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Sergei Polunin, el indolente niño terrible, alza el vuelo en Parma

El controvertido bailarín ucraniano propone un nuevo espectáculo en compañía de la estrella Natalia Osipova

Natalia Osipova y Sergei Polunin, en 'Satori'.
Natalia Osipova y Sergei Polunin, en 'Satori'.Tristram Kenton

Parma Danza ha dado doblemente en la diana al comenzar su ciclo anual con Sergei Polunin, pues se anota la primicia de la gira italiana e internacional del siempre polémico artista que abandonara con un portazo su carrera en el Royal Ballet de Londres, y se ha garantizado un lleno total en esta única función que había levantado una notable expectación. El próximo martes 6 tendrá lugar la segunda fecha en Módena tras lo cual viene una pausa y una gira europea aún no explicitada. Parma Danza no es un festival propiamente sino una oferta programática extendida desde febrero a junio con espectáculos variados como La Bella Durmiente concebida por Diego Tortelli para una agrupación de La Toscana los días 23 y 24 de este mes o la compañía norteamericana Complexions que dirige Desmond Richardson y que estará en cartel el 10 de mayo.

Después de la agitada y controvertida presentación en el teatro Coliseum de Londres el pasado diciembre del grupo de bailarines rusos que sirven de guarnición a Polunin, la función de Parma es el regreso siempre esperado con una cierta ansia por el público, los baletómanos, los críticos y hasta los perseguidores del noticiero social. Polunin da juego a todos con su aire de indolente niño terrible que se embolsilla con facilidad a tirios y troyanos del mundo de la danza. Verdadera ave fénix del ballet actual, caben preguntarse muchas cosas: ¿dónde están los rescoldos y las cenizas una vez este artista se calza las mallas y las zapatillas y sale a escena manteniendo el marchamo del más díscolo de las grandes estrellas actuales? ¿Dónde acaba el rumor, la publicidad intencionada con su leyenda nociva y empieza la tragedia verdadera? Porque de haber tragedia, es seguro que la hay. Solamente basta mirarle y respirar la tensión que puebla a su alrededor, además de observar cómo su mirada de intensa y transparente ha pasado a un acuoso indefinido.

Resultan a día de hoy odiosas las comparaciones entre Sergei Polunin, apenas a las puertas de la treintena, y los dos grandes artistas masculinos de ballet del último siglo XX y lo que va de XXI: Rudolf Nureyev y Mijail Baryshnikov. Estamos entonces tratando un problema protorruso a la vez que universal con las salvedades geográficas y escolásticas de que Nureyev era medio tártaro y nació en un tren siberiano, que Baryshnikov es letón y que Polunin es ucraniano formado y perfilado como artista de ballet en Londres, donde llegó con 11 años de la mano de su madre a la beca promisoria de la escuela del Royal Ballet. Entonces Polunin solo tenía unos preliminares del ballet bastantes rudimentarios. A la edad de hoy de Polunin debía hipotéticamente ser su momento dulce y pensemos qué hacían a sus 29 años Nureyev y Baryshnikov, en pleno culmen de facultades para exprimir el repertorio académico que, al parecer, Polunin va ya dejando de lado generando su propio vehículo de exhibición; es decir, su personal oferta, su repertorio con los riesgos y altibajos que una apuesta así comporta. Últimamente Polunin hizo Giselle en el Teatro Alla Scala de Milán Y Espartaco en Múnich. En ambos roles y teatros estuvo bien, pero volvemos obligadamente al discurso, no por obvio es menos necesario, de la continuidad y el rigor en la rutina, el día a día, eso que de verdad conforma al artista de ballet, lo que estabiliza la correcta explotación de sus dotes y características.

El oficio es un porciento elevado del éxito que enmarca al talento. Pensemos también a la hora de analizar la coreografía de Goleizovsky que Polulin se ha empeñado en resucitar y que por formación le es ajena en cuanto voluntad expresiva, que es lo que tiene ese tardo expresionismo soviético, con mucho de épico, de un lirismo extremado de exaltación voluntariosa de la gestualidad hasta rozar a veces lo expeditivo, algo que choca comúnmente con el gusto actual más contenido y sobrio.

El programa inicial anunciado en Parma, esta recuperación de los años 60 con música Scriabin, dándole título como Scriabiniana, con un cierto exceso en los cromatismos que están presentes para respetar y reputar como filológica la construcción; debía completar programa Narciso y Ecco que saltó del cartel y ha sido sustituido por Satori, coreografiado por el propio Polunin siempre con decorados de David la Chapelle y con una clara intención autobiográfica. Destacó la participación del bailarín Liuvimov, del Teatro Nemirovich-Danchenko, un atento y eficiente partenaire además de poseer bella línea y técnica pulida.

En el programa está Natalia Osipova, actualmente estrella del Royal Ballet de Londres, que evidentemente figura aquí por amor: es la pareja sentimental de Polunin y baila en las dos obras dándole una contrapartida de mucho lucimiento virtuoso. Sobre Polunin puede hablarse bastante más, hay zonas de sí mismo que mantiene intactas: su salto, su manera de agitarse en la expresión, su intensidad. Y el futuro inmediato promete de manera muy animada que le tendremos presente: encarnará próximamente el papel de Yuri Soloviev en el filme sobre Nureyev que está a punto de filmarse en Londres. Soloviev, grande entre los grandes de su generación y compañero de aula de Nureyev en Leningrado bajo el magisterio de Alexander Puschkin, que se suicidó en su dacha a los 37 años poco después de que Nureyev escapara en París, una muerte no aireada y unos hechos sobre los que hay a día de hoy un discreto velo sobre el que se sugiere pasar de puntillas a pesar de que fue un suceso que conmocionó a toda la Rusia de entonces y al universo del ballet a nivel mundial. Ahora a Polunin le toca revivir ese drama, ese salto al vacío donde se une lo mítico con el arte de la danza.

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