Y el #másmujeres se quedó lejos del No a la Guerra
La petición de una mayor cuota femenina en la industria cinematográfica protagonizó la gala
Se suponía que iba a haber 1.800 e iba a ser el símbolo de la gala, pero el primer abanico reivindicando la presencia de más mujeres en el cine español llegó a la alfombra roja de los Goya tarde y portado por una inglesa. A Emily Mortimer, candidata a mejor actriz protagonista por La librería, y a su compañero de reparto Bill Nighly les sorprendía el tamaño de la gala española y el número de paparazi. Nighly fue contundente en lo que respecta al supuesto tema de la noche: “Que alguien sea discriminado por sus genitales es ridículo. Una locura. Medieval”. Para compensar la ausencia de abanicos, Isabel Coixet llegó tuneada al máximo con el mensaje paritario: abanico, pulsera y bolso bordado con un Mujeres del mundo uníos.
Ya dentro del auditorio, Leticia Dolera, activa feminista, definió la gala como un “campo de nabos feminista precioso”, en uno de los chistes que levantó un poco la falta de ritmo del arranque a cargo de Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes. Fue precisamente Dolera quien entregó el Goya a mejor dirección novel a Carla Simón, la quinta mujer que gana en esta categoría que se premia desde 1989, es decir la quinta entre 29. La directora catalana se mostró en el paseíllo ante la prensa muy a favor de un sistema de cuotas que hagan más paritaria una industria en la que solo el 7% de directores son mujeres, a pesar de que en las escuelas de audiovisual en torno al 65% son chicas.
Las cuotas (a favor de las cuales se mostró la gran mayoría), la necesidad de paridad en los personajes protagonistas, el machismo (“cualquier mujer que te diga que no ha sentido discriminación te está mintiendo”, dijo Penélope Cruz), los abusos sexuales en la industria y la reivindicación feminista en general se colaron en la gala sí, pero fue sobre todo gracias a la insistencia de la prensa que no paró de preguntar a los invitados por el tema que diferenciaba esta gala de cualquier otra. Lo abanicos aparecieron en el patio de butacas, sí, y se agitaron con emoción en el discurso institucional, pero se trató el tema de forma algo tibia. Pepa Charro (La Terremoto) centró su monólogo en la desigualdad y dio los datos que había que dar: de las 135 candidaturas, 30 para mujeres, la mayoría para actrices; ninguna nominada en música, arte, animación, sonido; un 40% de brecha salarial; solo un 34% de protagonistas femeninas. Pero el monólogo no cambió el rumbo de una ceremonia poco cañera para lo que cabría esperar.
Sin Oprah Winfrey
El feminismo se coló en algunos discursos de agradecimiento, es cierto: “Que el cine sea un arte libre donde actores y actrices trabajemos en libertad”, dijo la actriz Adelfa Calvo; Nathalie Poza se acordó de las “chavalas” que están empezando e Isabel Coixet se acordó de las señoras mayores que llenan las sesiones de tarde en las salas de cine. Pero nadie puso en pie al patio de butacas, es decir, nada a lo Oprah Winfrey en los Globos de Oro.
Hubo momentos, sí, pero el #másmujeres no fue el No a la guerra. Mujeres con talento hubo, y muchas. La más joven, Sandra Escaceda, la primera nominada nacida en el siglo XXI (2001) estaba nerviosa. En casos así, la adolescente le enseñó a Paco Plaza, su director en Verónica, a whatsappearle ‘NTR’ (no te rayes) en vez de ‘estate tranquila’. La más veterana, con 82 años, fue Julita Salmerón, quien sí subió al escenario por el documental Muchos hijos, un mono y un castillo. También confesó haber adelgazado seis kilos para la gala. Su discurso, el más largo y divertido, tuvo una de las reivindicaciones más espontáneas: se lo agradeció a todas las madres. Agregando: “Y a todas las mujeres, a las que quieren tener hijos y si no también, que son estupendas”.
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