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Columna
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Bondad

La ecuación vital consiste en la correcta conjugación de pensar y amar

La imprescindible ecuación vital para el filósofo catalán Josep María Esquirol (Barcelona, 1963), autor del reciente libro titulado La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana (Acantilado), es sencilla, aunque en absoluto simple. Consiste en la adecuada conjugación de dos infinitivos: “pensar” y “amar”, como la respectiva raíz etimológica de ambos términos así lo deja entrever. En cualquier caso, hay que advertirlo de entrada, esta compleja sencillez que engarza el pensamiento con el amor nada tiene que ver con la simpleza, hoy tan en boga, de la “inteligencia emocional”, sino con lo que el autor denomina el “repliegue del sentir” que nos torna cavilosos, pues nos hace meditar sobre la necesidad de buscar un sentido al don de nuestra efímera existencia, tan rica de sustancia, pero, a la vez, tan desamparada. ¿Cómo entonces no aprovechar la ocasión, cuando nos sentimos vivos, para amar y pensar?

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“No nos han expulsado de ningún paraido", afirma Esquirol al comienzo de su primer capítulo, titulado precisamente Aquí, en las afuersa del paraíso imposible-, para un poco más adelante, remachar con tono salmódico: “Aquí, en las afueras, vivir es sentirse viviendo. Aquí, en las afueras, no hay ni plenitud, ni perfección. Pero sí afección infinita -misterio- y deseo”. Esta es la carta clave para la exploración antropológica que nos plantea este pensador, amante de la honda sencillez: que, gracias a nuestra ingénita finitud, a nuestro desamparo, apetecemos lo infinito; en suma: que, gracias a nuestras carencias, a la humildad consciente de nuestra precariedad, arribamos a lo más óptimo de nuestra capacidad: a ser generosos, aceptando que el don de la ida cobra pleno sentido dándonos a los demás. La penúltima bondad, la bondad de los penúltimos, cuya menesterosa alma, el alma del más miserable, como así lo enunciara en un célebre soneto Quevedo, ha sido capaz de aprisionar en su seno a todo un Dios.

Pero ¿qué nos pasa hoy que tanta falta nos hace esta sabia admonición? Es difícil comprimirlo con la debida justeza, pero, aunque sea solo a título de ejemplo, que estamos atrapados por la lógica de la simplificación, el ardid de la productividad eficaz; que hemos sustituido la rica experiencia vital del tiempo por un lineal reloj mecánico o digital, que predetermina nuestros deberes y achata hasta el ridículo nuestro horizonte, absorbido por el cruel paraíso artificial del futuro, esa entelequia que nos condena a sentirnos siempre culpables por haber nacido demasiado pronto; o, en fin, que nuestras únicas expectativas están desviadas por tantas otras ficciones “transhumanistas”, las cuales postergan atolondradamente la raíz de nuestro misterioso ser por su parodia tecnológica. De manera que ya ni siquiera nos planteamos ni quiénes somos, ni qué hacemos aquí, ni qué nos pasa, ni cuáles, entre nuestros proteicos deseos, han de ser prioritariamente atendidos. Nos consumimos consumiendo. Hemos perdido nuestra capacidad de interrogar por interrogar, la esencia del pensamiento puro. Por el contrario, nunca ha habido una humanidad que se jacte más de saberlo todo y, sin embargo, más inconsistente y frustrada.

Esta perorata no tiene ninguna intención apocalíptica, sino que es un simple aviso sobre el peligro de transformar nuestros estimulantes límites en perversas limitaciones. Como apunta Esquirol no hay que confundir los hechos con los acontecimientos, ni las causas con las ocasiones. Se vive una sola vez, pero es imprescindible cada vez vivirlo todo a fondo. Hay una oportunidad de hacerlo: la penúltima bondad de saberse penúltimo.

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