Miguel Herrán: “Mi círculo no era sano. Hay amigos de la infancia a los que quise ayudar y traer a mi terreno, pero fue imposible”
A sus 29 años, el malagueño es uno de los ídolos de su generación, pero también un actor que sabe dónde va. Ahora encarna a un prisionero de la División Azul en ‘La tregua’


La historia de cómo Miguel Herrán (Málaga, 29 años) llegó a ser actor después de que Daniel Guzmán se lo encontrase en la calle y le ofreciese hacer su primera película, A cambio de nada (2015), por la que ganó el Goya al mejor actor revelación, es muy conocida. No lo es tanto el segundo trabajo que hizo, una insólita incursión de ocho minutos en Bollywood donde cantaba y bailaba para promocionar una plataforma llamada Gaana, el Spotify de India. “A última hora, al chico protagonista que venía no le dieron el visado y tuvieron que buscar un sustituto”, explica. “Miriam Ruiz Mateos, la productora de A cambio de nada, tenía encargada la producción española del anuncio y, como yo era muy moreno de piel, pensó que si me daba rayos UVA igual pasaba por indio”. Dos días después de la sesión de belleza, ahí estaba Herrán defendiendo un texto en hindi aprendido fonéticamente para dar la referencia, aunque luego no fuese su voz la que se escuchase. “No tenía nada que ver, ¡parece que me dobló un señor de 150 kilos después de fumarse cuatro puros!”, dice hoy.
Bien sabe el actor que los caminos torcidos, a veces, conducen a metas sorprendentes. Pocos menores de edad encuentran su porvenir paseando un martes a las dos de la madrugada por el barrio madrileño de Arapiles junto con Ricardo y El Billy, los amigos que Herrán recuerda que le acompañaban cuando se cruzaron con Guzmán, por entonces, para ellos, “el de Aquí no hay quien viva”. “Nos hacía preguntas tipo: ‘¿Tenéis calle hecha?’, y nosotros nos descojonábamos, porque sonaba como esos padres que te dicen: ‘¿Has fumado costo?’ ¡Actualízate, tío!”, rememora, partiéndose todavía de risa. El entonces quinceañero estuvo cerca de tirar la oportunidad a la basura. Después de varias pruebas malas, cuando el director le llamó para presentarse una quinta vez, llegó a la conclusión de que, probablemente, estaba interesado de verdad en él. “Era un chaval sin cabeza ninguna, un viva la vida. Para mí todo era liarla petarda y salir todo lo que podía”.


Y así, Miguel Herrán acabó en un gulag: diez años después de aquella película que le valió el Goya, estrena La tregua, producción bélica ambientada en un campo de trabajo soviético en Kazajistán. Su llegada a cines está programada para el 10 de octubre, previa presentación fuera de concurso en el Festival de Cine de San Sebastián, a finales de este mes. Dirige Miguel Ángel Vivas, a quien Herrán conoció en La casa de papel (2017-21), el título que, dentro y fuera de nuestras fronteras, familiarizó a millones de espectadores con su rostro. Otro triunfo a la primera: aquel fue su debut en la pequeña pantalla. “De repente, pierdes tu anonimato y pasas a convertirte en una persona que parece que todo el mundo adora y conoce. Llegas a un restaurante que tiene una lista de espera de un mes y justo hay una mesa libre. Es fácil que te creas que eso es real o que es el trato que te tiene que dar la sociedad, pero es efímero. Eres famoso en el momento de más éxito de la serie o la peli que hayas hecho, pero tienes que entender que luego eso baja”.
No quiero ser un icono, ni revolucionar nada, ni pretender que la gente se quede loca”
Por eso, el actor novel que hace una década sorprendía con declaraciones como que su objetivo a los 30 era estar vivo ahora es alguien centrado en la construcción de una carrera. Dice que se fija en Luis Tosar, Javier Gutiérrez o Karra Elejalde, actores de trayectorias largas y estables, que nunca han dejado de trabajar ni se han emborrachado de su éxito. “Tienen una fama tranquila, creada desde el respeto, esta cosa de prestigio y, a la vez, de ser queridos por la industria. Hacen todo tipo de proyectos, algunos muy profundos y muy bonitos, y eso es lo que a mí me gustaría. No ser un icono, ni revolucionar nada, ni pretender que la gente se quede loca”.


Tampoco va por mal camino. Hace dos años reeditó nominación al Goya por su papel principal en Modelo 77 (2022), drama sobre la COPEL (Cooperativa de Presos en Lucha), la organización por los derechos de la población penitenciaria que quedó fuera de la Ley de Amnistía de 1977, con el paso a la democracia.
Su anterior estreno, la miniserie de Netflix Asalto al Banco Central (2024), contó otro episodio poco recordado de la Transición: el secuestro en Barcelona de más de 200 rehenes, dos meses después del 23-F, por parte de unos atracadores que exigían la liberación de los responsables del intento de golpe de Estado. ¿Hay un renovado interés por contar la historia reciente en el audiovisual español? “Yo creo que hay que ser conscientes del lugar del que venimos para poder ubicarnos en el presente. Cuando hablan de que España es un país supermoderno… España, literalmente, era una dictadura hace 50 años. Y 50 años no son nada, no es tiempo para que cambie tanto un país”, opina.
“Cuando hablan de que España es un país supermoderno… España, literalmente, era una dictadura hace 50 años. Y 50 años no son nada"
En La tregua, Herrán viaja unas décadas atrás, hasta los años cuarenta. Interpreta a Salgado, militar de la División Azul capturado en el frente ruso. Pese al cliché de que se producen muchas películas sobre la Guerra Civil o la posguerra, no son tantas las que han retratado a la División Azul, porque el apoyo de España a Hitler sigue siendo, al fin y al cabo, un tema tabú y una de nuestras vergüenzas nacionales. No obstante, además de aquellos que lucharon del lado de los nazis, a los campos soviéticos fueron a parar también algunos republicanos españoles. Aunque no hay cifras oficiales, Aleksandr Solzhenitsin mencionó el fenómeno en su célebre investigación Archipiélago Gulag (1973), mientras que la historiadora Luiza Iordache Cârstea, en Cartas desde el gulag (2020), estimó que fueron en torno a 345 personas, más de la mitad llegadas a Rusia como niños de la guerra. En algunos casos, se les acusaba de traición o de desafección a Stalin por querer regresar a la España de Franco una vez concluida la Guerra Civil.


En la lucha por sobrevivir en las circunstancias miserables de los campos, se forjó una curiosa camaradería entre republicanos y franquistas, escenificada en la relación de amistad que mantienen en la ficción el personaje de Herrán con el capitán republicano al que interpreta Arón Piper. Una historia sobre superar las diferencias en un contexto de crisis, inevitablemente con ecos en el presente. “El tema de la película es que, en el fondo, los bandos y las posiciones políticas no deberían importar o ser una diferenciación social como para segmentar una población”, cree Herrán. “Es importante una película como esta en una época como la actual. Aunque se dice que luchamos mucho por la igualdad, yo noto un cambio a algo cada vez más dividido, con cada vez más etiquetas. El que es de una vertiente ahora piensa de una manera más extrema que antes”.
“No me considero vigoréxico, no creo que tenga un problema. Soy muy realista con el cuerpo que tengo y con mis propias exigencias, sin compararme con nadie. No lo vivo como una obsesión”
Rodada en su mayor parte en el aeródromo de Dima, en Bizkaia, con un presupuesto que el productor ejecutivo Emilio A. Pina cifra en torno a diez millones de euros, el actor admite que hubo jornadas nocturnas duras, de mucho frío, pero que, en su mayor parte, no fue algo sufrido. Días de oficina para un actor acostumbrado a películas complejas —Valle de sombras (2023), su anterior largometraje, se rodó en el Himalaya— y aficionado a los deportes de riesgo. Con fama de llevarse los papeles muy a lo físico, esta vez cuenta que se tomó con calma la caracterización y adoptó una dieta “muy baja en grasas y carbohidratos” para que en la cara se marcase el desgaste sin necesidad de perder masa muscular, algo que sí fue difícil para él en Modelo 77.


“A cualquier persona que le guste verse bien y trabaje para ello, siempre que tenga que llevar a cabo un cambio drástico por exigencias profesionales, le va a costar. Por ejemplo, lo que hace Santiago Segura en las películas de Torrente a mí me parece una locura. No sé cómo lo llevaría mentalmente”. Herrán, que ha reconocido su fijación en diversos momentos de su vida por tener un cuerpo musculoso, asegura estar “bastante tranquilo con ese tema últimamente. No me considero vigoréxico, no creo que tenga un problema. Soy muy realista con el cuerpo que tengo y con mis propias exigencias, sin compararme con nadie. No lo vivo como una obsesión”.
En 2024, quizás el año más agitado de su existencia, Herrán sufrió un percance físico importante, un accidente de moto que amenazó con tenerle en el dique seco durante un año y que no pudiera volver a mover el brazo derecho por encima de la cabeza. “Al final, la recuperación duró dos meses. Tengo la clavícula operada, enganchada con un cable de acero y tres tornillos, pero tengo ya los ligamentos recuperados. Me atrevería a decirte que tengo el brazo mejor que antes”, afirma. ¿Qué pasó? “El asfalto estaba frío y el neumático también. Cuando están fríos, se vuelven como un taco de madera. Entonces, según empecé a tumbar la moto en una curva, se me fue a la derecha y yo me fui recto contra un quitamiedos. Tuve la suerte de que golpeé justo contra el inicio del quitamiedos con la clavícula, me escupió hacia arriba, golpeé con el segundo quitamiedos en la espalda y ya caí fuera de la carretera”.


Los otros dos grandes sucesos que vivió el pasado año fueron, evidentemente, su paternidad y, apenas seis meses después del nacimiento de su hija María, el anuncio de su ruptura con Celia Pedraza, la madre de la niña. En junio de este año, se dejó ver en el Roland Garros junto a una nueva pareja, Livia Segado Cieszynski, de 22 años. Herrán prefiere eludir las cuestiones conyugales, pero sí cuenta que su progenitora, que le crio a él como madre soltera en Madrid, está encantada de que la haya hecho abuela. “Le ha dado la vida. Es que mi madre es muy madre, tiene mucho esto de mamá gallina, de cuidar. Es una muy buena persona y para mí es un gran apoyo”, describe emocionado. “Su manera de concebir la vida es muy familiar, le encanta llevarse a María al parque o a la piscina, y cada vez que sale de casa vuelve con más chupetes, con más juguetes, más ropa…”.
Herrán admite que no vuelve mucho por su Málaga natal, a la que ahora encuentra “muy turística, con casi todo el centro lleno de pisos Airbnb, de alquiler u hoteles”. Sin embargo, este año abrió allí, en el barrio del Palo, su primer negocio: una pizzería llamada Casa Bella Ciao, en homenaje a La casa de papel y la presencia que en ella tenía el himno antifascista italiano. Herrán no se hace a la idea de cómo hubiera sido su vida de no haberse dedicado a la actuación. Aparte de su amistad y gratitud eterna hacia Daniel Guzmán, a quien lamenta ahora ver menos —“el poco tiempo que tengo libre lo paso con mi hija”—, no conserva mucho trato con el círculo que lo rodeaba antes de dar el salto al cine.
“Si tengo una pareja, quiero sacar la mejor versión de ella y que ella saque la mejor versión de mí. No quiero tener una pareja que saque lo peor de mí”
“Tuve que sacrificarlo porque no era un círculo nada sano. Cuando tú quieres salir de unas circunstancias, pero no de la gente que está en esas circunstancias, es muy probable que te acaben atrayendo otra vez. Hay amigos de la infancia a los que quise ayudar y llevar a mi terreno, pero fue imposible”. Por su afición a las motos, el intérprete cree que quizás, de no haber tenido aquel golpe de suerte, podría haberse reinventado como mecánico. “Es verdad que mucha gente de lo que era mi círculo luego, en el fondo, ha encontrado su camino. Uno es chef en Ibiza, uno de los mejores sushi makers de España. Otra se ha dedicado a llevar la cadena de restaurantes del padre y le va de puta madre, porque se lo ha tomado súper en serio. Otros que prometían muchísimo cuando éramos jóvenes, de repente, se pusieron a fumar canutos y ahora están todo el día en el sofá con treinta palos. La vida cambia tanto que no te sabría decir”.
Ello no significa que ahora ponga por delante relacionarse con gente del gremio: “Yo tengo muy, muy pocos amigos actores, muy poquitos. Se cree que en nuestro trabajo, cuando haces de amigo de alguien, lo eres, pero somos compañeros, nuestro trabajo es fingir esas emociones”. Para alguien curtido en el barrio, ¿es tal vez un mundo demasiado superficial y basado en el interés? “Bueno, que haya un intercambio de intereses no quiere decir que una relación tenga que ser sucia. Si yo soy una flor, necesito que una abeja me polinice, y si yo soy una abeja, necesito el néctar de la flor para alimentarme. Eso es un interés cruzado. Cuando uno busca una relación de pareja, creo que esos intereses deben darse. Si tengo una pareja, quiero sacar la mejor versión de ella y que ella saque la mejor versión de mí. No quiero tener una pareja que saque lo peor de mí. Entonces, los intercambios de intereses son una cosa muy normal y muy común en las interacciones de los seres vivos, hasta en las plantas y en los animales”. O, incluso, en los campos de concentración kazajos.
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