Ritmo y conciencia de clase

“Se cansaron de esperar a sus hijas a que saliesen de clases de baile y decidieron no sólo apuntarse, sino formar un grupo (…) que han llamado Las Mamis”. Con esta escueta nota biográfica se resume, en la página web del espacio televisivo Got Talent, la esencia del grupo de danza urbana, integrado por mujeres de mediana edad de Badalona, que Fernando Colomo ha utilizado como inspirador punto de partida de su última comedia, trabajo que equilibra un cierto espíritu de la época –los tiempos de la hipervisibilidad mediática, los vídeos viralizados y el estrellato efímero como herramienta de autoafirmación- con una acusada conciencia de la historiada rentabilidad ética de asociar ánimo reivindicativo y lenguaje popular. La tribu es nieta de ese modelo de comedia italiana que emergió de la herencia del neorrealismo e hija de la intuición que llevó a vincular la tradición del cine social británico con un costumbrismo bufo de extrarradio en trabajos como Full Monty (1997) de Petter Cattaneo.

Tras esa reinvención a la intemperie que supuso Isla Bonita (2015), Fernando Colomo parece disfrutar de los desahogados medios de producción de los que aquí dispone desde el primer minuto, elaborando un contundente prólogo a ritmo de reggaetón, cuya energía, no obstante, no logra neutralizar una debilidad de guion que va a condicionar el resto de la película. La tensión dramática de La tribu se sostiene, así, en territorio inestable -¿cómo es posible que el personaje de un vergonzante vídeo viralizado no sea reconocido por las víctimas de su gestión de recursos humanos?-, pero será la entrega y el carisma del reparto los que permitan relativizar ese desajuste. Porque, en definitiva, La tribu tiene implacable ritmo de comedia, la sabiduría suficiente como para dar margen de invención a sus actores y la singularidad –bastante infrecuente, en los últimos años- de querer encontrar un territorio de conciliación entre vocación comercial y conciencia de clase. Carmen Machi bailando como una auténtica jefa, Paco León bordando momentos tan inolvidables como su coreografía en el supermercado y la impecable galería de secundarios trascienden una fórmula eficaz en película con (considerable) personalidad.