Porfirio ‘Alien’ Díaz, banderas de petróleo, ministerios ardiendo: arte ¿y ultraje? de los símbolos mexicanos
El artista Juan Caloca reúne en una obra con forma de videojuego una colección de arte disidente
Porfirio Díaz con cabeza de pera gigante, el bigotón blanco debajo de una nariz diminuta como la de E.T. y los ojos almendrados y negros de un alienígena. Una bandera mexicana chorreando petróleo, otra con una boca chillando en el lugar donde debería estar el águila mordiendo la serpiente, otra bandera mexicana convertida en un hatillo relleno de carne y los perros detrás intentando mordisquearla. Un lienzo barroco del pueblo prendiendo fuego al Palacio Virreinal en el siglo XVII. El superhéroe Birdman posado sobre la cabeza del presidente Enrique Peña Nieto.
Más de medio centenar de obras contemporáneas y antiguas, caricaturas, memes, fotografías de revistas, periódicos y demás juegos con la iconografía oficial mexicana digitalizados y reunidos en una galería de arte virtual. El artista Juan Caloca ha convertido los pasadizos subterráneos del edificio presidencial en el escenario de un videojuego. En su obra en 3D Alta Traición uno puede, con el ratón del ordenador, darse un paseo por la historia del arte mexicano disidente.
Los símbolos, símbolos son y Caloca (Ciudad de México, 1985) reivindica la capacidad de una bandera, el retrato de un presidente o un edificio ministerial para generar significados más allá del imaginario oficial. “La identidad es siempre muy heterogénea y los símbolos patrios lo que hacen es congelarla en una sola visión uniforme. En el caso mexicano, desde la Revolución y sobre todo después de tantas décadas de dictadura, el nacionalismo está impregnado de ideología política priísta. Se ha convertido en un mecanismo de control que desactiva la crítica”, cuenta en su estudio de Ciudad de México.
La tesis de Caloca, siguiendo la senda del teórico marxista Eric Hobsbawn en su análisis de regímenes totalitarios, es que los hitos históricos mexicanos –la primera revolución moderna de Latinoamérica y la insólita construcción de un partido autoritario aquilatado en el poder durante 71 años– han ido perfeccionando una cultura política basada en una sutil fusión: pueblo-estado-PRI. Una especie de metonimia, un tomar la parte por el todo, que pese a la alternancia partidista a partir de 2010, aún no estaría resuelta. Impugnar la política mexicana sería entonces como criticar a México entero. "El priismo –reflexiona el artista– es como el papá que te pega en casa, pero luego te lleva a jugar al parque".
La obra-videojuego, comisionada y financiada por una revista de Nueva York, culmina un trabajo de investigación, una “obsesión personal” de casi siete años, que ha llevado a Caloca a revisitar muchas de las obras capitales que bucean por el turbulento concepto de lo mexicano. Desde Octavio Paz al escritor contemporáneo Heriberto Yépez, pasando por el antropólogo Roger Bartra que, en la Jaula de la melancolía, lo resumió así: “El metadiscurso nacionalista suele impedir o dificultar la relación de los mexicanos con su pasado y con la historia del mundo: la historia reducida a jeroglíficos, a símbolos estáticos destinados a glorificar el poder nacional y adormecer la razón”
Un vómito de colores lo empezó todo. En 2010, durante los actos de celebración de los 200 años de Independencia y 100 de la Revolución, Caloca y otros dos artistas jóvenes desayunaron unas papillas pigmentadas por la mañana. Por la tarde se fueron al Zócalo. A los pies de la bandera tricolor mexicana que manda en la plaza dejaron otra huella con los mismos colores: un vómito verde, blanco y rojo. “Era la época de Felipe Calderón, uno de los peores años de la guerra contra el narco, con la violencia y la muerte llegando a cotas nunca vistas. Entendimos que más que celebrar, más bien estábamos de luto y emprendimos una serie de acciones”.
Acciones como fabricar banderas mexicanas con franjas negras en vez de las rojas y verdes y colocarlas en edificios gubernamentales. Tomar pulque –una bebida hecha de maguey fermentado, de origen prehispánico y fuerte raigambre popular- y cantar en bucle el himno nacional hasta en la borrachera la letra del himno se convierta en otra cosa. O recoger banderas enmohecidas, deshilachas y abandonadas en la azoteas de las casas y, a modo de ready-made, montarlas en un carrito como los que salen a vender durante las fiestas nacionales.
En México, como en casi todos los países, manipular los símbolos oficiales puede ponerte frente a frente con la ley. El artículo 192 del código penal federal, con el título Ultrajes a las insignias nacionales, dice: “Al que haga uso indebido del escudo, insignia o himno nacionales, se le aplicará de tres días a un año de prisión y multa de veinticinco a mil pesos”. Caloca, involucrado en alguno de los proyectos más sugestivos del arte mexicano joven e independiente como Cráter Invertido o Bikini Wax, también pretende reflexionar sobre los límites de acción de la obra. “No es que quiera ir preso o algo así pero creo que el arte también tiene la capacidad transgredir y estirar los límites legales”.
Ya sintió los límites el año pasado, en una exposición del Colegio Nacional, el club de los grandes nombres de la cultura mexicana. En la puerta, en el suelo para que todos lo pisasen, quería colocar un tapete con el escudo mexicano desintegrado, del águila solo quedaban las alas y las garras. Los abogados de la institución le advirtieron que eso podía considerase delito. “Llegamos a un acuerdo y firmé una carta asumiendo toda la responsabilidad en caso de que llegara alguna denuncia”. Financiado y publicado primero en EE UU, tras meses ofreciendo el trabajo final por museos e instituciones mexicanas, Alta traición se presentará en los próximos meses en una galería de la capital.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.