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“Quiero devolver a la literatura los poderes del humor”

El escritor mexicano Julián Herbert reivindica en su último libro de relatos, 'Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino', el efecto catártico de la risa

David Marcial Pérez
El escritor Julián Herbert durante la Feria de Guadalajara
El escritor Julián Herbert durante la Feria de Guadalajara Héctor Guerrero

Julián Herbert (Acapulco, 1971) volvió hasta cinco veces al cine la semana que se estrenó Pulp Fiction. Con 23 años y algunos poemas ya publicados, había algo en aquel delirio coral y violento que le resultaba familiar y poético. Por ejemplo, en los monólogos bíblicos de un Samuel L. Jackson de pelo afro, camisa hawaiana y revolver en mano vio destilados los versos del gran poeta aristocrático y místico de principios de siglo, de pelo relamido y traje de raya diplomática. Herbert encontró en Tarantino el reflejo de T.S. Eliot.

“La ruptura de los ritmos de dicción, una entonación que responde a un cierto espíritu antiguo de la versificación en inglés, este cortar y pegar, la simultaneidad de discursos, todo ese montaje de muchas voces que mezclan el tiempo narrativo y lo culto con lo popular. De las cosas que más me pegaron del cine de Tarantino es que partiendo de ámbitos y materiales muy distintos hace cosas muy semejantes a las que hacia Eliot”, contaba el escritor mexicano el mes pasado durante la Feria del Libro de Guadalajara.

En esa tradición, en el quicio entre lo popular y lo culto, lo sublime y la parodia, el testimonio y la ficción, la tragedia y la comedia, se suele mover también Herbert, poeta, novelista, ensayista y cantante de rock. Su último libro de relatos, Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino (Random House), es otra vuelta de tuerca en su literatura híbrida y mestiza. Desde el fantasma de Juan Rulfo apareciendo en un restaurante de Santiago de Chile, a una partitura escondida dentro de los dientes de un artista conceptual o un capo del narcotráfico con la misma cara de Tarantino que envía a sus sicarios a Los Ángeles para que asesinen a su alter ego.

Con un pulso narrativo desbordante, todos los cuentos tienen una fuerte dosis humorística, a través del absurdo o de escenas enloquecidas al modo slapstick. “Me interesaba devolverle a la literatura los poderes sublimes del humor. Concebimos la tragedia como ese género distinguido y profundo, pero se nos olvida que la risa también nos puede hacer pedazos. Además, esa distinción entre lo trágico y lo cómico es artificial”.

Para ilustrar el efecto catártico de la risa, Herbert escoge una película de Woody Allen donde un tipo completamente deprimido, acompañado de una voz interior en off que coquetea con el suicidio, entra en un cine a ver Sopa de ganso de Los hermanos Marx. “El tipo empieza a reírse y encuentra una razón para vivir. Ahí está operando lo sublime de la voz en off, el personaje es patético y redentor, y las imágenes de los Marx, loquísimas y divertidísimas”.

Tarantino hace cosas muy semejantes a la poesía de Eliot

La presencia del cine es otro de los cortes que atraviesan su libro. No solo por los constantes guiños al universo tarantiniano –desde Scorsese a Peckinpah– si no por el uso de técnicas y estrategias propias de los guiones. Durante el proceso de escritura de la obra Herbert empezó a trabajar también en un guion de cine. “Ha habido un trasvase que ha influido en la versión final del libro. En el guion tienes muy poco espacio para desarrollar personajes. Ante eso tienes dos recursos: por un lado, poner a tu personaje en circunstancia de deseo, que quiera algo, para que las cosas se pongan en movimiento. Y por otro, aprovechar lo que viene de fuera, una especia de deus ex maquina, pero más sutil”. Las dos técnicas están presente en Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino, un libro de personajes que también rompe ese canon que dicta que los cuentos han girar alrededor de una anécdota o circunstancia, dejando el desarrollo de personajes para la novela.

El propio Julián Herbert es un personaje habitual de los libros de Julián Herbert, desde algunos relatos de Cocaína, manual de usuario, al hijo que cuenta la vida de la madre moribunda en Canción de Tumba, hasta las incursiones en el ensayo La casa del dolor ajeno. “Yo tengo ese dispositivo narrativo que se llama Julián Herbert, que para mi no es una persona real, es un personaje con el que puede jugar, descontextualizarlo, romper esquemas narrativos a los que me pueden sentir más o menos confinado en cierto momento. En este libro quería salirme un poco. Sigo haciendo auto ficción pero yéndome hacia otros lados”.

Su próxima salida de los confinamientos narrativos tendrá que ver con un vocalista gordo de la banda de rock Los Tigres de Borges (el nombre de la banda de Herbert) que anda contando falsas historias eróticas de un personaje histórico del siglo XX. De repente, al cantante gordo le da un infarto, muere y llega a la ciudad de los muertos, representada por Shanghái (donde Herbert cursó una estancia académica recientemente). Allí lo recibirá el personaje histórico pera vengarse, pero contará con la protección de Oscar Wilde. Todo eso bien agitado y servido como parodia de la travesía de Dante por los infiernos de la Divina Comedia.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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