El ‘cowboy’ existencial
La inevitabilidad del fin, y de lo que viene después (o no), expuesta por un personaje ficticio aunque confundido con su intérprete, Harry Dean Stanton
En el último plano de la última película de Luis García Berlanga, París-Tombuctú, una gran pintada en un cartel al borde la carretera (de la vida), antes de una (última) curva, rezaba así: “Tengo miedo. L.”. Don Luis, de 78 años, lanzaba exactamente el mismo mensaje que el personaje protagonista de Lucky, en boca del actor Harry Dean Stanton, fallecido apenas dos semanas antes del estreno comercial de la película. La inevitabilidad del fin, y de lo que viene después (o no), expuesta con una misma sentencia por un gran vividor real como Berlanga y por un existencialista ficticio como Lucky, aunque confundido, casi fusionado, con su intérprete real. Así es la vida a la hora de la muerte.
LUCKY
Dirección: John Carroll Lynch.
Intérpretes: Harry Dean Stanton, Ed Begley Jr., Beth Grant, David Lynch.
Género: drama. EE UU, 2017.
Duración: 88 minutos.
“Hermosas arrugas; las tiene todas: las barras transversales de la frente, las patas de gallo, los pliegues amargos a cada lado de la boca (…). Es un hombre de suerte; aunque uno lo vea de lejos, piensa que ha de haber sufrido y que es una persona que ha vivido”, escribió Jean-Paul Sartre en La náusea, paradigma de la concepción existencialista, en un párrafo que bien podría servir para definir al protagonista de Lucky, película existencialista del maduro debutante en la dirección John Carroll Lynch, habitual actor, y escrita por otros dos guionistas debutantes, Drago Sumonja y Logan Sparks. Tres juguetones filósofos y estetas, cuatro si le unimos a Stanton, cinco si le sumamos a David Lynch, aquí actor, que han compuesto una obra preciosa y profunda desde la más absoluta sencillez expositiva.
Porque Lucky es al mismo tiempo western crepuscular de vaquero irredento, comedia surrealista en la que Lynch parece haber escrito sus propios diálogos (“El galápago planeaba su huida desde hacía días”), musical fronterizo de voz cavernosa y doliente, estética obra de arte alejada del naturalismo, en la línea de Jim Jarmusch, y drama de postulados filosóficos que supera cualquier moral. Una película sobre la esencialidad del espacio, de exquisita depuración narrativa, en la que pocas cosas ocurren cuando en realidad está ocurriendo todo, donde los días se añaden a los días, y donde tampoco hay fin. Aunque haya miedo.
Babelia
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