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La humorista que quiere acabar con el humor

Después de 'Nanette', el 'show' de Netflix en el que Hannah Gadsby habla de su vida y de su lesbianismo, el 'stand up comedy' ya no será igual

Hannah Gadsby, en un programa de televisión en junio en Nueva York. En vídeo, tráiler de 'Nanette'.Vídeo: ROB KIM (GETTY IMAGES) / NETFLIX
Rafael Gumucio
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Después de Nanette, el show unipersonal protagonizado por la australiana Hannah Gadsby (que emite Netflix), el género del stand up comedy ya no será el mismo. Por usar una analogía que le gustaría a ella, la revolución que protagoniza en el género es tan brusca como la que Picasso conquistó con Las señoritas de Aviñón o, para ser más precisos, como la lograda por el urinario de Marcel Duchamp. Hannah Gadsby intenta en Nanette el imposible reto de hacer un show de comedia que no es solo su renuncia personal al género, sino un cuestionamiento completo y total a la comedia y al arte en general, a los que acusa de perpetuar con estilo, belleza y hasta felicidad, la opresión patriarcal.

El humor le ha dado a ella, lesbiana y feminista, una voz, cuenta Hannah Gadsby. Pero duda que sea la voz con la que quiere seguir hablando de ahora en adelante. En sus shows suele reírse de todas las formas posibles de su salida del armario en una región, Tasmania, en la que la homosexualidad era ilegal hasta bien entrados los años noventa. Gadsby advierte, con todo, de que esos chistes en los que se burla de sí misma no cuentan toda la verdad. El humor crea tensiones artificiales que resuelve también artificialmente, denuncia. El comediante profesional hace preguntas capciosas que responde con un remate impostado. ¿Qué pasa después del remate, después de la risa que tranquiliza nuestra inquietud?

Su salida del armario contada en tono de comedia no se hace cargo de la sabia comprensión con que su madre terminó acogiendo la sexualidad de su hija. Ni mucho menos de los golpes y la violación sufrida cuando era joven y que aún conmueve su voz. Al final de sus espectáculos, Gadsby deja del todo los chistes aparte para reivindicar en serio, muy en serio, ese dolor. Pero como no quiere reemplazar la risa por el odio, confiesa en los últimos minutos de su presentación, prefiere renunciar a los dos y quedarse en silencio.

Entre medias Gadsby, que estudió historia del arte en la Universidad Nacional de Australia, nos recuerda que hay cierta crueldad en olvidar que Van Gogh más que un genio incomprendido era un enfermo mental que no recibió la cura adecuada. También señala a Picasso como otro demente, un enfermo de misoginia que usa el arte para perpetuar todos los estereotipos patriarcales. El arte, como el humor, denuncia la comediante, no cura el dolor ni mejora en nada o casi un mundo violento e injusto del que es muchas veces la cara amable. El humor no explica, es el azúcar que damos a los niños para que el remedio no sepa tan mal.

Es cierto que el trabajo del artista se parece mucho al que emprende el paciente en una terapia psicoanalítica, aunque a diferencia de este, aquel no busca mejorar sino descubrir. Van Gogh no vendió sus cuadros porque su locura no le permitía venderse a sí mismo, dice Gadsby. Pintaba a pesar de ese fracaso, porque tenía un hermano que amaba pero también porque tuvo un amigo, Gauguin, a quien odiaba. El ex agente de bolsa Paul Gauguin, que sin estar preso de ninguna de las enfermedades mentales que le impidieron a Van Gogh el éxito mundano, siguió su solitario destino de pintor que no vende en vida para triunfar mejor después.

De Platón en adelante los pensadores y los políticos han creído que el arte y la justicia son incompatibles porque no hay nada más injusto que el talento. No hay régimen totalitario que no haya intentado vigilar tanto el humor como la pintura para impedir la desigualdad de la belleza. Hannah Gadsby reduce este debate de siglo a un asunto personal. Reírse en público de su dolor convirtió ese dolor en una profesión que no le permite sanarse. Ella quiere ahora el silencio de su casa y sus perros, que es justamente lo que nos termina por mostrar el especial que le consagra en Netflix.

Surge la sospecha de que esa paz no durará demasiado. Los artistas de verdad, y la suicida valentía de su espectáculo demuestra que Hannah Gabsby lo es, no logran generalmente decidir cuándo dejar de ejercer su arte, quizás porque el arte no sana del dolor, pero hay pocas cosas más viciosas que el placer que produce volver en forma de risa o de pintura a visitar todas las dimensiones de tu herida.

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