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Columna
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‘Asalto al Banco Central’, política y delincuencia

La serie utiliza con habilidad documentos reales de la época que permiten contextualizar los hechos en un tiempo convulso

Una imagen de la serie 'Asalto al Banco Central'.
Una imagen de la serie 'Asalto al Banco Central'.
Ángel S. Harguindey

No tiene mucho sentido descubrir a estas alturas la eficacia narrativa de Daniel Calparsoro, pero si tuviera alguno bastaría con contemplar los cinco capítulos de Asalto al Banco Central, uno de los episodios más extraños de los primeros años de la llamada Transición española, y del que ya se había realizado un largometraje.

La extrañeza del caso reside en las posibles, y nunca aclaradas definitivamente, relaciones entre los delincuentes que llevaron a cabo el robo y algunos turbios políticos con igualmente turbias aspiraciones al poder. Un atraco en el que, al parecer, la figura del teniente coronel Manglano resulta clave para el desarrollo de la trama, teniente coronel que accedió a la dirección general del CESID y de la que tiempo después fue cesado al comprobarse que algunos de sus subordinados habían grabado ilegalmente conversaciones privadas de las más altas autoridades del Estado para, imaginamos, poseer varios ases en la manga por si venían mal dadas.

La serie, que exhibe Netflix, utiliza con habilidad documentos reales de la época que permiten contextualizar los hechos en un tiempo convulso, por ejemplo con lo relacionado con el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, otro de los episodios históricos sobre los que se han escrito y comentado todo tipo de explicaciones más o menos razonables o delirantes. El atraco al banco ocurrió el 23 de mayo de 1981, exactamente tres meses después de la iniciativa del teniente coronel Tejero de secuestrar el Congreso con todos los diputados dentro, y anótese el dato de que en el atraco también hubo más de 200 rehenes, moneda de cambio de los atracadores si no se liberaban al ya citado Tejero y a otros tres responsables de lo que la televisión sueca, en su día, describió como “un torero invade el Parlamento español”, por aquello de la confusión nórdica entre el tricornio y la montera. Si hay algo claro es que lo turbio fomenta los análisis interesados, las interpretaciones en las que la objetividad deja paso a las subjetividades favorables a determinados intereses, en este caso a quienes anhelaban sacar tajada política utilizando a 11 delincuentes que a su vez anhelaban los 800 millones de pesetas depositadas en la entidad bancaria.

Y ya para terminar, dejar constancia de un excelente reparto en el que destacan Miguel Herrán, María Pedraza, Patricia Vico, Isaac Férriz y Hovik Keuchkerian.

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