Father John Misty es ya un clásico de nuestros tiempos
El músico estadounidense seduce como los grandes con su folk-rock embriagador en el Primavera Sound
En la música popular, los clásicos seducen y convencen. Los clásicos anticipan respuestas. Los clásicos dan más que el resto, más de lo que se espera, más incluso de lo que uno llegó a necesitar nunca. Los clásicos son géneros en sí mismos, creadores de sus propias fantasías universales. Año 2018, siglo XXI avanzado, Donald Trump en la Casa Blanca, los políticos desacreditados en su paranoia de poder, el exhibicionismo como forma de relación social, la vida moderna como un lugar sin rumbo, y, sí, Father John Misty es un clásico. Ahora sí. Lo es.
El músico que abandonó Fleet Foxes, ese antiguo fenómeno del indie-rock estadounidense, para buscar su lugar en el mundo en solitario es ahora un creador gigante. Es un coloso. Lo ha demostrado —otra vez— en el Primavera Sound, en uno de los escenarios principales, mientras atardecía y el rumor de la noche se acercaba. Había luces rojas sobre la tarima, una imponente banda de vientos y cuerdas, y un tipo que llegó a pequeños pasos, pero con una sonrisa cómplice, como sabedor de lo que se cocía. Cuando todavía no era hora de grandes fiestas, pasadas las ocho de la tarde, Misty, con su traje negro y sus gafas de sol, salió dispuesto a liarla. Con planta desgarbada y atractiva, saludó y encaró Nancy From Now On. Con su guitarra acústica, la empalmó con Chateau Lobby #4.
Su poder seductor va más allá del clasicismo. Hay algo en este larguirucho inclasificable, que baila como un pavo real que busca aparearse en primavera, que no responde a razonamientos. Sería fácil verle como un crooner, pero no se ahoga en sobados planteamientos románticos, ni siquiera en la pena creativa. Huye inteligentemente de la autocomplacencia. Es un rompecorazones —cómo no serlo con esa forma de cantar que desespera maravillosamente como Elton John, como John Lennon, como un discípulo de Sinatra—. Pero también es algo más.
Su visión clínica de la sociedad del espectáculo en la que vivimos es de cirujano. Hábil, irónica, inmediata, sin miedo. Desde que publicó el año pasado el sobresaliente Pure Comedy, Misty es un retratista social. Pasó de ser un tipo que sabía sonsacar los secretos de las relaciones amorosas y personales sin ser pedante con dos notables trabajos como Fear Fun y I Love You, Honeybear a convertirse en un certero analista. Misty es —ojo melómanos— un Randy Newman de nuestros tiempos. Interpreta con tiro de gracia los desmanes y excesos de la sociedad del espectáculo, la misma que vive hiperconectada, hiperestimulada e hipervacía, y que llevó a Donald Trump al poder en su país. Tal vez la misma que, después de todo el descaro insostenible, ve en nuestro país cómo Mariano Rajoy se va de la presidencia encerrándose en un restaurante durante horas.
Con sus movimientos atrevidos y su lírica punzante, Misty no deja títere con cabeza, empezando por cargar contra los falsos ídolos, las supersticiones convertidas en religión y las soledades como ejércitos silenciosos en individuos desorientados que, sumados como un simple dato de las administraciones y las empresas, conforman sociedades. Pero eso qué es, parece preguntarse Misty. Eso no es nada más que un conjunto de don nadies.Total Entertainment Forever sonó gloriosa en este sentido. Los vientos se acoplaron con las cuerdas y los teclados mientras Misty enloquecía sobre el escenario: tocaba la acústica, se contorneaba, se crecía. Desafiaba al indiferente. Lo hizo también en Mr Tillman —riéndose de sí mismo—, pero nada fue como escuchar Pure Comedy, la canción que ataca al corazón mismo de lo grotesco. Todo es una pura comedia y Misty se movió imparable sobre el escenario, se subió sobre los altavoces y movió las manos como si dibujase pensamientos en abstracto, tal que un Picasso rompiendo el molde. Aquello sonaba a gloria, extremadamente fino para ser un macrofestival, incluso cuando se trató de canciones nuevas de su recién publicado disco. Disappointing Diamonds Are the Rarest of the All, perteneciente a su nuevo disco God’s Favorite Customer, convencía en directo en su diatriba existencial.
Todos tenemos demonios, pero hay fantasías en las que merece la pena creer, aún todo lo demás sea impostado. Cuando Father John Misty cantó I Love You, Honeybear, con esa presencia estética a lo David Bowie, con ese romanticismo a lo Leonard Cohen, con ese sentimiento desbordado a lo Tom Waits, solo quedaba una opción: ser seducido. El crooner que odia la sociedad moderna te convencía: “Mi amor eres la única persona con la que quiero hundirme en el barco / el futuro no puede ser real / yo apenas sé qué momento es / quedémonos desnudos en la cama… porque todo está bien / no entres en la desesperación / porque te amo". Father John Misty, un último romántico, un magnífico documentalista emocional, un clásico de nuestros tiempos.
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