Expiar la culpa belga
La multipremiada 'Voluntad', de Jeroen Olyslaegers, se adentra en el inexplorado territorio del colaboracionismo neerlandés durante la Segunda Guerra Mundial
Jeroen Olyslaegers nació en Amberes en 1967. A los 14 años, recuerda, empezó a hacerle preguntas “incómodas” a su abuelo. Su abuelo había sido, y continuaba siendo, sin que le temblara el más que probable flequillo pelirrojo al admitirlo, un nacionalista flamenco, alguien, como diría Olyslaegers, “de extrema derecha”. Alguien que, cuando llegó el momento de luchar, y llegó en 1944, se alistó en el bando alemán. “Él se estaba construyendo una casa de recuerdos y no quería que yo accediera a habitaciones en las que pudiera encontrar algo que reprobarle”, recuerda el escritor. Jeroen es un tipo enorme, que luce un collar de cuentas de madera y una tupida barba roja. “Lo peor fue descubrir, con más de 90 años, que había estado luchando en el bando equivocado. Desde el principio”, dice. ¿La forma en que lo descubrió? Ante la televisión, viendo Hermanos de sangre, la serie de Steven Spielberg.
¿Fue entonces cuando decidió escribir una novela sobre lo que pasó en la Bélgica ocupada por los nazis? “No, fue mucho después”, contesta el autor de la multipremiada Voluntad (Seix Barral). Fue un día cualquiera, poco después de asistir a una serie de jornadas en la universidad, en las que no se hizo otra cosa que hablar de un informe policial del 15 de agosto de 1944, el día en que deportaron a los judíos de Amberes. “Era un informe que nadie había pedido, y yo pensé que estaba ahí para algo. Lo leí. Descubrí que en la casa que podía ver desde la ventana de mi estudio se había suicidado una familia al completo. El padre, ante los policías que vinieron a buscarles. Ya no pude dejar de pensar en eso”, cuenta. A todo eso se sumó que la hermana de su abuela perdió el trabajo ese mismo día, porque era criada de una familia judía, “pero no se fue de la ciudad, me contó mi madre, ni siquiera dejó la casa: se quedó como amante de un oficial de las SS”.
Aquel día, recuerda Olyslaegers, la misma idea llamó dos veces a su puerta de escritor. Por entonces, un escritor más conocido por sus obras de teatro y sus columnas en prensa. A partir de entonces, conocido sobre todo por sus premios. Y por intentar adentrarse en la Segunda Guerra Mundial como quien se adentra en un territorio, dice, “inexplorado”. No para hablar del bien y el mal sino de la “ambigüedad moral”. “Todo el mundo sabe lo que está bien y mal, pero es complicado llevar la teoría a la práctica cuando tienes algo que perder”, añade. Si la novela tomó forma de carta, la que le escribe el anciano Wilfried Wils —exaspirante a despreocupado poeta, excruel auxiliar de policía durante la ocupación— a su bisnieto, fue porque quería contarle aquello que él mismo estaba intentando entender a su hijo de 23 años, y a todos los chavales de su generación. “Mi abuelo creía que tenías que haber vivido algo para entenderlo. Esta novela es mi forma de vengarme de esa manera de pensar”, sentencia Jeroen.
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