Veinte empleados del dramaturgo Jan Fabre le acusan de acoso y humillaciones
Muchos de los artistas que han trabajado con el artista sostienen que han recibido ayuda psicológica por sus insultos sexistas
El teatro de Jan Fabre (Amberes, 1958) ha recibido calificativos reservados a los poseedores de un genio particular: catártico, provocador, fascinante. Sus coqueteos con los límites son conocidos. En Monte Olimpo, representada el pasado enero en los madrileños Teatros del Canal, recorrió los principales mitos de la cultura griega en una monumental obra de 24 horas ininterrumpidas de duración en la que los espectadores entraban, salían, dormían, comían, lloraban, reían o gritaban. Pero los excesos de Fabre salen ahora de los escenarios y le apuntan directamente en el plano personal: un grupo de 20 empleados y becarios de Troubleyn, su compañía, ha publicado una carta en la revista Rekto:Verso en la que describen el peaje de humillaciones y vejaciones que suponía trabajar a sus órdenes. Tanto la fiscalía de Amberes como el Gobierno belga han anunciado que investigarán los hechos, por lo que el futuro profesional de Fabre pende ahora de un hilo.
Solo ocho de sus antiguos intérpretes se han atrevido a firmar la explosiva misiva con nombres y apellidos. El resto guarda riguroso anonimato. En ella retratan su lado más oscuro. Un hombre impredecible y misógino, de humor cambiante y despótico, que ha hecho de los insultos sexistas un hábito. Entre los episodios más crueles, cuentan como Fabre no paró hasta llevar a las lágrimas a una bailarina a la que afeó su sobrepeso insinuando que estaba embarazada. A otra le dijo: "Eres hermosa, pero no tienes cerebro, como un pollo sin cabeza".
Ante esa batería de agravios, la respuesta de Fabre ha sido inmediata. "Mi intención no ha sido nunca intimidar a nadie ni psicológica ni sexualmente", se ha defendido. "Animo a aquellas mujeres que crean que he sobrepasado los límites a denunciarlo. Ofreceré toda mi colaboración. Lamento que la tempestad mediática haya afectado a toda una compañía".
Los artistas que han roto su silencio dicen que no se trata de hechos aislados, sino de algo cotidiano. "Los cuerpos de las mujeres en particular son objeto de críticas dolorosas, a menudo sin rodeos sexistas, independientemente de su condición física real", critican. La misiva de los trabajadores recoge varios actos de humillación e intimidación sexual: pagó a una de las artistas a cambio de que le permitiera realizarle fotografías de alto voltaje sexual, y le ofreció drogas "para hacerla sentir más libre". Esas sesiones se repetirían con otras de las artistas. En ellas, siempre según el relato de los denunciantes, Fabre soltaba ingentes cantidades de dinero a sus víctimas, algunas becarias sin remuneración. Seis mujeres decidieron renunciar por presunto acoso sexual.
"Después de la sesión me sentí fatal. Fabre no lo entendió y me dijo que no le diera importancia. Quise devolverle el dinero, pero se negó. Me dijo que había ganado mucho dinero vendiendo las fotos, así que debía considerarlo mi parte. Me preguntó si la razón por la que quería devolver el dinero era porque me sentía como una puta", explica una de ellas.
Sus comentarios también se internan en la xenofobia: según la narración de sus antiguos empleados, cuando estaba descontento con el rendimiento de algunos artistas llegados de fuera de Europa, Fabre les emplazaba a volver a sus países si no eran capaces de hacerlo mejor. "Algunos argumentarán que esto es parte de una estrategia artística. Que para lograr los resultados deseados Fabre siente que necesita empujar a sus intérpretes más allá de sus límites. A esto nos gustaría responder que el precio físico y emocional siempre lo hemos pagado los intérpretes, nunca la empresa o los directivos", alegan los firmantes.
Muchos de ellos admiten haber visitado al psicólogo o tener su confianza y la autoestima por los suelos. Uno de los actores lo expresa así: "Nos llama guerreros de la belleza, pero terminas sintiéndote como un perro apaleado". La amplia munición que despliegan en su contra no responde, según los actores, a la mayor sensibilidad sobre los abusos sexuales tras la expansión del movimiento Me Too, sino que tiene sus raíces en un tiempo anterior. Recogen el testimonio de un antiguo empleado al que 15 años atrás Fabre le habría dicho que, si no mantenían relaciones sexuales, no conseguiría el papel. "Cuando se lo conté a mi entorno, todos se encogieron de hombros como si fuera parte del trabajo", explica el implicado.
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