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Crítica | Dead Man Walking
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘America First’

No es la primera vez que un producto operístico estadounidense aparece en el Real con toda pompa y con trazas similares, especialmente con orígenes cinematográficos

El barítono Michael Mayes (que da vida a Joseph de Rocher) y la mezzosoprano Joyce DiDonato (la hermana Helen Prejean).
El barítono Michael Mayes (que da vida a Joseph de Rocher) y la mezzosoprano Joyce DiDonato (la hermana Helen Prejean).

Dead Man Walking

Música: Jake Heggie.

Libreto: Terrence McNally.

Dirección musical: Mark Wiggleswoth. Dirección de escena: Leonard Foglia. Escenografía: Michael McGarty. Reparto: Joyce DiDonato, Michael Mayes, Maria Zifchak, Measha Brueggergosman, Damián del Castillo, Roger Padullés… Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Pequeños Cantores de la ORCAM.

Teatro Real, Madrid. 26, 29, 31 enero; 3, 6 y 9 febrero.

Jake Heggie estrenó su primera ópera, Dead Man Walking, en el año 2000. Hasta la fecha ya lleva 13, aunque tres o cuatro de ellas son de pequeño formato. O bien este compositor es una suerte de Puccini redivivo o estamos ante la puesta en marcha de una industria operística estadounidense y Heggie estaba en el sitio correcto en el momento oportuno. Y si hay que juzgar por la presentación de su primera ópera en Madrid yo diría que es lo segundo.

No es la primera vez que un producto operístico estadounidense aparece en el Real con toda pompa y con trazas similares, especialmente con orígenes cinematográficos. En 2014 le tocó el turno a Brokeback Mountain, de Charles Wuorinen; solo un año antes, 2013, The Perfect American, de Philip Glass, en torno a Walt Disney; en 2012 había llegado a las tablas del Real Ainadamar, sobre la vida de Lorca, del argentino Osvaldo Golijov, aunque de residencia estadounidense. Este idilio con la producción operística norteamericana contrasta vivamente con el silencio de las óperas europeas en el Real cuyo listado me ahorro, y no digamos nada de las posibles españolas que, con pocas excepciones, no suelen pasar el corte de la sala pequeña de Teatros del Canal.

Pero centrémonos en la que nos ocupa: ¿es Dead Man Walking la gran ópera de nuestro tiempo, como sugieren sus numerosos montajes en menos de dos décadas, así como gran parte de su propaganda? No solo lo dudo es que considero este Dead Man Walking un refrito estilístico que produce estupor a quien tenga un poco de conciencia critica de lo que ha sido el siglo XX. Pero, eso sí, como muchos sucedáneos, da el pego y puede, legítimamente, gustar a mucha gente, posee buenos ingredientes y tiene no pocas bazas para satisfacer al espectador. En primer lugar, la presencia de Joyce DiDonato, la extraordinaria mezzo a la que da gusto ver y escuchar y que defiende su papel de la hermana Helen con una actuación conmovedora. En segundo lugar, la historia misma que, aunque mucho más plúmbea, remite a la célebre película de Tim Robbins y que le valió un Oscar a Susan Sarandon por este mismo papel que incorpora ahora DiDonato. Se le añade la presencia en Madrid de la propia hermana Helen, que defiende admirablemente su cruzada contra la pena de muerte y, de paso, la ópera. Y, no por último menos importante, un equipo artístico que se entrega al espectáculo con total convicción.

Lo más sorprendente en la música de Heggie no es su carácter convencional, que bebe sin rebozo del musical y de la música de cine, es que apenas despega, más allá de un buen tono dramático general que parece ser suficiente para muchos. De hecho, los toques de góspel, blues, la conducción orquestal de talante cinematográfico y algunas otras citas de estilo es lo que mejor funciona, cuando no aparecen estos préstamos, la narración se hace tediosa y los soliloquios católicos de la hermana nos hacen pensar con desesperación en lo que Puccini conseguía en Suor Angelica o Poulenc en Diálogo de carmelitas.

Y pese a todo, el espectáculo es formidable, todo el reparto, desde la pareja protagonista, DiDonato y Michel Mayes, hasta el último niño están perfectos; la puesta en escena es sobria, el coro y la orquesta están muy bien. ¿Qué pasa?

Se podría resumir en que estamos ante un gran espectáculo y un remedo de ópera. Puro producto americano.

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