El apocalipsis sostenible
La película es una ficción que se desarrolla a través de no pocas esencialidades del cine documental, pero con la valentía de su libérrima actitud
Un final sin fin. Un apocalipsis sostenible. Un estado de permanente excepción con estudiado retraso del hundimiento colectivo. Con estas durísimas frases se define en La fábrica de nada, película del portugués Pedro Pinho, la situación social y laboral de Europa en general y de su país en particular, donde la lucha obrera se da de bruces con las estrategias del poder empresarial, donde la adopción de posiciones de fuerza choca con subterfugios como la “reorganización”. Una obra extrema, de fundamentada radicalidad en el fondo, en las formas y hasta en su duración, tres horas, que emociona desde su absoluta coherencia con sus postulados políticos.
LA FÁBRICA DE NADA
Dirección: Pedro Pinho.
Intérpretes: Dinis Gomes, Américo Silva, José Smith Vargas, Carla Galvao.
Género: drama. Portugal, 2017.
Duración: 177 minutos.
Premio de la Crítica en la Quincena de Realizadores de Cannes, y Giraldillo de Oro del Festival de Sevilla, La fábrica de nada es una ficción que se desarrolla a través de no pocas esencialidades del cine documental, incluidas las entrevistas a cámara, pero con la valentía de su libérrima actitud, representada incluso por una loca secuencia musical. Pinho, en su cuarta película, dos de ellas documentales puros, aborda así el desmantelamiento de una fábrica de ascensores, con una profunda reflexión acerca de la perdurabilidad de las tradicionales tácticas de lucha obrera, en un siglo XXI que quizá demande nuevos tipos de defensa y de ataque. Y lo hace con una propuesta viva y doliente, de vuelo lírico, rodada en 16 mm, sin alharaca alguna, en la que nunca se busca la expresividad formal ni en la puesta en escena ni en la luz ni en el montaje.
El resultado de todo ello es un trabajo apasionante, de numerosos paralelismos con las históricas Numax presenta… (1980) y Veinte años no es nada (2005), ambas de Joaquin Jordá, con el que el espectador no tiene más remedio que inmiscuirse personalmente, convertirse en uno de los trabajadores, quizá porque lo sea en esencia, y en una situación en la que deambulará entre las diversas posiciones, individualistas de “toma el dinero y corre”, o de grupo sindical, como uno de los ascensores que ya no se manufacturan en la fábrica de nada en la que se puede convertir Europa.
Babelia
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