La eternidad del arte atrapada en una piedra
El Prado rescata en una delicada muestra la fugaz tendencia del Renacimiento veneciano de la pintura sobre mármol y pizarra
Fueron los maestros del mundo clásico los primeros en utilizar el mármol y las piedras calizas en unas obras que por fuerza (de la naturaleza) estaban concebidas para ser eternas. El brillo del mármol, su resistencia y su óptima absorción del color, convirtieron a este soporte en una piel que permitía entablar un “diálogo con los dioses”. Pero fue en el Renacimiento, a comienzos del XVI, cuando algunos de los grandes artistas que creían haber superado todas las metas, tuvieron conocimiento de las sofisticadas técnicas utilizadas por los maestros griegos y romanos y no dudaron en utilizarlas. El Museo del Prado muestra algunos sobresalientes ejemplos de aquella técnica hasta el 5 de agosto en In lapide depictum. Pintura italiana sobre piedra 1530-1555. Una pequeña exposición por el número de obras (nueve), que gana en envergadura por cuanto se explica un capítulo poco conocido en la historia del arte, según asegura Ana González Mozo, restauradora del museo y comisaria de la exposición.
Situada en la sala D del edificio de Jerónimos, el montaje de la muestra tiene como piezas estrella las dos únicas obras realizadas por Tiziano sobre estos soportes, propiedad del Prado y restauradas para la ocasión con la ayuda de Iberdrola. Son La Dolorosa con las manos abiertas (óleo sobre mármol, 1555) y Ecce Homo (óleo sobre pizarra, 1547).
También del Prado es La Piedad, de Sebastiano del Piombo (óleo sobre pizarra, 1533-39), artista al que se le reserva el honor de haber reintroducido en el arte las complicadas técnicas del mundo antiguo. “Él es el primero en redescubrir aquellos secretos artísticos”, advierte la comisaria, “aunque se considera que es Tiziano quien demuestra haber aprendido perfectamente la lección”.
La sala incluye dos préstamos llegados de Nápoles: Retrato de joven (óleo sobre pizarra, 1553), de Daniele da Volterra y Teseo y el centauro, una pintura sobre mármol blanco fechada entre el año 20 antes de Cristo y el 37 después de Cristo.
González Mozo recordaba ayer el protagonismo que en el siglo XVI tuvo Venecia en la renovación de las técnicas artísticas debido al interés por el mundo clásico y la llegada de nuevos materiales procedentes del incipiente comercio con Oriente. “En las imprentas se editaban textos grecorromanos en los que se hablaba del arte del pasado. Los artistas querían que sus obras fueran eternas y supieron que la estabilidad de la piedra les podía permitir hacer posible esa necesidad de trascender”.
El mármol fue la roca preferida del mundo clásico para la policromía por su brillo, su resistencia y su buena absorción del color. Pero fue la pizarra, mucho más asequible, el soporte habitual en el Renacimiento para pintar. “El tono grisáceo de la superficie arcillosa y las hojitas de mica de su estructura producen, al incidir la luz, un resplandor que armoniza la imagen pintada y crea la ilusión de que los cuerpos emergieran de su interior. Estas propiedades permiten ampliar la gama cromática trabajando con menos pigmentos”.
Ante las piezas expuestas, la comisaria recuerda que Tiziano regaló el Ecce Homo que aquí se expone a Carlos V, y que la Dolorosa fue el último encargo que le hizo el emperador. “Tiziano dominó de manera genial este soporte. Estas dos obras le permitieron experimentar con métodos con los que no había trabajado nunca y medirse con los mármoles antiguos a la vez que satisfacía los gustos devocionales de su mecenas”.
Babelia
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