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Columna
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‘La última noche en Tremor’ y ‘La confidente’ o el desequilibrio mental

Si Golpes Bajos cantaban que eran malos tiempos para la lírica, ahora son malos tiempos para las desdichas, es decir, para estas dos series

Carla Quílez (Bea) y Jordi Catalán (Bruno), junto a Ana Polvorosa en el cuarto episodio de 'Última noche en Tremor Beach'.
Carla Quílez (Bea) y Jordi Catalán (Bruno), junto a Ana Polvorosa en el cuarto episodio de 'Última noche en Tremor Beach'.Netflix
Ángel S. Harguindey

Si, como afirmaba Godard, “La fotografía es verdad, luego el cine es verdad 24 veces por segundo”, habrá que afirmar que si la desgracia es terrible, la serie La última noche en Tremor es terrible 24 veces por capítulo de los ocho que la conforman. Pocas veces una serie engloba tantas desgracias como las que sufren los protagonistas de la historia creada por Oriol Paulo y Jordi Vallejo. ¿Lo mejor?: el pueblo en el que transcurre la acción —Puerto de Vega, en Asturias—, los paisajes que lo rodean y la reaparición, al menos para el que suscribe, de Guillermo Toledo, afamado iconoclasta, no hace mucho y estupendo actor.

Claro que para que una serie reúna tal cantidad de desgracias es necesario que abunden también en sus personajes principales. A saber: madre con esquizofrenia, hijo sensible, compositor al que le cayó un rayo y sufre alucinaciones, nieto con visiones, novia que fue violada colectivamente en su Francia natal y los mejores amigos con un pasado turbio y buscados por la Interpol. Se puede pedir más, pero es difícil. El problema de la serie del catálogo de Netflix es que coincide con unos informativos televisivos que muestran constantemente las consecuencias de un temporal que lo arrasó todo.

Desgracias ficticias y desgracias reales, circunstancias que, probablemente, impiden valorar la realización e interpretación con ecuanimidad, pues aunque sean correctas, el cúmulo de desgracias por capítulo es tal que el espectador está deseando que se acabe cuanto antes.

Si Golpes Bajos cantaban que eran malos tiempos para la lírica, ahora son malos tiempos para las desdichas. Y, ya que hablamos de desdichas habrá que dejar constancia de La confidente, (Max), que en sus cuatro capítulos nos muestra una variedad de desequilibrio mental, el de Christelle Blandin —una extraordinaria Laure Calamy— que suponemos tiene una cualificación psiquiátrica y que en palabras más sencillas cantó Cecilia: “Sería la novia en la boda / El niño en el bautizo /El muerto en el entierro / Con tal de dejar su sello”, una necesidad compulsiva de ser el centro de la atención. Y es que la señorita Blandin se encontraba en los aledaños de la sala Bataclan cuando se produjo el terrible atentado en 2015, una ocasión perfecta para hacerse pasar por la compañera de un malherido imaginario. Tres años después, en 2018, fue arrestada por la policía al descubrirse el engaño de quien quería dejar su huella por encima de todo.

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