La casa (racista) de la pradera
El Premio Laura Ingalls cambia de nombre porque ahora se considera que su obra más popular contiene frases contra los nativos. Otros muchos títulos están en cuestión
El lenguaje racista en la obra de Laura Ingalls Wilder, autora y protagonista de La casa en la pradera (1935), ha hecho que retiren su nombre del sexagenario premio creado en su honor. La Asociación para el Servicio Bibliotecario a los Niños (ALSC) en Estados Unidos ha renombrado el galardón como Premio Legado de Literatura Infantil. Sus aventuras de niña educada a fines del siglo XIX en una familia pionera norteamericana dibujan una visión de los nativos que ya no está en sintonía con los “valores centrales” de la organización. Entre las frases polémicas figura la descripción de un paisaje en el que “no había gente” y donde “solo indios vivían ahí”. Uno de los personajes sostiene en una ocasión que “el único indio bueno es un indio muerto” y se identifica a los afroamericanos como “los oscuritos”.
Los libros de Ingalls sobre sus aventuras en la época de la colonización inspiraron una exitosa serie de televisión que forma parte del imaginario de la generación del 70 y 80. La ALSC defendió que no niega la contribución de los textos de Ingalls a la literatura y que la decisión no es censura: “Las anticuadas actitudes culturales de Wilder hacia los pueblos indígenas y las personas de color se contradicen con la aceptación moderna, la celebración y la comprensión de diversas comunidades". La medida no ha estado exenta de polémica. Los detractores alegan que bajo esa premisa muchos clásicos de la literatura no comulgan con los valores actuales y que leerlos permite desarrollar un pensamiento crítico, reconocer que las costumbres sociales cambian con el tiempo y que los autores son de y reflejan sus épocas.
Esta decisión es la punta del iceberg de un debate que se urde en el mundo literario. La editorial Scholastic sacó de circulación en enero Una torta para George Washington tras recibir una avalancha de críticas por sus imágenes de esclavos sonrientes y no hacerse cargo de los horrores de la esclavitud. El Comité de la Primera Enmienda de la Sociedad de Autores calificó la medida de censura. A fines del año pasado, la novelista Keira Drake ofreció gratis su libro The Continent antes de publicarlo oficialmente. Las redes sociales sepultaron su entusiasmo con reseñas negativas por considerar el texto racista. Drake lo reescribió y lo publicó seis meses después. Irónicamente, Cómo matar a un ruiseñor ha sido retirado de la lista de lecturas en varios institutos por su lenguaje discriminatorio. La palabra nigger (negrata), prohibida en Estados Unidos desde 2007, aparece casi cincuenta veces. La ganadora del Premio Pultizer, Harper Lee, lo escribió en 1960.
La defensa que están utilizando escritores y editoriales contra los ataques -principalmente librados en las redes sociales- se llama “lector sensible”. Son representantes de alguna raza, religión, sexo, enfermedades, etc., que cobran por dar sus apreciaciones sobre lo realista, o no, que son los personajes y entornos que se describen en los libros. Por supuesto, antes de su publicación. Pueden ser detalles, como el que un niño adoptado no hable de sus “padres adoptivos”, sino simplemente de sus padres. O acercar de la manera más fidedigna posible lo que significa cambiar de género. Las editoriales cuentan desde hace décadas con historiadores, abogados o psicólogos infantiles para que revisen los textos. Pero ahora se trata de no herir las sensibilidades de los grupos minoritarios. Y para eso, no ven mejor opción que sean ellos los que les den el visto bueno.
Pero lectores sensibles hieren la sensibilidad de otros. Algunos de sus detractores plantean que manosean los escritos, especialmente los infantiles, hasta “desinfectarlos” y alertan de que pueden coartar a nuevos autores a escribir sobre culturas o situaciones ajenas. Otros los critican porque legitiman la imitación de voces marginadas por parte de escritores no marginados. A lo que aspiran organizaciones como la Coalición Nacional Contra la Censura o el Centro Pen American es a tener una industria literaria lo suficientemente diversa e integradora como para que las minorías puedan publicar sus propias historias y que estas convivan con los clásicos sin necesidad de quitar a unos u otros de en medio.
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