tiempo o hay un mar de fondo que lo propicia? “Vivimos una época convulsa. Los colectivos feministas llevamos meses dialogando sobre este tipo de asuntos, sobre todo desde que se desató el Me Too. Eso hace que personas que hasta ahora no se han atrevido a denunciar, por miedo a no lograr ningún respaldo y resultar más perjudicadas, empiecen a sentirse más protegidas y quizá se atrevan a hacer algo”, apunta la actriz Júlia Barceló.
El debate, en efecto, es muy sutil. El equipo de Fabre ha difundido un comunicado en el que asegura que su “fuerte personalidad y estilo directo” no implica acoso sexual, sino que siempre hubo “consentimiento mutuo” en los ensayos de sus obras, “siempre radicales”, por lo que llevan a veces a “lugares sensibles”.
“Es difícil creer que alguien no se dé cuenta de cuándo otra persona está a punto de llorar. Una cosa es un enfado puntual y otra distinta la humillación como método de trabajo. Si hasta ahora eso no se ha denunciado es porque estaba aceptado socialmente, aunque también por miedo a no ser contratado nunca más. Esta profesión es tan precaria que uno no puede dar problemas”, explica Júlia Barceló, impulsora de la campaña #SerActriuÉs.
Esta campaña marcha en paralelo a la polémica abierta en torno al director de escena catalán Lluís Pasqual, quien dimitió hace cerca de un mes como responsable del Teatre Lliure de Barcelona, en un caso diferente al de Fabre y con una derivada política, tras ser acusado de despotismo por una actriz en Facebook.
¿Es un cambio generacional? “La figura del director viril, que es casi como un personaje de wéstern, es en realidad un cliché, pero algo tiene de verdad. No sé si hay un cambio generacional, pero es cierto que cada vez es más difícil ponerse ese traje sin resultar ridículo”, opina Pablo Remón, uno de los directores que más han despuntado en España en los últimos años.
El actor y director Joel Joan se muestra radical: “El modelo del director que porque es o se cree un genio y se considera con licencia para machacar a los actores está acabado. Ya no se puede dirigir así. Lo de que hay que hacer sufrir a los actores y actrices para arrancarles una gran actuación ya no se lo cree nadie. Conozco casos de actrices jóvenes humilladas que han tenido que dejar de trabajar y tomar pastillas. Eso no se puede permitir”.
Marta Pazos, otra directora en ascenso, coincide con esta visión: “Somos hijos de otro tiempo y nos relacionamos de forma distinta. Algunas veces he sentido presión porque no me he comportado como se espera de un director. Me han dicho que soy demasiado suave, pero yo pienso que se pueden conseguir más cosas creando un buen ambiente”.
Pablo Messiez, de la misma generación, cree en cambio que “cada equipo es un mundo. Puede que se esté dando un cambio de paradigma, pero desconfío de las generalizaciones y, sobre todo, de convertir en dogma un modo de trabajo”, afirma.
De una generación anterior, la actual responsable del Teatro Español, Carme Portaceli, tuvo que trabajarse el título de directora cuando no había muchas mujeres en ese papel. “Pero nunca he pensado que tuviera que imponerme con gritos”, aclara. ¿La incorporación de las mujeres ha influido en los nuevos modos? “Puede ser. Quizá nos endiosamos menos porque todo nos lo hemos tenido que pelear más. Lo que sí es cierto es que cada vez se ve menos la figura autoritaria”, comenta.
Xavier Albertí, al frente del Teatre Nacional de Catalunya, señala: “La primera tarea del director es explicar su visión al resto del equipo y conseguir que todos la defiendan juntos. Resulta un proceso muy complejo y no está en absoluto libre de tensiones. Hay directores que trabajan de manera más musculada —y existe toda una tradición teatral de hacerlo así—, lo que puede producir roces. Como todo en la vida (y más aún dado que en el teatro las sensibilidades son muy altas), un montaje teatral requiere equilibrios y tratar de no herir susceptibilidades”. ¿Cree que vivimos un momento de inflexión en la profesión teatral en el que prácticas que eran aceptables ya no lo son? “La imposición de criterios artísticos ha de hacerse a mi juicio desde el diálogo y el pacto, y nunca se ha de menospreciar a nadie, eso vale para antes y para ahora”. Albertí no considera que el debate tenga que ver con un problema generacional: “Que el debate generacional esté exacerbado tiene más que ver con las dificultades de inserción laboral”.
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