Tibio triunfo de El Juli
La brava calidad de cuatro toros de Garcigrande fue lo más destacado de la última corrida
El diestro Julián López El Juli paseó las dos últimas orejas concedidas en el abono de la Semana Grande, que concluyó con la lidia de varios toros de gran clase de la divisa salmantina de Gracigrande no suficientemente aprovechados por la terna.
De hecho, esa brava calidad de hasta cuatro de los ejemplares charros fue la nota más destacada de una corrida de figuras que volvió a congregar una buena asistencia de público a los tendidos de Illumbe, pero sin que se llegara a apasionar realmente con lo que sucedió en el ruedo.
Porque todas las palmas y las pocas orejas cortadas ante esa notable corrida de Garcigrande se las llevó El Juli, quien no solo sorteó el lote más completo, sino que, además, acertó a resolver con más facilidad y consistencia que sus compañeros de cartel.
Pero no por eso las faenas del madrileño despertaron grandes clamores. Tanto a su noble pero algo pagado primero como al quinto, que no paró de embestirle con el hocico a ras de arena, El Juli les sacó partido con mucha facilidad pero, por su excesiva seguridad, por no dar a los astados apenas respiro ni opciones y porque su toreo no siempre tuvo fluidez, emocionó muy poco a los aficionados.
GARCIGRANDE/PADILLA, EL JULI, MANZANARES
Toros de Garcigrande (3º y 4º, con el hierro de Domingo Hernández), desiguales de volúmenes y hechuras, con algunos más hondos frente a otros más terciados y vareados. En cuanto a juego, sin ser apenas castigados en varas, la mayoría derrochó nobleza y calidad, con la excepción del mansote cuarto y el protestón tercero.
Juan José Padilla: estocada caída trasera y cuatro descabellos (ovación tras aviso); pinchazo, sartenazo y tres descabellos (silencio).
El Juli: estocada trasera desprendida (oreja); estocada caída muy trasera (oreja con petición de la segunda, tras aviso).
José María Manzanares: estocada (ovación); estocada trasera tendida y dos descabellos (silencio tras aviso).
Plaza de San Sebastián. 15 de agosto. Quinto y último festejo de feria. Tres cuartos de entrada.
Se admiró, sí, su variedad en quites, su soltura con el capote, su portentosa manera de resolver con ambos enemigos, pero las palmas en el tendido se provocaban más por la acumulación de muletazos en las series que por el impacto aislado de cada uno de ellos, sin olés, sin pasión, sin calor.
El público se calentó incluso más para pedirle la segunda oreja del quinto, con la rotunda negativa de la presidencia por lo defectuoso de la estocada, que durante el conjunto de su larga actuación, rematada con ‘ojedismos’ en la distancia corta para intentar amarrar esa tercera oreja que necesitaba para poder salir a hombros en esta plaza.
Tampoco vibró la gente con Juan José Padilla, que se despedía de un coso donde no toreaba desde hace cinco años, pero donde antes tuvo algunos éxitos destacados.
Sí que se le aplaudió fuerte tras el paseíllo, cuando fue obligado a saludar desde los medios como señal de reconocimiento, pero las palmas que se le tributaron después ya no volvieron a alcanzar ese alto nivel de decibelios.
Y eso que al jerezano le cupo en suerte el primero de los buenos toros de Garcigrande, un colorado de preciosas hechuras y con un claro, incansable y entregado galope con el que nunca se asentó ni se rompió en un trasteo mecánico y de escasa sinceridad.
Y menos aún se confió Padilla con el cuarto, el toro de mayor volumen de la corrida que, manseando desde su salida, se le vino incierto a varios cites, tras los que el gaditano optó por la brevedad.
El otro de los destacados toros que Garcigrande soltó en San Sebastián le correspondió en sexto lugar a José María Manzanares, que antes, por no rematar los pases por debajo de la pala del pitón, no había acertado a corregir la tendencia a puntear de un tercero que, cuando lo encontró, pareció agradecer el mando y el sometimiento.
En cambio el que cerró plaza salió ya descolgando su cuello y embistiendo muy abierto al capote del alicantino, que ahora sí que se asentó y quiso templarse con las ya de por sí cadenciosas acometidas del castaño.
Manzanares estuvo correcto y pulcro con él, provocando también tibias palmas en el tendido por su limpieza formal, pero no el clamor que hubiera generado de haber rematado los pases más allá de donde los cortaba, allí hasta donde quería el toro seguir la muleta, antes de que, desmotivado, comenzara a desentenderse de la larga y diluida faena del torero levantino.
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