Ricos y pobres, explotados y explotadores
Llega a las librerías 'La construcción social de la historia', una recopilación de trabajos de Manuel Pérez Ledesma, historiador de los movimientos sociales.
En 1990 los regímenes comunistas de Europa Oriental se venían abajo y en Moscú las colas se hacían para adquirir bienes de primera necesidad, y también para entrar en el restaurante McDonald’s recién abierto en la plaza de Pushkin. Por aquel tiempo, el firmante de este post asistía a sus clases nocturnas de Historia de los Movimientos Sociales en la Universidad Autónoma de Madrid. No recuerdo el nombre de mi profesor, pero sí se me quedó grabado el nombre de otro, que impartía esa asignatura en horario diurno, Manuel Pérez Ledesma. Tuve la suerte de escucharle en algún ciclo de conferencias y, gracias a su brillantez, volví a comprobar lo importante que es la calidad de la labor docente cuando un alumno se enfrenta a un campo concreto de estudio.
Hace pocos meses, llegó a las librerías su última publicación, una recopilación de sus trabajos titulada La construcción social de la Historia, Alianza Editorial, extraídos entre su extensa tarea de investigación de toda una carrera como historiador de lo social y cultural. Su especialidad, el análisis de los movimientos sociales, lo que se acabó denominando las formas de acción política y social no institucionalizada, no recibió atención por parte de los historiadores hasta mediados del siglo pasado. En ese tiempo, aquellos confluyeron con politólogos y sociólogos en su preocupación por interpretar la acción colectiva.
En 1971, Eric Hobsbawm llamaba la atención sobre la necesidad de investigar los movimientos populares para conocer las estructuras sociales subyacentes y sus tensiones
Es entonces cuando aparece el clásico El nacimiento de la clase obrera en Inglaterra de E.P. Thompson o los trabajos de Charles Tilly sobre La Vendée francesa. En 1971, Eric Hobsbawm llamaba la atención sobre la necesidad de investigar los movimientos populares para conocer las estructuras sociales subyacentes y sus tensiones. Y también por la amplísima documentación que estos conflictos generaban, la cual daría voz a quienes a lo largo de la historia no tuvieron otra forma de expresión. Desde otra perspectiva, Doug McAdam los consideraba una “forma de hacer política por otros medios”, la única con la que cuentan los grupos sociales desprovistos de poder, que no consiguen ser oídos de otra manera en las instancias donde se gestiona la política y se decide su destino.
La historia, una ingente construcción social
Como afirma Rafael Cruz en la introducción del libro, la idea básica que fluye a través de los textos seleccionados plantea que “la historia supone una ingente construcción social realizada tanto por los cronistas e historiadores, como por los protagonistas a la hora de enfrentarse a los conflictos sociales en que se encuentran inmersos”. Para entender esos conflictos, para aproximarse a la historia, el principal objeto de estudio de Pérez Ledesma es el lenguaje y sus significados en cada momento histórico. Los nombres que, lejos de ser un reflejo de la realidad, forman parte de ella.
De 1987, cuando el autor ya se había alejado de los postulados del análisis marxista de la historiay había sido tildado de pertenecer a la “escuela revisionista madrileña”, se recoge El proletariado revolucionario y las “revoluciones proletarias”. En esa obra se contrasta la teoría de Marx y Engels sobre el proletariado y su misión revolucionaria con la evolución histórica del mismo desde 1848. Cuando el materialismo histórico aún era potente para analizar el pasado, Pérez Ledesma ya afirmaba que “ni la clase obrera de los países industrializados ha seguido el camino que Marx le marcó, ni las luchas protagonizadas por ella han tenido el carácter revolucionario previsto, ni las revoluciones que han triunfado en el siglo XX, dentro o fuera de Europa, responden al modelo de revolución proletaria”. En Europa, a la postre, “la industrialización no condujo a una agudización de la lucha de clases sino a una creciente institucionalización del conflicto social”, mientras los procesos revolucionarios que salieron adelante contaron con un papel muy destacado del pequeño productor agrario, al que tanto se despreció desde el marxismo.
La Comisión de Reformas Sociales, creada en 1883 para conocer la situación de los trabajadores en España ha servido a Pérez Ledesma para desarrollar diversos trabajos como Ricos y pobres; pueblo y oligarquía; explotadores y explotados. Las imágenes dicotómicas en el siglo XIX español. De los testimonios aportados ante esa comisión el autor concluye que, a pesar de lo diverso de las situaciones económicas, era predominante entre las principales clases sociales una visión reduccionista y simplificada de la realidad social, que llegaba incluso al “enfrentamiento entre nosotros y ellos”.
Las clases sociales y su visión reduccionista y simplificada
Católicos y conservadores querían legitimar una situación de desigualdad recurriendo incluso a su origen divino, proponiendo como programa la caridad de los ricos, la resignación de los pobres y la recristianización del conjunto social. Demócratas y republicanos lo fiaban todo a la conquista de los derechos políticos, por ejemplo el sufragio universal, para desbancar a la clase media y sus inicuos privilegios. La visión obrerista ofreció otra representación dual, la de explotadores-explotados,que en las primeras décadas del siglo XX se difundiría entre obreros y campesinos con fuerza.
El enfrentamiento final que se produce en la Guerra Civil encuentra su explicación en la debilidad de las visiones reformistas que no fueron capaces de hacer oír sus propuestas políticas en un ambiente tan enconado. El miedo de los acomodados y la moral de los obreros, tercer relato recogido en el libro, también se vale de los testimonios de la Comisión antes citada y analiza el comportamiento de la burguesía ante el naciente protagonismo obrero durante el Sexenio Revolucionario. Estamos ante una oleada de temor que no encuentra explicación cuando se comparan las respuestas dadas y las dimensiones reales del peligro que las originaban. Una amenaza exterior que apuntaba en la Comuna de París de 1871 y su posible contagio a España, pudo servir como germen de un proceso mental que llevó a identificar a los trabajadores manuales con la pobreza, la subversión y las más bajas pasiones. Los esfuerzos de los propios trabajadores por reaccionar contra esos estereotipos y transmitir una imagen de la clase obrera que “a pesar de la falta de instrucción, es más moral y honrada que la clase explotadora”, como señalaba el Centro Obrero de Barcelona, fueron un instrumento que propició la consolidación de la identidad de la clase obrera.
En 1926, la conservadora Asociación de la Prensa homenajeó a José Nakens con un entierro al que acudieron grandes multitudes
La construcción de esa identidad mencionada arriba como resultado de un largo proceso histórico, quiénes la impulsan y cómo se logra convertirla en una pieza fundamental de la visión de la sociedad y la acción colectiva de un conjunto cada vez más extendido de trabajadores durante las últimas décadas del siglo XIX español, es el tema que en 1997 acomete Pérez Ledesma en La formación de la clase obrera. Una creación cultural. Mediante un enfoque que invierte el recorrido y frente a la versión tradicional, que parte de la existencia previa de una clase obrera que proporciona una “conciencia de clase”, unos objetivos programáticos y un movimiento obrero que los persiga, el autor infiere que, en cuanto sujeto histórico, “la clase obrera fue el resultado de una acción continuada de los integrantes del movimiento obrero; fueron ellos quienes interpretaron las experiencias comunes de los trabajadores y difundieron los marcos conceptuales que permitían a estos últimos integrarse en una identidad colectiva”.
La importancia de los significados y el lenguaje
Algunos protagonistas de la vida política de esas décadas han sido también estudiados por Pérez Ledesma en el campo de la biografía, como José Nakens, director del semanario satírico El Motín. Republicano por la insurrección y fervoroso anticlerical, se vio envuelto en el atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII. “Fue ensalzado por muchos como modelo de honestidad y coherencia, combatido por otros tantos por su sectarismo anticlerical; excomulgado, (…) criticado con frecuencia por sus propios correligionarios; detenido, encarcelado, procesado o multado en varias ocasiones…”. Cuando llegó su muerte en 1926, la conservadora Asociación de la Prensa le homenajeó con un entierro al que acudieron grandes multitudes y según el diario El Liberal se iba “el último representante de una generación gloriosa”. ¿Se reducía su personalidad a la del famoso comecuras? ¿el reconocimiento final que le llega en su entierro pudo ser cauce de expresión contra la dictadura sin visos de final de Primo de Rivera?
La importancia de los significados y el lenguaje en la obra del autor se hace evidente en el último texto recogido, El lenguaje de la ciudadanía en la España contemporánea, que indaga en la evolución histórica de esa voz desde la promulgación de la Constitución de 1812 hasta nuestros días. A diferencia de Francia, donde se identificaba con igualdad, en España la situación política de cada momento afectará a la valoración del término, pero gracias a que con la Constitución de 1978 vuelve a recuperar su pleno contenido político, se podría afirmar que, frente al carácter excluyente de otras identidades colectivas, como la clase, el pueblo o la nación, tan habituales en el lenguaje político del pasado, el término ciudadanía goza de buenísima salud y su futuro parece próspero. Eso mismo es lo que deseamos al catedrático Manuel Pérez Ledesma y su trabajo para que siga contribuyendo al conocimiento de la historia contemporánea española y podamos obtener respuestas a las nuevas preguntas con que las fuentes, las de nuevo acceso y las antiguas también, interpelan a los historiadores inquietos.
Babelia
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