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El Museo de Cádiz sana a los títeres de la Tía Norica

Restaurada la popular colección de muñecos del siglo XIX, que aún mantiene vivas sus representaciones

Jesús A. Cañas
Momento de la representación de títeres con Tía Norica.
Momento de la representación de títeres con Tía Norica.Compañía de títeres de La Tía Norica

A la Tía Norica la lleva cogiendo un toro más de dos siglos, no hay año que se libre. Es difícil encontrar en Cádiz quien no sepa tararear como acaba su desventurada andanza: "Le ha metido el cuerno por el escritorio. A la tía Norica la ha vuelto a coger, y le ha metido el cuerno por donde yo me sé". Maltrecha y en cama, la anciana hace periódicamente su estrafalario testamento. Pero, aunque la muerte parece rondarle de siempre, Norica está bien viva y ahora luce una envidiable salud tras las vitrinas del Museo Provincial de Cádiz.

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Aunque la disgustada abuela y su travieso y famélico nieto Batillo parezcan tener vida propia en el imaginario colectivo gaditano, lo cierto es que ambos son los títeres protagonistas de la atípica colección etnográfica de la institución que ahora se ha restaurado y dotado de una nueva museología. En estos últimos cinco años, se han recuperado 19 figuras, otras 14 planas y cinco telones. Además, se ha limpiado el resto del repertorio que data de 1815 (con más de medio centenar de piezas y telones), aunque se cree que, al menos, su antigüedad llega al siglo XVIII.

Sin embargo, la singularidad de la Tía Norica no está solo en su solera. Ni siquiera en “lo poco común” que resulta que un museo provincial tenga tal colección de títeres en sus fondos etnográficos, como apunta Juan Alonso de la Sierra, director de la institución. La filóloga Désirée Ortega, autora de una tesis doctoral sobre estas marionetas gaditanas, aporta más motivos: “Los personajes protagonistas españoles y europeos solían ser masculinos, como Don Cristóbal o Polichinela, pero, en este caso, la titular es ella, Norica”. Pero hay más. Pese a los vaivenes, la popular tía ha conseguido mantenerse viva hoy, gracias a una compañía que trabaja con réplicas de las piezas del museo. “En otras ciudades existieron títeres, pero desaparecieron. Que perduren hoy es un fenómeno único”, reconoce Ortega.

Lo cierto es que Norica estuvo a punto de no contarlo. Después de perder su periodicidad en la década de los sesenta y quedar olvidados en unos baúles durante tres años, el Ministerio de Cultura decidió adquirir todas las marionetas de la compañía y depositarlas en el Museo de Cádiz en 1978. “Estaban condenados a desaparecer, prácticamente mortecinos. Pero la muestra de su popularidad es que fue capaz de crear una dualidad: se convirtieron en un patrimonio reconocido atípico para la época y, a la vez, se auspició la creación de una compañía para garantizar su vida”, reconoce De la Sierra.

Era el penúltimo capítulo de una azarosa vida que arrancó en la noche de los tiempos, probablemente en el siglo XVIII. Tras los primeros estudios del investigador Carlos Aladro, en 1976, y ahora de Ortega, se ha conseguido encontrar constancia testimonial de la Tía Norica en 1815, cuando se asientan en un teatro estable en Cádiz, de la mano de la familia Montenegro. “Es de imaginar que no surgió de la nada. Lo normal es que primero fuese itinerante”, puntualiza Ortega.

Batillo durante el proceso de restauración de Pilar Morillo.
Batillo durante el proceso de restauración de Pilar Morillo.Pilar Morillo

Con una pujante burguesía comercial como público, la Tía Norica no era la única compañía de títeres del momento. Todas ellas bebían de la tradición de representar piezas del teatro clásico español o de pasajes sagrados con digresiones populares. En este contexto, el sainete de la anciana corneada por el toro se inserta en los Autos de la Navidad “como una improvisación con un personaje, el de la vieja, recurrente en el teatro español”, puntualiza Ortega. Todo ello, con evidentes guiños “a la filosofía del Carnaval, el cachondeo y la ironía de Cádiz”, añade De la Sierra.

De forma paralela, en los siglos XIX y XX, se añaden más personajes y escenas y la abuela evoluciona con los tiempos. Muestra de ello son las representaciones sobre “espanto” de la Tía Norica por la llegada del ferrocarril. “Se iban añadiendo noticias o giros de improvisación que servían para que perdurase y siguiese resultando atractiva”, detalla Ortega.

Se hizo tan conocida, dentro y fuera de Cádiz, que Federico García Lorca la cita en su obra Retablillo de Don Cristóbal (1931) para hablar de los orígenes del teatro de títeres andaluz. Su fama se ha colado también en el lenguaje coloquial gaditano: algo puede “ser más largo que el testamento de la Tía Norica” o se puede “estar hecho un Batillo”, como sinónimo de desaliñado.

La restauración como poesía

Tan intensa vida quedó plasmada en los propios títeres que llegaron al Museo de Cádiz, como bien sabe la restauradora Pilar Morillo. A ella le ha correspondido, de 2012 hasta ahora, recuperar el cartón, papel, metal, madera, tela y pintura que componen las marionetas. En total, la intervención ha costado de 69.000 euros y ha permitido la restauración en parte de las piezas, la limpieza del resto y el cambio de toda la sala.

“Las piezas estaban hechas bajo el concepto del reaprovechamiento y la durabilidad. Son obras vivas con sucesivas intervenciones”, reconoce Morillo. Tanto, que es complicado determinar una edad concreta de las figuras o un punto de partida exacto. “Me ha hecho pararme mucho a reflexionar y ser muy cuidadosa”, reconoce.

“Podría parecer algo menor por su carácter popular, pero es muy complejo. Eran objetos que no se consideraban patrimonio. Eran medios útiles pensados para el uso”, añade De la Sierra. De ahí que Morillo haya optado por dejar muestras concretas de estos remiendos, como los sucesivos hilos que se usaron para mover articulaciones o los trozos de papel con los que se hicieron las hombreras de un personaje. “Eran huellas a conservar. Quizás sea una romántica, pero me parecen pura poesía”, añade la restauradora.

Ahora todas ellas dan cuenta de sus avatares tras el cristal de sus expositores, mientras que la familia Bablé, tercera generación de titiriteros, mantiene viva la tradición de las representaciones. Fue en 1983 cuando Aladro y el Ayuntamiento animaron al padre de Pepe Bablé, actual director de la entidad sin ánimo de lucro, a recuperar las representaciones. Hasta poco antes de la noche de Reyes, la compañía representará los Autos de Navidad en el Teatro del títere La Tía Norica y en mayo volverán a actuar con su famoso sainete.

Tanto el padre como el abuelo de Bablé habían trabajado para los últimos dueños de las marionetas y conocían este arte en extinción. “Hoy continuamos mi hermano y yo, ya que nos habían inculcado el amor al teatro”, reconoce el director. Y lo hacen con el mismo talento de la improvisación y el giro irónico que hizo famosos a la anciana y su nieto Batillo: “Aquellos muñecos ponían en su boca los acontecimientos de la ciudad y nosotros ahora lo seguimos haciendo con esa comedia del arte”. Por eso, el mismo asombro y estupor que a la sabía Norica le producía el toro, hoy se lo insufla la corrupción política, Rajoy o el conflicto catalán.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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