“Los inmigrantes a la deriva en el Aquarius merecerían una ópera”
La compositora finesa recoge el Premio Fronteras del Conocimiento en Madrid, donde estrenará una ópera la temporada que viene en el Real
Hay una serenidad en el rostro de Kaija Saariaho (Helsinki, 1952). En su tono de voz suave, en su altura nada desencorvada. También una elegancia cercana y esa certeza plusmarquista que uno encuentra en quien ha roto barreras. Como por ejemplo ser la primera mujer en 113 años que estrenó una ópera en el Metropolitan de Nueva York. Destrozaba así un paréntesis antinatura que le hizo engarzar con otra hazaña: la que en 1903 consiguió la pionera Ethel Smyth con Der Wald. “Ridículo, ¿no le parece?”, nos pregunta.
Y sangrante. Fue con L’Amour de loin, cuyo libreto escribió Amin Maalouf. Saariaho segura que se va a ir rompiendo el círculo de la desigualdad poco a poco, no con la rapidez que desearía. “Tampoco con rencor, ni con ánimo de revancha hacia muchos hombres que no tienen la culpa”, puntualiza. Por lo pronto, este miércoles, recoge el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en Madrid. “Pero aún queda mucho para las nuevas generaciones de compositoras. Todavía lo tienen difícil”.
Una de las recetas que puede aportar Saariaho es la voluntad. “Debemos dedicarnos a lo que nos apasiona sin que importen los impedimentos cotidianos. Yo todavía me asombro de haber logrado continuar con mi carrera y compatibilizarlo con ser madre, construido una familia”. Pero la música y la vida se retroalimentan. “Esa es la ventaja. Los creadores solemos tender a encerrarnos en nuestro mundo. Estar pendiente de mis hijos me ayudaba a salir cada día de aquello y refrescarme con la realidad”.
“Pierre Boulez no mostró nunca el más mínimo interés en conocernos. Tampoco nosotros estábamos dispuestos a hacer cola delante del rey”
También, como consejo, se atrevería a sugerir lo que ha ido explorando: nuevos sonidos, buscar las líneas que unen materia y mundos sobrenaturales. Es parte de su estilo, como podrá comprobarse la temporada que viene en el Teatro Real, donde estrena la ópera Only the sound remeins. “Es una historia sencilla, basada en piezas de teatro Noh japonés. Tiene elementos paradójicos que la enriquecen y me ha abierto muchas posibilidades para explorar nuevos caminos en la ópera que se hace hoy”. Es la primera vez que Saariaho utiliza la voz de contratenor en una pieza escénica suya. Philip Jarousski se encargará de un doble papel: el fantasma y el ángel. “Extiendo su voz de manera electro acústica y lo llena todo de nuevos registros”.
La música electrónica es algo que exploró como joven alumna del IRCAM en París a principios de los ochenta. Descubrió las posibilidades de la computación: “Con ordenadores que eran como ese tapiz que hay colgado en la pared”, asegura señalando una enorme tela en el centro de la sala del Teatro Real. Por ahí andaba activo el embrujo contagioso y repelente al tiempo de Pierre Boulez. Sariaho pertenecía al segundo bando. Los que se le pusieron a la contra, un tanto heridos por los desprecios del maestro: “No mostró nunca el más mínimo interés en conocernos. Tampoco nosotros estábamos dispuestos a hacer cola delante del rey”, afirma.
Él se había ocupado de destrozar los pilares de la música occidental mediante la radicalidad del serialismo. Como el líder de una secta que no admitía flojera ni desviaciones. Saariaho y sus compañeros sentían la necesidad de reconstruir lo que se había echado abajo. “No juzgo lo que emprendieron. Su música responde a un periodo de la Historia. El del apocalipsis de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias. Era su modo de expresar el mundo en que vivían”.
Esa lección sirve para el presente. Por ejemplo, esta misma semana ha estado atenta a las noticias que hablan del Aquarius. De esas 629 almas a la deriva, sin puerto en el que atracar, empujadas por el fascismo posmoderno del nuevo Gobierno italiano a perderse en al mar hasta que el Ejecutivo español decidió socorrerlas: “Hay una ópera dentro de ese barco. La merecerían. Su tensión dramática, su tragedia, su diatriba moral”. De hecho le acaba de llegar un libreto de condiciones similares. “Lo narra un niño que es único superviviente de un naufragio. No lo he decidido aún”. Quizás la urgencia de esgrimir el bien contra el mal, la convenza. Seguro que el gran Maalouf, su libretista favorito y amigo, autor junto a ella de L’Amour de loin, La passion de Simone y Émile, la empuja a intentarlo.
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