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Pamuk, en el pozo de las leyendas

El premio Nobel turco construye una sugerente novela política en ‘La mujer del pelo rojo’. El escritor presenta en España el libro, que le ha acompañado durante 25 años

Carles Geli
El premio Nobel Orhan Pamuk, fotografiado en Barcelona momentos antes de la presentación de su ultimo libro 'La Mujer de pelo rojo'.
El premio Nobel Orhan Pamuk, fotografiado en Barcelona momentos antes de la presentación de su ultimo libro 'La Mujer de pelo rojo'.Carles Ribas (EL PAÍS)

Orhan Pamuk vive en un pozo. Metafóricamente, claro: se desplaza buena parte del año a EE UU a impartir clases en la Universidad de Columbia, pero vive en Estambul y en 2004 ya tuvo un serio susto judicial con el Estado turco que acabó más o menos sobreseído y por el que durante cinco años llevó guardaespaldas tras denunciar las persecuciones históricas de armenios y kurdos y la creciente falta de libertades en su país. Por eso sorprende relativamente que él, único premio Nobel de las letras turcas, deba pedir a la prensa en Barcelona, donde ayer ofreció una charla en el CCCB en el marco del programa Kosmópolis —a rebufo de la presentación de su último libro, La mujer del pelo rojo (Literatura Random House; Més Llibres, en catalán)—, que no se le pregunte de política, porque no hablará. Probablemente tampoco lo haga mañana, cuando presente la novela en el Espacio Fundación Telefónica, en Madrid.

Confiesa Pamuk (Estambul, 1952) casi como si fuera un defecto que sus novelas, esas cuyas primeras páginas puede llegar a reescribir “hasta 50 veces; luego, las cosas ya salen más fluidas porque suelen llevar muchos años conmigo”, están cargadas de ideas. La que es su décima novela, La mujer del pelo rojo, no es una excepción. “La escribí en 2016 en Estambul, pero la tenía en la cabeza hace ya 25 años: estaba acabando El libro negro y en un terreno al lado de casa vi trabajando a un maestro pocero y el trato que mantenía con el joven aprendiz: estudié la relación entre ellos, cómo le chillaba durante el día y, al caer la tarde, era casi afable con él, se preocupaba por lo que comía… Ahí vi parcialmente reflejada la relación con mi padre ausente y un día que vinieron a pedirme agua, trabé amistad, les hice hablar y así ensanché mi banco de historias”.

Siempre con un pie dentro y fuera de ese pozo metafórico y también en el de la novela —el pulso entre la tradicional vida del campo y la revolucionaria de la ciudad; Oriente y Occidente, religión clásica musulmana y secularización europea—, Pamuk hace confluir en la historia entre estos dos personajes donde sobrevuelan culpa, paternidad y, claro, identidad, dos mitos culturales. Por un lado, está el parricidio por antonomasia, el Edipo rey, de Sófocles; por otro, el filicidio que se da en la historia de Rostam y Sohrab, del poeta persa Ferdousí, en la epopeya El libro de los Reyes. Uno haciendo de espejo inverso del otro. “Los dos cometen el crimen sin saberlo, lloran por ello, pero su ansiedad es más profunda, porque lo que hicieron fue, en el fondo, sin querer, son parcialmente no culpables, y esa ansiedad a veces legitima el asesinato”.

En esa línea, Pamuk da un paso más y asocia la relación paterno-filial, por un lado, con la individualidad (“es el aprendizaje, el que indaga, en Sófocles”) y, por otro, con el autoritarismo (“es el mensaje de la tradición cultural de mi parte del mundo”).

El padre del autor de Me llamo Rojo era elegante, culto, refinado, pero no estaba nunca. No es La mujer del pelo rojo, sin embargo, un ajuste de cuentas. “No tengo queja de ese padre ausente: que fuera así me hizo más libre, no quedé aplastado por la figura paterna como le ocurrió a casi todos mis amigos, abducidos por los pachás, los militares, las figuras autoritarias…; mi padre era un librepensador, en su biblioteca estaban Sartre y Camus… Mis valores europeos me los dio él. Sí, quizá me faltó ternura, pero a cambio recibí mucha libertad y eso me permitió ser escritor, artista”, casi se confiesa quien no acabó nunca ejerciendo ni de arquitecto ni de periodista, carreras que cursó.

Buena parte del libro se sustenta en una gran metáfora, que es claro, el pozo. “Ya la utilicé en El libro negro… es una imagen que bebe de la tradición de la literatura de Oriente Medio: el agua escasea, es vital encontrarla para la civilización; incluso en el Antiguo Testamento está en el episodio de José y sus hermanos que noveló Thomas Mann, cuando lo dejan en un pozo seco a la espera de que tomen una decisión sobre su futuro… El pozo también dibuja la inutilidad de la acción humana, de ese infinito quehacer muchas veces infructuoso; pero si surge el agua, una civilización puede prosperar”. Es, además, la parte más realista del libro, en la que se describe cómo se cava manualmente aún hoy un pozo a la antigua usanza: el inevitable puente que siempre muestra el autor para abordar el choque entre tradición y modernidad en su país.

Las dobles lecturas del mensaje de Pamuk afloran como la humedad previa del pozo de donde se intuye agua. “Si el destino está marcado, eso te tocará vivir; en Sófocles o en Ferdousí, culpa y destino están íntimamente relacionados: cumples tu destino precisamente al querer evitarlo”, reflexiona. Y asoma el profesor universitario: “Los posfreudianos nos sentimos mal por Edipo, le estamos perdonando por la transgresión; en el caso de Firdusi, cuando nos sentimos mal por el padre legitimamos al Estado-padre que mata, que aplasta a sus hijos… Hace 25 o 30 años que tenía esta historia en mente y ha sido al ver los derroteros autoritarios de mi país cuando he optado por explicar la historia; o sea, sí, es una novela política, pero a nivel antropológico, juego con ideas”, dice en su único desliz comprometedor.

La mujer del pelo rojo la acabó Pamuk poco antes del misterioso golpe de Estado contra Erdogan, con lo que parece un presagio. “Las buenas novelas y los buenos novelistas son siempre profetas sin saberlo, ingenuamente… Yo solo quiero hacer pensar a la gente por qué votan por padres que aplastan a sus hijos… Quizá es por eso por lo que mi novela está funcionando mejor ahí… o porque es la más breve”, bromea quien, sin embargo, se define como “una persona solitaria y gruñona”. O a lo mejor está siendo solicitada porque, como decía Heráclito, si acaso la verdad está en algún sitio, quizá sea en el fondo de un pozo.

El ‘peligro’ de las pelirrojas

Una de las imágenes que sustenta el libro es la joven pelirroja que da pie al título y que distorsionará fatalmente la relación entre maestro pocero y aprendiz. "Desde Shakespeare a Sylvia Plath, el pelo rojo es símbolo de mujer sin control, de rabia, de fuerza incontrolada; en mi mundo, además, tiene algo de artificial: quien se tiñe es una artista, quizá ligera de cascos y sexo fácil; tiene, pues, connotaciones negativas… ¿Por qué se tiñen, entonces, en mi mundo? Porque quieren marcar distancias, no aceptar reglas, no plegarse a su destino, no someterse… Es un grito, un posicionamiento cultural, político y sexual", resume Orhan Pamuk. No es la primera vez que hace de sus mujeres seres fuertes y de lenguaje poderoso en sus novelas; otro ejemplo está en Una sensación extraña, donde, de las tres féminas principales, dos cometen la "osadía" de fugarse para casarse con quienes ellas han elegido. La joven pelirroja en cuestión pertenece a una compañía teatral itinerante y contará su versión de lo ocurrido en el último tercio de la obra. Parte de la crítica ha elogiado, precisamente, el registro de lenguaje con que Pamuk la ha dotado, el más brillante, y que contrasta con la voz trivial del maestro pocero o la plana, sin pretensiones, del joven. Ahí de nuevo asoma la biografía de Pamuk, hombre con un pie en cada parte del puente entre Oriente y Occidente: creció junto a dos tías que solían ridiculizar a unos maridos claramente deficientes.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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