El abuelo (cree que) tiene un plan
Lo que comenzó siendo una nueva versión de la intocable 'Cuentos de Tokio' ha acabado, dos películas después, con un anciano machista y faltón conduciendo por la ciudad


El cine es tan apasionante que la amplia línea que separa una de las grandes películas familiares de Yasujiro Ozu de una de las malas de Pedro Lazaga es capaz de cruzarla un director japonés en apenas un lustro, y sin que algunos se den cuenta, invocadores impertinentes del espíritu del maestro japonés cuando el que grita por ahí es Paco Martínez Soria. Con toda seguridad Yoji Yamada no habrá visto La ciudad no es para mí, Abuelo made in Spain y El abuelo tiene un plan, pero casi 50 años después está haciendo películas de semejante corte y confección, aunque en idioma nipón. La última, Verano de una familia de Tokio, tercera entrega de las desventuras de una prole de idiotas de tres generaciones distintas, tras Una familia de Tokio (2013) y Maravillosa familia de Tokio (2016), de notable éxito en los cines españoles de versión original, y que ha provocado incluso un remake en China. "¿La cultura popular?", que cantaba Siniestro Total. No, la tontería global de toda la vida.
Lo que comenzó siendo una nueva versión de la intocable, deslumbrante e imperecedera Cuentos de Tokio (Ozu, 1953) ha acabado, dos películas después, con un anciano machista y faltón conduciendo por la ciudad junto a una especie de doble narrativa de Florinda Chico a la japonesa. Yamada, de 86 años y con casi cien películas a sus espaldas, ha compuesto una película de anciano decrépito, chistes rancios y situaciones alargadas, rodada a la ligera como una comedia de situación de canal televisivo de bajo coste, y en la que se presenta un país en el que cualquier personaje que se presente por la casa, ya sea un repartidor de comida rápida, un policía o un enfermero, no va mucho más allá del encefalograma plano.
Algo que tendría cierta gracia si el retrato llevara aparejado una crítica de algún tipo, un análisis certero del desvarío familiar, de las sempiternas luchas de poder y las rencillas en cualquier casa de vecinos, o, en fin, de la amarga vejez. Sin embargo, excepto un par de frases en la parte final del relato, cuando abandona por un momento el vodevil para acercarse al melodrama, Verano de una familia de Tokio es el escalón más bajo de una saga que comenzó aspirando a la quietud, el humanismo y la depuración estilística de Ozu y ha acabado soltando añejos improperios para las nueras.
Y no será la última, Yamada está en fase de posproducción de la cuarta entrega.
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