“Hay mucho sumiso, patriota, tentetieso”
Caballero Bonald, premio Cervantes en 2012, celebra los 45 años de su novela ‘Ágata ojo de gato’, confirma que ya no volverá a escribir y subraya que Onetti es el autor que le ha "seducido"
José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes 2012, cumplirá 92 años en noviembre. Está desde mayo, como casi todos sus veranos, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), frente al parque de Doñana, el universo que hace medio siglo lo puso a escribir Ágata ojo de gato, recibida como un estampido de rara belleza húmeda cuando él tenía poco más de 40 años y alrededor el realismo seco marcaba la pauta de la literatura española.
Sobrevivió a los premios (el de la Crítica, entre ellos) y luego escribió más novelas y otros libros de poemas. Esta Ágata ojo de gato…, que publicó Barral en 1974 y luego Alfaguara, hará pronto 45 años y es su obra preferida. Es un ejercicio que expresa éxtasis o extrañeza ante un paisaje que él convierte asimismo en lenguaje.
Hace un año, el escritor, nacido en Jerez de la Frontera, publicó un exigente centón de perfiles críticos de gente a la que conoció, Examen de ingenios (Seix Barral). ¿Escribirá más? Bajo el árbol que lo resguardaba del sol atlántico el pasado día 20, Caballero dijo que no. Eso dijo cuando en España mandaba Aznar y él se soltó con un examen crítico y poético (Desaprendizajes, Seix Barral, 2005) de la España que le ardía. Pues no, no escribirá más. “No escribiré más, del mismo modo que tampoco quiero más fotos”. Lo argumentó días después en unas respuestas que prefirió ofrecer por escrito, a través del correo electrónico.
En las dos conversaciones le hablamos de aquella novela que cumple tantos años y de Examen de ingenios como expresiones de su exigencia para convertir la sintaxis en una de las bellas artes. “Una idea muy de mi gusto…”, nos dijo. “La escritura literaria es por supuesto una de las bellas artes, y en ese rango de escritura está incluida la sintaxis, el léxico, la morfología, incluso la fonética. Ya se sabe que el buen o mal uso de la sintaxis enaltece o arruina un texto literario. Lo mismo cabe decir del léxico, de la fonética. ¿Quién se para hoy a pensar en eso?”.
Pregunta. ¿No cree que la realidad contemporánea le hará escribir de nuevo?
Respuesta. No, ya no voy a escribir más. Estoy alejado de todo. Me indigna lo que ocurre por ahí afuera. Hay mucho gregario, mucho sumiso, mucho patriota, mucho tentetieso… Vivo muy aislado en este rincón atlántico frente a Doñana y no veo a nadie. Además, la literatura sólo me interesa cuando escribo y, como desde hace más de dos años no escribo nada, pues la literatura me queda muy a trasmano. Verás, mi salud no es buena y tengo la vista muy dañada, apenas puedo leer. Yo he sido un lector asiduo, de varias horas diarias, pero eso también se acabó. Me paso el día a la sombra de un árbol viendo pasar el tiempo, oyendo música de cámara, jazz, flamenco. Eso es todo lo que hago. La vejez es una maldita sucesión de pérdidas.
P. Ágata ojo de gato está a punto de los 45 años. ¿Cómo nació esa novela?
R. Fue una maduración lenta, morosa. Me llevó su tiempo —más de cuatro años— ir buscando un buen ajuste entre la naturaleza narrada y la prosa narrativa. La construcción verbal acabó desplazando cualquier otro planteamiento formal… El lenguaje pasó a ser la trama. Y eso me animó, me pareció que era un buen soporte para una escritura literaria que no quería olvidarse de la tonalidad del poema épico.
P. ¿Qué supuso para la evolución de su propia obra?
R. Yo creo que de ahí arranca una nueva manera de entender el lenguaje literario. Lo que se dice un punto de partida.
P. ¿Qué literatura se hacía alrededor?
R. No recuerdo nada destacable, salvo un par de excepciones. Solo atisbos, indicios, sobre todo en el campo de la poesía. Se hacía lo de siempre: literatura realista, naturalista, coloquialista, y así… Es decir, reportajes, crónicas de sucesos, novela de pasatiempo.
P. Supuso una ruptura con el entorno literario. ¿Tuvo ese propósito?
R. No, creo que no, o no de una manera premeditada. Pero ocurrió algo así. Yo intuía, a qué negarlo, que iba un poco a contracorriente.
P. Se asoció desde el principio al latido hispanoamericano. ¿Usted mismo sintió esas concomitancias?
R. Yo he estado siempre muy unido a la cultura hispanoamericana, a la humana y a la literaria. Mi padre era cubano, yo residí años en Bogotá y en La Habana y he convivido muy de cerca con grandes escritores hispanoamericanos. La verdad es que en España, en aquellos años, no había maestros comparables a Onetti, Rulfo, Carpentier, Borges, Lezama, Octavio Paz…
P. Onetti es un maestro al que usted estima en gran medida. ¿Es acaso el escritor, de los contemporáneos, que más le ha marcado?
R. No sé si es el escritor que más me ha marcado, pero es el que más me ha seducido o uno de los que más me ha seducido. Perderse de su mano por los escenarios de Santa María es una experiencia inolvidable.
P. En ese sentido, ¿cabe relacionar su estilo con esta novela en concreto?
R. Qué más quisiera yo… La prosa de Onetti es de una sutileza y un poder de sugestión irrepetibles.
P. Ágata... es una novela sobre el tiempo. ¿Ahora qué percepción tiene acerca de aquel modo de ir contando el tiempo que se aprecia en la novela?
R. Yo siempre me he imaginado que Ágata… está escrita desde dentro de un espejismo, como si yo me hubiese situado dentro de un espejismo y contara lo que veía como si fuera una sustitución extraña de la realidad. El tiempo de los espejismos es muy arbitrario.
P. Es, como dijo aquí Javier Rodríguez Marcos, una novela sobre “el paisaje y el lenguaje”. ¿Ha sido y es la tierra, su olor, su esencia, su color, la que le ha llevado a inventar?
R. En todo caso, es la tierra donde un día descubrí el plano del tesoro. Si yo conseguía sacar a flote, verbalizar el sentido legendario de Doñana, de Argónida, habría conseguido también crear un mundo propio. Y eso, en literatura, es una máxima irrebatible.
P. ¿Fue un empeño en demostrar que en la literatura con contar no basta?
R. Algo de eso hay… La literatura que se limita a contar historias no pasa de ser una crónica periodística, pierde su condición de literatura. La literatura es el arte de crear una nueva realidad, de interpretar estéticamente el mundo, no de copiarlo.
P. ¿Era consciente al escribir de la perfección que alcanzaba?
R. No, yo no era consciente de nada de eso. No era tan pretencioso. Bueno, tampoco podría decir que no me sintiera de pronto sumamente orgulloso de lo que escribía. Cada cosa en su sitio. Y el proceso de escritura de Ágata… fue muy raro, muy intrincado. Recuerdo que a veces, casi siempre, escribía casi como en vilo, como si me jugara la vida en cada adjetivo…
P. ¿Le ha pesado Ágata… o, al contrario, le sirvió para aligerarse?
R. Ágata… sigue siendo mi novela predilecta, mejor dicho, se merece ser mi novela predilecta. Mientras la escribía sabía que nunca volvería a escribir nada parecido.
P. La recepción fue altamente positiva. Era un novelista joven. ¿Era entonces la convivencia con el éxito ajeno más fácil que ahora?
R. No estoy muy al tanto de esos manejos. Bueno, tengo entendido que en la sociedad literaria, en la sociedad artística en general, los egos, las vanidades, los orgullos, suelen formar un catálogo muy vistoso.
P. ¿Cómo era entonces la relación con los colegas?
R. Yo tenía por entonces dos grandes amigos escritores: Ángel González y Juan García Hortelano. Nos íbamos por ahí con frecuencia a cenar, a tomar copas… A los demás los trataba muy de tarde en tarde.
P. Su último libro, Examen de ingenios, explica acuerdos y desacuerdos con contemporáneos. ¿Cree que las generaciones recientes han variado en exigencia a la hora de valorar a otros?
R. Por lo que yo conozco, que no es mucho, hay como una reacción contra el descuido, la despreocupación estilística, la literatura de urgencia. Eso es muy positivo. Observo que algunos poetas jóvenes andan explorando nuevas bifurcaciones del simbolismo, del surrealismo. Totalmente de acuerdo.
P. En todo caso, ¿el panorama de ahora le resulta atrayente?
R. No, atrayente no. Pero hay unos pocos casos alentadores.
Al comienzo de la conversación, en persona, le leímos, entre otras, esta perla de Ágata ojo de gata: “Cansado como está, no se detiene entonces en el retrospectivo inventario de la destrucción”. El escritor de Cartas desde Argónida dio la impresión de recordar el instante en que, ante Doñana, sintió el impulso de juntar esas palabras. Memoria de arena, ese fue el tesoro que manejó hace medio siglo para escribir su libro favorito. Ya no habrá, dice, otro inventario como aquel.
Babelia
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