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La vida secreta de Johnny Cash

Para el gran público, era “el cantante que actuaba en las cárceles”. Dos nuevos libros recuerdan que su obsesión personal consistía en difundir el cristianismo

Diego A. Manrique
Johnny Cash, junto a las ruedas de un tren de vapor en Nashville en 1969.
Johnny Cash, junto a las ruedas de un tren de vapor en Nashville en 1969.MICHAEL ROUGIER (GETTY)

Hoy 12 de septiembre se conmemoran los 15 años de la muerte de Johnny Cash (1932-2003). Resulta revelador que, por lo que sabemos, no haya ningún lanzamiento previsto por parte de las discográficas que aquí gestionan su legado; por el contrario, nos llegan dos bonitos libros con su nombre en portada.

Signo de los tiempos: confirmación de que la crisis no afecta por igual a todas las ramas de la industria cultural. Igualmente un indicador de que Johnny Cash ya no funciona tanto como cantante y sí como símbolo: la encarnación de virtudes como la resiliencia, la honestidad o la compasión. O también, ya que estamos, la representación del egoísmo del artista, de una olímpica capacidad para mentir, del poder de las drogas. Una gama de bondades y vicios que se desarrollan minuciosamente en la biografía de Robert Hilburn.

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Una grata sorpresa, por cierto. Hilburn fue el responsable de música pop en Los Angeles Times, donde tendía a mostrarse, eh, extremadamente afable con las grandes figuras. Dado que Johnny Cash hizo persistentes esfuerzos para establecerse como actor en cine y televisión, Hilburn disfrutó de abundantes ocasiones para entrevistarle; incluso fue el único periodista musical presente en la grabación del memorable At Folsom Prison.

De origen sureño, como Johnny, Hilburn se ha beneficiado de la verdadera avalancha de tomos dedicados al cantante, algunos escritos desde la mayor proximidad (hijos, músicos, la primera esposa). Sin olvidar las dos autobiografías publicadas por Cash, que contribuyeron a esculpir en piedra no pocos mitos.

Muchas de las ‘anécdotas simpáticas’ que Cash se deleitaba en compartir bordearon la tragedia

Metódicamente, Hilburn desmonta esas leyendas del Pecador Redimido. Johnny no dejó las drogas (de farmacia) tras tal o cual experiencia traumática: el uso de estimulantes se prolongó durante décadas, contagiando su adicción a miembros de su familia. Muchas de las “anécdotas simpáticas” que Cash se deleitaba en compartir bordearon la tragedia, como el devastador incendio que provocó en el californiano Los Padres National Forest.

Uno de los pilares del Hombre de Negro era su sólida relación con June Carter. Según los confidentes de Hilburn, Cash cedía demasiadas veces a las tentaciones carnales: una aventura con Anita Carter, su cuñada, estuvo a punto de dinamitar su matrimonio. June tampoco sale indemne de la biografía, con su insistencia en un alto nivel de vida. Un problema constante de Johnny fue la discrepancia entre sus ingresos y el lastre de mantener a una familia extensa y pagar (generosamente) a demasiados empleados. ¿Consecuencia? Giraba sin cesar.

Tendemos a olvidar que, aparte de dos o tres picos de popularidad en el mainstream, Cash se desempeñó como artista country, entonces una música de economía modesta, en términos de cachés y presupuestos: los discos eran breves y se confeccionaban a toda prisa. Aquí reside la fuente de los conflictos de Johnny con la industria de Nashville: cuando se sentía motivado, tendía a crear álbumes ambiciosos, con canciones que frecuentemente ignoraban las convenciones de las emisoras vaqueras.

Con excepción de los discos navideños, Hilburn repasa y valora todos los lanzamientos de Cash. Detecta los “préstamos” a la hora de componer determinados temas: Folsom Prison Blues deriva del Crescent City Blues, del arreglador Gordon Jenkins. Demonios, Hilburn hasta localiza a un compañero de cuartel de Johnny, que testifica sobre el impacto del disco de Jenkins en Johnny.

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Eso ocurría a principios de los años cincuenta, en la República Federal de Alemania, cuando ejercía como soldado de la Fuerza Aérea especializado en interceptar mensajes en morse enviados por el Ejército Rojo. Punto a destacar: Cash podía parecer, hablando brutalmente, un paleto de Arkansas, pero viajó mucho a Europa, grabando discos en Alemania, Checoslovaquia, Suecia… En compensación, el sello germano Bear Family ha rescatado asombrosas rarezas, incluyendo filmaciones de conciertos donde se evidencian los efectos del speed.

¿Hemos avisado que este libro no es apto para lectores esporádicos? Requiere dedicación y, por supuesto, tolerancia por las peculiaridades del country. Como su flexibilidad ideológica: la familia Cash se benefició directamente del new deal de Roosevelt, pero eso no le impidió hacer apariciones públicas que suponían apoyar a Richard Nixon, el racista Lester Maddox o aquel predecesor de Trump llamado H. Ross Perot.

En realidad, fueron encuentros propios del circuito de las celebrities. Johnny se identificaba más con los desfavorecidos: gente del campo, trabajadores industriales, indios nativos, prisioneros. Actuó con frecuencia en reformatorios y penitenciarías. Se interesó por un compositor encarcelado, Glen Sherley; logró su libertad, pero el hombre resultó incontrolable. Más duro fue lo ocurrido en Navidad de 1981, cuando —en su residencia de Jamaica— fueron asaltados por tres jóvenes atracadores. La experiencia fue aterradora, pero salieron indemnes; sin embargo, la brutal policía jamaicana fue localizando y ejecutando a los ladrones. Cash escribió luego que “comprendía su desesperación”, pero nada hizo por evitar aquellos asesinatos extrajudiciales.

Un problema moral para un artista que demostró constancia en su labor de evangelista. Cuando abandonó Sun Records por la poderosa Columbia, exigió garantías de que podría grabar álbumes de góspel. Y lo hizo con regularidad, aparte de financiar películas religiosas rodadas en Israel. Dedicó varios años a una novela sobre la conversión de san Pablo, ahora traducida como El hombre de blanco. Aspiraba a escribir algo similar a Ben Hur, reconoce; seamos benévolos y digamos que fue un esfuerzo baldío, solo apto para creyentes.

Johnny Cash. Robert Hilburn. Traducción de Óscar Palmer Yáñez. Es Pop Ediciones, 2018. 688 páginas. 30 euros. A la venta el 31 de octubre.

El hombre de blanco. Johnny Cash. Traducción de Luis Murillo Fort. Reservoir Books, 2018. 267 páginas. 20,90 euros.

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