La cara más amable de la ciencia
Wagensberg recalcaba que hay que desconfiar de la gente que no sonríe
Genial y siempre estimulante, Jorge Wagensberg era la cara más amable de la ciencia. Incluso hablando de fractales, de termodinámica o teoría del caos sonreía. Y era una sonrisa contagiosa. Reír es bueno contra el dogma, sostenía, y recalcaba que hay que desconfiar de la gente que no sonríe. Es fácil imaginarlo adentrándose en la última pregunta y el misterio final con la inmensa curiosidad, el humor y el sentido de la aventura que lo caracterizaban. Su simpatía y su bonhomía eran proverbiales. Es imposible recordarlo torciendo el gesto si no era en broma. Su pensamiento se expresaba con una claridad y una generosidad que lo convertían en un divulgador de la ciencia ideal, aunque no le gustaba el término “divulgación”, afirmaba, porque incluía la raíz vulgar y para él la ciencia no podía serlo nunca. Él tampoco: era un señor de la ciencia. La amaba con locura y era capaz de disfrutar como un niño sus mil maravillas. Ya fuera imaginando en sus huellas fosilizadas los juegos de dos australopitecos que saltaban a la pata coja, sosteniendo la garra de un dinosaurio o apoyando la mano sobre una de aquellas esferas con rayos en su interior. Irradiaba felicidad. Ese concepto lúdico y fascinado estuvo en la base de la creación de CosmoCaixa, un equipamiento tan desmesurado y delicioso como su propia personalidad. Que él y Lluís Monreal fueran capaces de imaginar y montar un museo semejante, lleno de magia y diversión en aras de la ciencia es uno de esos milagros que se solo se producen muy de tanto en tanto y para los que tienes que contar con personajes realmente excepcionales. Soñadores a lo grande.
Wagensberg será recordado por muchas cosas, pero muy especialmente por CosmoCaixa y por sus aforismos. De lo grande a lo pequeño, del cosmos al átomo. Anaxagoras, que dijo que si me engañas una vez es culpa tuya, si dos mía, debía ser un tipo como Wagensberg. Todo lo que es enormidad en el museo se convierte en esencia en esas breves frases que el científico, docente y museólogo prodigó y muchas de las cuales se engastan como gemas en nuestra memoria, insidiosamente fecundas. Incluso dejó un aforismo sobre los aforismos: “Solo tienen un problema, lo fácil que es hacer uno malo”. Con CosmoCaixa y los aforismos la otra joya de la corona de Wagensberg fue la colección Metatemas, que dirigía para Tusquets. Cumple 34 años y nació cuando Beatriz de Moura le pasó un libro sobre la entropía para que se lo valorara. Dio inicio así a una colección “para pensar la ciencia” que ha hecho historia. Su muerte deja ahora huérfano el proyecto del Hermitage en Barcelona, del que era responsable del proyecto museográfico. De nuevo pensaba a lo grande, pero este país ya no está, al parecer, para esta clase de ambiciones. Jorge Wagensberg decía que había llegado a la ciencia por la lectura de la aventura de la Kon-Tiki, la célebre balsa de Heyerdhal, cuyo viaje, recordaba, tenía una finalidad científica. Ahora, tras vivir muchas aventuras (le recordaré siempre en el fondo del Caribe, entre galeones hundidos –los del mercurio- rodeado de barracudas, y feliz) ha tomado la barca que nos lleva al confín más inexplorado y deja en puerto a tantos amigos que lo ven partir con pesadumbre. Lo sintetizaba ayer Paquita Ciller, que tanto lo apreciaba, “no sé qué vamos a hacer sin Jorge”. Desolados. La ciencia y la vida son ya, sin él, otra cosa.
Babelia
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