La violencia contemporánea de DeLillo sacude Aviñón
Una obra de 10 horas inspirada en tres textos del escritor estadounidense se estrena en el festival de teatro, marcado por la oscuridad de sus espectáculos
La obra dura diez horas, sin entreactos y sin analgésicos. Es la nueva apuesta del director Julien Gosselin, joven prodigio del teatro francés, que ha vuelto a zarandear el Festival de Aviñón con una adaptación de tres textos del estadounidense Don DeLillo: Jugadores (1977), Los nombres (1982) y Mao II (1991). Al recorrer esas tres obras, Gosselin distinguió un leit motiv indiscutible: la aparición del terrorismo durante el paso a la era posmoderna, nueva expresión de la violencia sanguinaria que ha marcado todas las épocas históricas. En el primer acto, un aburrido bróker se afilia a un grupo armado de extrema izquierda. En el segundo, el trabajador de una multinacional, expatriado en Atenas, presencia muertes ejecutadas por una secta que sigue un inexplicable método alfabético. En el tercero, un escritor de culto se marcha a Beirut para salvar a un poeta secuestrado por un grupo maoísta. A través de estas historias, el tándem formado por Gosselin y DeLillo disecciona los ismos de nuestro tiempo: capitalismo, neoliberalismo, cosmopolitismo y fanatismo.
El recorrido teatral de Gosselin está estrechamente ligado a Aviñón: su revelación tuvo lugar con una aplaudida adaptación de Las partículas elementales, de Michel Houellebecq, en la edición de 2013, cuando sumaba solo 26 años. Regresó a Aviñón en 2016, al llevar al escenario las 1.200 páginas de 2666, de Roberto Bolaño, quimérica iniciativa que se saldó con otra merecida ovación. Su tercera adaptación literaria se ha llevado aplausos más comedidos, tal vez por lo descomunal que resulta un proyecto en el que el tiempo del teatro se alinea con el de la vida. Por ello, parece inevitable enfrentarse a momentos de confusión, aburrimiento e imperfección.
Gosselin experimenta con un teatro donde la narración lineal y las explicaciones cartesianas brillan por su ausencia. “Mi sueño sería abrir un lugar al público en el que sea acogido por una serie de formas artísticas en el que se pueda sumergir, sin esperar un principio ni un final”, señala el director. “Relatar ficciones no me interesa demasiado. Lo que me guía es el trabajo con la materia poética”. La mayor parte de la obra se contempla a través de las distintas pantallas que presiden el escenario, que retransmiten en tiempo real las escenas interpretadas por los actores al otro lado de una pared de madera. Esta peculiar puesta en escena, reprobada por algunos críticos, tiene el mérito de recordar que la mayor parte de la cotidianeidad moderna transcurre frente a una pantalla, convertida en interfaz que separa al usuario de la realidad. El teatro no deja de formar parte de ella.
Tendencia a lo lóbrego
El otro protagonista de la primera mitad del festival, que concluirá el 24 de julio, ha sido Thomas Jolly, otro niño mimado de la nueva escena francesa. A sus 36 años, regresa a Aviñón por la puerta grande, ocupando el Palacio de los Papas de la ciudad francesa con la obra inaugural: una adaptación del Tiestes de Séneca de una extrema violencia, en una edición que se ha distinguido, hasta el momento, por su oscuridad en cuanto a forma y a fondo. La obra, una de las menos conocidas y representadas del autor clásico, relata la venganza de Atreo, rey de Argos, sobre su hermano Tiestes, que le robó a su esposa y al cordero de oro que simbolizaba a su trono. Jolly escogió esta historia de infanticidio y antropofagia para referirse a una actualidad en que “la barbarie está al orden del día y dictadores como Bachar Al Assad asesinan a los niños de sus países”, mientras otros mueren cruzando el mar ante una relativa indiferencia pública.
A esa tendencia general a lo lóbrego se ha sumado también el suizo Milo Rau con La reprise, inspirada en un crimen homófobo acontecido en Lieja en 2012. Convertido en personaje central del teatro europeo, Rau es un instigador de nuevos dogmas teatrales, como refleja su Manifiesto de Gante, que hizo público en mayo al ser nombrado director artístico del teatro nacional de la ciudad belga. El primer punto de su decálogo dice así: “No se trata de representar el mundo. Se trata de cambiarlo”. El noveno reza: “Al menos una producción por temporada debe ser ensayada o presentada en una zona de conflicto o guerra, sin ninguna infraestructura cultural”. Sus preceptos parecen haberse infiltrado en un festival que recuerda que la tragedia es la misma desde los tiempos de Séneca, aunque cuente con nuevas víctimas y verdugos.
Maratones de teatro
Aviñón lleva décadas programando obras de duración descomunal. Las maratones de teatro son el deporte oficial por lo menos desde los ochenta, cuando Peter Brook y Jean-Claude Carrière triunfaron con su Mahabharata, que duraba más de 10 horas.
En 1995, el actual responsable del festival, Olivier Py, superó esa plusmarca con La servante, de 24 horas en total. En 2009, el libanés Wajdi Mouawad alcanzó las 11 horas con una trilogía formada por tres de sus obras, Litoral, Incendios y Bosques, en el Palacio de los Papas.
Por su parte, el francés Thomas Jolly maravilló en 2014 con una puesta en escena del Enrique VI, de Shakespeare, de 18 horas de duración y muy influida por el lenguaje televisivo.
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