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El gran complejo penitenciario de la Alhambra

Los trabajos de adecuación de la mayor mazmorra alhambreña muestran la difícil vida de los prisioneros en la época nazarí

Javier Arroyo
La mazmorra de la Alhambra, en Granada.
La mazmorra de la Alhambra, en Granada.PEPE MARIN

El orificio de entrada era de algo más de dos metros. La luz llegaba con dificultad el fondo de la estancia, apenas un rato cada día, cuando el sol se encontraba justo encima de la embocadura de la mazmorra. El resto del tiempo, la penumbra, la humedad y el frío se apoderaban del recinto. Los sultanes nazaríes no construían mazmorras a nivel del suelo. Las construían en el subsuelo. Y poco tenían que ver con sus palacios. Agujeros subterráneos de entrada estrecha y base amplia, con paredes de piedra descarnada y acceso solo posible a través de una soga. Sin otra entrada posible, la posibilidad de escaparse era ínfima.

En el caso de la mayor prisión de la Alhambra, la mazmorra Grande del Secano, el prisionero debía dejarse caer por una cuerda hasta descender los 8,5 metros de altura, la distancia que separaba la entrada del suelo. Allí abajo, los recibía la humedad de la tierra, el frío del ambiente y la compañía de otros que ya conocían el percal, un círculo de algo más de 10 metros de diámetro en los que convivir hasta que algo pasara. Esta mazmorra, en la parte más alta de la Alhambra, en la colina de la Sabika, configura, junto a otras nueve, el mayor complejo penitenciario de la ciudad nazarí. No en vano, se sitúan junto a la Puerta de los nueve suelos o, según el nombre original nazarí, la Puerta de los pozos.

Pero como explica Jesús Bermúdez, conservador jefe de la Alhambra, "todo en el mundo nazarí tienen una doble función; todo es polivalente". La mazmorra, de hecho, no siempre estuvo habitada por prisioneros. Durante mucho tiempo, desde hace más de seis siglos, esa función carcelaria se alternó con la de almacenamiento. Para este uso, posiblemente, cuando se construyeron entradas más fáciles. Se dotó al agujero con una galería de acceso de 20 metros. Este complejo carcelario fue, alternativamente, un espacio de silos en los que se almacenaba "todo lo necesario para los trabajos de los talleres y las industrias que los sultanes necesitaban", explica Bermúdez. El conjunto de silos-mazmorras está situado en la zona alta de la Alhambra, en la zona que une la Torre del Agua, cercana ya al Generalife, con el Palacio de Abencerrajes, "la más aireada, la que convenía a las industrias nazaríes que desprendían olores y provocaban mucho ruido. También la más cercana al abastecimiento de agua". Su situación era también perfecta para esto. Almacenaron–probablemente, porque hasta este momento no se han encontrado restos de materiales "porque aún no se han realizado los trabajos arqueológicos que permitirían llegar al suelo original"– granos, semillas, especias, materiales, quizá pieles o pigmentos. En la superficie cercana, cuenta Bermúdez, "se encontraban los hornos de cerámica y vidrio, así como una tenería con varias albercas" para curtir y tintar el cuero.

Ser prisionero en la Alhambra implicaba también una jerarquía. La zona de la mazmorra Grande era la más poblada, pero no la que acogía a los prisioneros importantes. Esos eran de segunda fila. Los que realmente importaban al sultán del momento se alojaban más abajo, en alguna de las seis mazmorras, algo más pequeñas que las de la zona de la Puerta de los pozos, en la zona de la Alcazaba, la fortaleza militar de la zona palatina. Allí, a las dificultades naturales de la disposición de la mazmorra, se unía la cercanía del destacamento de soldados encargados de defender al sultán, la élite militar del reino.

La mazmorra Grande del Secano ha sido objeto de trabajos de consolidación y mantenimiento que le permitirán aguantar otros tantos siglos. Sin embargo, aún no ha desvelado todos sus misterios. Algún día, nuevos trabajos arqueológicos descubrirán el suelo que pisaron los prisioneros de la primera época. Será entonces cuando quizá sepamos algo más de la miserable estancia que allí pasaron o descubramos alguna semilla perdida.

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