Villalobos: “Hubiera querido escribir cualquier libro de Ibargüengoitia”
El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos responde al carrusel de preguntas de este diario
Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) se dio cuenta de que quería ser escritor a los 14 años. “Pero se me olvidó. Me acordé a los 25 y conseguí publicar a los 37”, según relata. Autor de media decena de libros y traductor de obras en portugués, obtuvo el Premio Herralde de Novela en 2016 por No voy a pedirle a nadie que me crea, entre otros.
¿Cuál es el último libro que le hizo reír a carcajadas?
La vaga ambición, de Antonio Ortuño (carcajadas amargas, pero carcajadas).
¿Quién sería su lector perfecto?
Un lector que crea que a través del humor, la frivolidad y el entretenimiento también es posible llegar a lo profundo o trascendental. Un lector que prefiera lo fácil de leer y difícil de entender al esnobismo de lo difícil de leer y fácil de entender.
¿Qué libro le cambió la vida?
El muro y La náusea, de Jean-Paul Sartre: los leí a los 15 años y me hicieron creer que era inteligente, sensible, alguien especial; ahora sé que sólo era un adolescente arrogante. Y esos libros hoy me parecen pésimos, por cierto.
¿Cuál es su rutina diaria para escribir?
Salgo de casa a las 8.40, dejo a los niños en la escuela y camino media hora rumbo a mi estudio, escuchando música; la caminata me prepara mental y físicamente para la escritura. Cuando la escritura fluye, alterno periodos de media hora de escritura a mano con el tiempo que me tome hacer la transcripción a la computadora. Suelo hacer eso durante la mañana. La tarde sirve para corregir, reescribir algún párrafo, tomar notas sobre lo que falta por escribir o lo que hay que trabajar más.
¿Qué música le sirve para escribir?
Soy incapaz de escribir con música, me desconcentra. Cuando contesto entrevistas sí que escucho música: el aleatorio que he puesto ahora, por ejemplo, ha tocado Sufjan Stevens, Andrew Bird, M. Ward y Manel.
¿Qué personaje literario se asemeja a usted?
El escritor autoficcional protagonista de los cuentos de La ley de Herodes, de Ibargüengoitia, o el de La vaga ambición, de Ortuño. Ambos libros retratan de manera irónica, sarcástica y entrañable la ridícula y precaria condición de los escritores mexicanos.
¿Con quién le gustaría sentarse en una fiesta?
¿Sentarse? Me gustaría bailar con Renata Adler.
¿Qué significa ser escritor?
Vivir en la contradicción: entre vida y aislamiento, ficción y realidad, compromiso y libertad, e incluso entre el lujo que gozas a veces (siempre por invitaciones) y la precariedad real.
¿Cuál es su lugar favorito en el mundo?
Mi barrio: Gràcia, en Barcelona.
¿Qué libro le hubiese gustado haber escrito?
Cualquiera de Jorge Ibargüengoitia.
¿Cuándo fue la última vez que lloró?
Viendo una película de Pixar con mis hijos: prefiero guardar silencio sobre los detalles.
¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?
En los años ochenta a mi padre le ofrecieron ser candidato a alcalde del pueblo donde vivíamos. Mi padre es médico, toda la gente del pueblo lo conocía. Los del partido le dijeron que sería un candidato perfecto porque era una persona honesta. Mi papá les respondió que justamente por eso no servía para candidato.
¿Qué lo deja sin dormir?
Una roncha, una picazón, un dolorcito ridículo: soy hipocondriaco.
¿Con quién le gustaría quedar atrapado en un ascensor?
Con un humorista.
Si pudiera tener un superpoder, ¿cuál sería?
La lectura superveloz.
En una fiesta de disfraces, ¿de qué se disfrazaría?
En Halloween, de Carlos Fuentes. En carnaval, de Octavio Paz.
¿Messi o Cristiano Ronaldo?
Andrés Iniesta.
¿Qué le diría a Peña Nieto?
Que todos tenemos que ser conscientes de nuestras limitaciones. Yo no puedo pilotar un cohete espacial, aunque me encantaría.
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