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el paseante distraido
Columna
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¿Puede un peluche ser un libro?

Bolsas ‘tote’, recortables y muñecos se cuelan en la Feria a pesar de la restricción para vender cosas que no sean libros

Peluches y recortables en una caseta de la Feria del Libro de Madrid.
Peluches y recortables en una caseta de la Feria del Libro de Madrid. álvaro garcía
Patricia Gosálvez

En casi todas las casetas de mi infancia encontrabas recortables, marca páginas con flores secas, torres Eiffel y torres Pisa de papel plegado colgando de hilos de nailon. También aquellas láminas de cromos de picar: rompías las tiritas que los unían y jugabas a darles la vuelta con la mano ahuecada. Algunos llevaban un poco de purpurina.

Ahora, en las 363 casetas solo encuentro un recortable de los de toda la vida, a 1.75 euros. Sin embargo, en muchas venden recortables disfrazados de libro: con sus tapas, su anilla central, su título (“Lili Chantilly Moda Brillante”) y toda la purpurina que quieras a 10 euros.

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¿Qué es un libro?, me pregunto con la baraja de cartas 52 cosas divertidas para hacer en el avión en la mano (en las casetas religiosas tienen su propia versión: Oraciones para rezar en familia). Apunto ambos títulos en la columna de no-libros. Sin embargo, alguien más listo que yo me recuerda que Max Aub publicó una baraja en 1964. En los anversos, las figuras dibujadas por el pintor Jusep Torres Campalans (un personajes inventado por Aub) y en los reversos unas breves epístolas entre personajes. Cartas en cartas, la broma polisémica.

En la Feria, las cosas que son libros, pero no lo parecen (como estas barajas), conviven con su opuesto: cosas que no son libros, pero sí lo parecen (por ejemplo el recortable brilli-brilli, unas postales encuadernadas, un set de origamis entre dos tapas, una colección de pegatinas). Una tercera categoría la formarían los tándem cosa/libro, donde el "libro" es una mera excusa, y la "cosa" es un anzuelo comercial en forma de peluche, taza, puzle, pala de jardinero, rosario, brújula o flauta (todos los ejemplos son reales).

Y luego hay simplemente cosas, aunque muchas menos que en mi recuerdo y diferentes. Bolsas de tela de las que llaman “tote”, con citas literarias o portadas de libro estampadas. Láminas, las de inventos del siglo XIX son lo que más se vende en la caseta Oficina de Patentes y Marcas (a unos 2 euros), mientras que en las casetas de medicina alternativa las hay que ilustran los secretos de la reflexología (en el talón está la pelvis, en el pulgar el cerebro). Por aquí y por allá hay algún disco, película o calendario; revistas, mapas, cuadernos para colorear o de sudokus...  En una librería venden unos post-it para pegar en los lomos de los libros que prestas en los que pone “No es mío” o “Devolver”. Lo más raro es una rueda de verbos para aprender a conjugar en alemán.

En la Casa del Ajedrez, entre volúmenes sobre estrategia, tienen llaveros en forma de torre y de caballo. No se venden. "En la Feria solo puedes vender libros, aunque luego cada uno…”, dice el librero. En la organización lo confirman: el reglamento se impuso porque llegó un momento en que el mercadeo de objetos se fue de las manos, "había que controlar la venta de cosas como aceites esenciales en las casetas esotéricas", explican los organizadores. Ahora la caseta que más no-libros vende es la suya, dedicada al merchandising oficial, donde hay tazas, imanes o camisetas con el cartel de la Feria.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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