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“Lo primero que golpea la crisis es al libro”

La escritora griega Ersi Sotiropoulos recrea en la novela 'Qué queda de la noche' un episodio crucial en la vida del poeta Kavafis

María Antonia Sánchez-Vallejo
Ersi Sotiropoulos, en el Círculo de Bellas de Artes de Madrid.
Ersi Sotiropoulos, en el Círculo de Bellas de Artes de Madrid.VÍCTOR SAINZ

La escritora griega Ersi Sotiropoulos (Patras, 1954) recrea en la novela Qué queda de la noche (Sexto Piso) un episodio desconocido de la vida del poeta Konstantinos Kavafis (1863-1933), “un momento del que no hay testimonios" y que ha tenido que inventar haciéndose preguntas para reconstruirlo. El episodio en cuestión son tres días de la vida del griego alejandrino en París, en 1897, acompañado por su hermano John y lejos de la figura castrante de su madre. “Fue el único viaje de placer que hizo en su vida y en él Kavafis, lejos de la Alejandría provinciana de entonces, se topó con el París del modernismo, donde Proust empezaba a escribir y se daban cita artistas de todo el mundo porque era la meca de la cultura”.

La idea le vino a Sotiropoulos en 1984, cuando vivía en Roma y comisarió una exposición sobre el poeta. “Fue una etapa crucial, en la que Kavafis, entonces en la treintena, se plantea su identidad erótica, sexual, muy imbricada en su obra posterior. Antes de viajar a París sus poemas eran duros, secos; a partir de ese momento, se convirtió en el poeta que fue. No me interesaba la imagen que habitualmente tenemos de él como alguien envejecido, distante, sabio, sino el Kavafis que quería ser poeta. Porque Kavafis no tenía el talento explosivo de un Rimbaud, y en París dio ese salto descomunal a la poesía. Para mí, como escritora, esa historia fue el pretexto para averiguar cuál es el mecanismo de la creación literaria”.

Qué queda de la noche es la segunda novela de Sotiropoulos traducida al castellano. En 2008 llegó, rodeada de polémica, Zigzag entre naranjos amargos, por la que su autora recibió el mismo año los dos mayores premios literarios de Grecia (el Nacional de Literatura y el de la Crítica) y también el sonoro revés de la censura. “La justicia prohibió el libro porque un abogado fundador de dos grupos neonazis lo denunció y pidió que se retirara [de las bibliotecas escolares] por pornográfico, pero no había nada de pornografía en él, dudo incluso que lo leyeran quienes lo condenaron. Había una ideología detrás de todo esto”, explica. “Aunque nos parezca extraño, la censura vuelve, sí… Sin embargo, considero que mucho más peligrosa que la censura es la autocensura, que existe y es la de lo políticamente correcto, de lo que debe ser, todo eso que llegó de América y se ha extendido por Europa”.

Hablar de censura sin hacerlo de crisis —o de las veleidades del mercado, a menudo ligadas al estado de la economía— resulta difícil. “Grecia es un país pequeño, con una población pequeña [once millones de habitantes], y no hay salida para una gran producción literaria. La crisis lo primero que golpea es al libro, de manera que se publican solo los que los editores creen que se van a vender, en detrimento de la calidad. Las obras más difíciles, experimentales, te las van a rechazar, porque los editores arriesgan muy poco y no apuestan por obras que van a tener un público muy reducido, y esto vale tanto para la literatura griega como para la extranjera [traducida al griego]”, explica esta aficionada al riesgo: su última novela, Mporeís? (¿Puedes?), publicada el año pasado, es “una historia de amor sin narrador ni narración, contada a través de e-mails y SMS”.

Así que, con la excepción del fenómeno Márkaris, “que tiene muchos fans también en Grecia”, no ha lugar para apuestas de riesgo, y muy poco para exportar literatura contemporánea. “No existen ayudas a la traducción, por eso llega tan poca literatura actual al mercado extranjero. Por la crisis, cerró el Centro Nacional del Libro, también el de Traducción. Los grandes booms literarios, como ha pasado hace años en Escandinavia, han tenido detrás una decidida política cultural por parte del Estado, pero en Grecia eso no existe”. ¿Puede que esto explique también el general desconocimiento de la cultura griega contemporánea en España? “Para la mirada de los extranjeros, entre la Grecia de la antigüedad y la Grecia de la musaka y el mar no hay nada en medio, no hay ningún interés…”, lamenta.

Sotiropoulos no elude pronunciarse sobre la situación que vive Grecia, a punto de concluir el tercer rescate económico: “No tengo nada claro que Grecia vaya mejor. Ya no se habla de Grecia fuera, y por eso puede parecer que mejora, pero no lo sé. Somos el chivo expiatorio de una crisis global. El Estado social se deshace, los derechos adquiridos han desaparecido. Y la creación artística se relega. Dicen que el arte debe ser lo último en tiempos de crisis porque no sirve para nada, pero eso una completa estupidez. Es como el juego para los niños: no tiene la importancia de la leche, pero sin el juego no pueden crecer bien”.

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