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Un ‘goya’ para Adolf Hitler

Un libro analiza la instrumentalización franquista del patrimonio artístico español durante la Segunda Guerra Mundial

El miércoles 1 de febrero de 1939 se reunieron en la ciudad de Figueres, en el norte de Cataluña, las Cortes de la Segunda República. La guerra civil española, iniciada en julio de 1936, estaba entrando en la fase final. Dos días después, al anochecer, a la luz de los faros de un automóvil, se firmó en la fortaleza de San Fernando el denominado Acuerdo de Figueras, que permitía la salida de España del patrimonio artístico depositado en el norte de Cataluña. En aquel castillo, así como en el de Peralada y en La Vajol se guardaban algunas de las piezas más importantes del patrimonio nacional, que habían sido evacuadas de Madrid y otros lugares como medida de prevención. El Comité Internacional para el Salvamento de los Tesoros de Arte Españoles, del que formaban parte los principales museos del mundo, tuvo un papel decisivo en las negociaciones.

De esta cuestión, así como de la permanencia en el extranjero de estas obras artísticas hasta su retorno a la España de Franco, una vez finalizado el conflicto civil, se ocupó hace una década Arturo Colorado en un libro titulado Éxodo y exilio del arte. La odisea del Museo del Prado durante la Guerra Civil (Cátedra). Desde entonces ha seguido investigando estos temas, extendiendo sus minuciosas pesquisas a los años de la Segunda Guerra Mundial. El resultado de este empeño es otra obra excelente: Arte, revancha y propaganda.

Sostiene Colorado que la recuperación, reivindicación y utilización de los bienes patrimoniales españoles constituyeron un elemento básico de propaganda en los años de construcción del nuevo Estado franquista. El recibimiento en 1939 del Cristo de Medina­celi o el de la Virgen de Covadonga, la llamada Santina, fueron apoteósicos. En general, la recuperación patrimonial fue algo descoordinada y poco eficaz, a diferencia de lo ocurrido con los bienes económicos en el extranjero. Las tensiones internas del régimen afectaron a este campo, tal como muestra la figura del pintor José María Sert, parcialmente malquerido por las nuevas autoridades, pero imprescindible por sus contactos y prestigio fuera de España.

'La marquesa de Santa Cruz' (1805), de Goya.
'La marquesa de Santa Cruz' (1805), de Goya.Museo del Prado

Tras el complejo retorno a España de los tesoros evacuados durante la Guerra Civil, destacan, en este periodo, las reparaciones históricas planteadas por el franquismo tras la ocupación alemana de Francia, aprovechando la debilidad del régimen de Vichy, que se plasmaron en un convenio franco-español de desigual intercambio de obras. Las llegadas a España de la Inmaculada de Murillo —robada por el mariscal Soult durante la guerra de la Independencia—, de la Dama de Elche, del tesoro visigótico de Guarrazar o de documentos del Archivo de Simancas fueron presentadas y vividas como victorias contra un viejo enemigo secular.

El coqueteo con los gerifaltes nazis queda ejemplificado con la intrincada historia de la adquisición de la pintura La marquesa de Santa Cruz, de Goya, para regalarla a Hitler. El esfuerzo por hacer olvidar todo lo anterior y acercarse a los aliados acaba de completar el panorama de la época, con una política sobre el patrimonio siempre vinculada a los intereses estratégicos del régimen franquista. La propuesta de evacuación de las obras del Museo del Louvre a España constituye una buena muestra de los cambios provocados por la fase final de la guerra en Europa y el declive nazi. La instrumentalización se impuso, al fin y al cabo, como bien muestra Colorado, a la estricta recuperación patrimonial.

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Autor: Martín López-Vega González .


Editorial: Ediciones Cátedra (2018).


Formato: tapa blanda (512 páginas)


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