¿Dónde está la gracia?
Creo entender lo que se ha propuesto Daniel Monzón, pero el resultado me parece devastador. Nada funciona en esta trama cansina, nula de gracia
Es un género infalible en las apetencias ancestrales, subterráneas o transparentes de los espectadores de cualquier parte. La sociología y la psicología podrían escribir doctas tesis sobre las raíces, causas y efectos opiáceos que ejerce sobre el consumidor esa fórmula incombustible. Hablo del cine de timadores. Y lo disfrutamos particularmente los pringaos. O sea, el 98% de los seres humanos. Puede que el 99%, si el escepticismo recurre a la implacable lógica. Hasta los habitantes del limbo saben que el poder te estafa impunemente desde el paritorio hasta el cementerio, con falsa legalidad o a lo bestia, con sutileza o sin compasión. Por ello, disfrutamos cantidad y nos sentimos reivindicados cuando en las ficciones, individuos abarrotados de osadía y de talento engañan a los ricos y a los fuertes ufanándoles la pasta.
Existen variadas y numerosas obras maestras sobre el suculento tema en el cine clásico. En el cine de cualquier época. Cerebros privilegiados, artistas irrepetibles como Preston Sturges, Ernst Lubitsch, Billy Wilder aplicaron en algunas ocasiones su mordacidad y su elegancia en este tipo de historias. Los timadores no ejercen su magnético oficio en soledad, no se pueden permitir el lujo de la misantropía, necesitan cómplices para tan laboriosa y arriesgada tarea. Y a veces, además del vínculo profesional, también se crea el amoroso (con predisposición al cinismo, pero amor al fin y al cabo) incluso el triángulo sentimental. Y algunos de ellos son memorables.
YUCATÁN
Dirección: Daniel Monzón.
Intérpretes: Luis Tosar, Rodrigo de la Serna, Stephanie Cayo y Joan Pera.
Género: comedia. España, 2018.
Duración: 130 minutos.
El director Daniel Monzón, que trabajó durante varios años en la crítica de cine, sabe mucho de estas fascinantes historias, ha paladeado en el curso del tiempo películas geniales protagonizadas por ladrones con estilo. Tomándose su tiempo para abordar cada nuevo proyecto, no es extraño que haya elegido una temática con la que su cinefilia ha disfrutado tanto. Lo hace después de haber logrado tensión, dureza y suspense de primera clase en la carcelaria Celda 211, y espectacular cine de género narco en la adrenalínica El niño. Se titula Yucatán. Hay un barco especializado en cruceros, numerosos y exóticos escenarios, referencias continuas en su argumento a películas míticas, encomiable vocación de hacer sonreír y reír a un público tan amplio como heterodoxo, diálogos, personajes y situaciones que se suponen muy trabajados, unas gotitas de musical en medio de una comedia presuntamente sofisticada, momentos que pretenden crear esperpento y comicidad elementales, protagonistas a los que se intenta dotar de encanto y de jocosidad a los secundarios.
Creo entender lo que se ha propuesto Daniel Monzón, pero el resultado me parece devastador. Nada funciona en esta trama cansina, nula de gracia, con interpretaciones que se mueven entre lo inane y lo grotesco, secuencias que me provocan rubor. La abrumadora maquinaria publicitaria de la televisión que la produce va a tener que duplicar su trabajo. Y lamento que me provoque tanto tedio la última entrega de un buen director.
Babelia
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