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80 años después, Amelia Earhart sigue volando

Un estudio forense establece que los huesos hallados en un atolón del Pacífico pueden ser los de la legendaria aviadora desaparecida en 1937

Amelia Earhart antes de su último despegue el 2 de julio de 1937.
Amelia Earhart antes de su último despegue el 2 de julio de 1937.EFE
Jan Martínez Ahrens

Amelia Earhart lleva 80 años en el aire. Desde su desaparición el 3 de julio de 1937 en el Pacífico, el misterio de la aviadora estadounidense no ha dejado de sumar incógnitas. La última ha llegado de la mano de un estudio publicado esta semana en la revista Forensic Anthropology. La investigación sostiene que unos huesos hallados en el atolón coralino de Nikumaroro tienen una alta probabilidad de corresponder a la pionera. “Los análisis revelan que los restos se asemejan más a ella que al 99% de individuos, afirma Richard Jantz, profesor emérito de Antropología Forense de la Universidad de Tennessee.

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El trabajo ha hecho pensar que el enigma toca a su fin. La última vez que se vio a Earhart con vida fue el 2 de julio de 1937 al despegar con su Lockheed Electra bimotor del aeródromo de Lae, en Papúa Nueva Guinea. Empeñada en dar la vuelta al mundo, la aventurera, de 39 años, se disponía a completar una etapa de 4.000 kilómetros hasta la Isla Howland, entre Australia y Hawái. Veinte horas después de tomar vuelo, emitió su último mensaje. “Vamos en línea norte-sur”. Luego no se supo más. La legendaria aviadora, la primera mujer que había sobrevolado el Atlántico y cuya fama iba camino de eclipsar a Charles Lindberg, se había perdido para la historia.

Durante décadas, las hipótesis sobre su muerte se han multiplicado. Cada nuevo indicio ha sido recibido con atención mundial. Lo mismo ha ocurrido con el aporte del profesor Jantz. De ser ciertas sus conclusiones, los últimos momentos de la pionera podrían quedar explicados. Earhart, incapaz de completar su trayecto, habría alcanzado las proximidades de la isla de Nikumaroro y allí, no se sabe si sola o acompañada por su copiloto, Fred Noonan, habría fallecido. Una imagen de enorme romanticismo que casa con las hipótesis de los seguidores de este caso, empeñados en rechazar las conclusiones a las que llegó el Gobierno de EE UU y que sostienen que el aparato se estrelló en el océano por fallo mecánico o falta de combustible, y que el cuerpo se hundió en las aguas de Pacífico.

Muchas han sido las expediciones enviadas a la zona en los últimos años para demostrar lo contrario. Casi todas han tenido como referente Nikumaroro. El atolón, que ha registrado capítulos esporádicos de ocupación, estaba en las fechas del accidente deshabitado. Las diferentes exploraciones han rescatado objetos de los años treinta, desde zapatos y frascos de maquillaje hasta navajas. Pero ninguno ha aportado la pista que permita dar la vuelta a la versión oficial. No hay trazas de ADN ni elementos que se puedan atribuir a Earhart. Ni siquiera los huesos que han alumbrado la nueva esperanza se consideraban de ella.

Las muestras óseas fueron halladas en el atolón en 1940. Yacían junto a una botella de Benedictine y la caja de un sextante. Rápidamente fueron enviadas para su análisis forense a las Islas Fiji, donde se determinó que correspondían a un hombre. Luego, con el paso del tiempo, se perdieron.

En su investigación, el profesor Jantz, al no poder contar con los restos (cráneo, húmero, radio, tibia, fíbula y fémur), se ha limitado a los apuntes técnicos tomados por los especialistas de 1940. En el camino ha tenido que enfrentarse también a otra revisión, efectuada en 2015, y que validaba los primeros resultados.

Estos obstáculos no han desanimado a Jantz. Por el contrario, el profesor considera que las metodologías empleadas no fueron las correctas, y tras un exhaustivo examen y con ayuda de fotografías de la aventurera ha establecido el posible vínculo. “Sentí que podía aportar algo nuevo al caso y me lancé”, explica a EL PAÍS.

No se trata de un paso definitivo. Ni siquiera de un avance sustancial. Es otra hipótesis más. Puede ser o no. El propio antropólogo forense lo admite: “Esto no ha terminado, muchos no van a reconocer mis hallazgos y van tratar de negarlos”. Pero nada de ello ha importado. Ha bastado que hubiera una posibilidad para que la esperanza volviera a echar a volar. Ochenta años después.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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