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Cuando la historieta española se enamoró de Hollywood

El libro 'Tebeos de cine' de Paco Baena rescata la historia secreta de la cinefilia en viñetas

Imagen de 'La alegría infantil', con Shirley Temple.
Imagen de 'La alegría infantil', con Shirley Temple.

Cuando uno recuerda que al tebeo se le llamaba el cine de los pobres, tiende a pensar que la expresión se refería a la insalvable distancia entre medios de producción: un dibujante con paciencia podía convocar en una viñeta a los miles de figurantes que sólo una gran producción cinematográfica se podría costear. El libro Tebeos de cine. La influencia cinematográfica en el Tebeo Clásico, 1900-1970 (Trilita Ediciones) de Paco Baena permite extraer una lectura diferente sobre el asunto: el tebeo español, durante los años de posguerra, fue, también, una ventana abierta a las maravillas y estímulos de la gran pantalla para todos aquellos niños que no podían costearse el precio de una entrada. “En mi infancia consumía muchos más tebeos que películas, porque el precio de una entrada de cine no bajaba de las tres o cuatro pesetas, mientras que por una peseta y veinticinco céntimos podía comprar un cuadernillo de aventuras”, señala el autor, que también recuerda un precario antecedente de lo que más tarde serían los videoclubs y hoy pueden ser los servicios de streaming: “En Granada había locales con los tebeos expuestos y te los alquilaban por diez céntimos. Si tenías una peseta, podías pasarte la tarde entera leyendo tebeos. También existían quioscos de compra-venta y cambio en los que podías canjear los ejemplares que ya habías leído por otros usados”.

Más allá de la gratificante evocación nostálgica, Tebeos de cine, volumen profusamente ilustrado con joyas de la colección personal del autor, analiza un fenómeno de la cultura popular sin demasiado parangón en otros países: la interacción entre dos lenguajes recién nacidos –el de la historieta y el del cinematógrafo- a lo largo de unas décadas en las que ambas industrias descubrían sus respectivos códigos expresivos, al tiempo que construían sólidos imaginarios para la ensoñación. “El primer personaje en hacer el trasvase de un medio a otro fue Charlot, que llegó a inspirar entre 1916 y 1935 hasta cinco publicaciones distintas que llevaban su nombre en la cabecera e incluso hubo un editor que llegó a inventarse a un hijo imaginario de Charlot, Charlotín, que también tuvo revista propia”, señala Baena. “Era lógico, pues, que en esos primeros años lo más trasladable al tebeo fueran los personajes de comedia por su carácter icónico, que los emparentaba con los personajes característicos de las historietas de humor. A partir de los años 30, cuando se implanta en España el dibujo de trazo realista, empiezan a aparecer en las viñetas sucedáneos de figuras como Mae West, Clark Gable o Wallace Beery, pero no es hasta finalizada la Guerra Civil que no llega el gran momento del cuadernillo de aventuras, en cuyo contexto se propusieron historias protagonizadas por algunas de las estrellas más populares del momento como Cantinflas o Gary Cooper. La colección Películas Famosas de ediciones Clíper llegó a adaptar 35 películas de éxito como Tres lanceros bengalíes, El signo de la cruz, Forja de hombres o Titanes del mar con la colaboración de las propias productoras de cine que buscaban una adaptación fidedigna y facilitaban material a los autores”.

Al recorrer las páginas de Tebeos de cine resulta inevitable formularse una pregunta: y toda esta apropiación de iconos y nombres propios de Hollywood por parte de la industria del tebeo español, ¿se desarrollaba de manera legal o bien reinaba la despreocupada piratería de tiempos previos a la férrea regulación de la propiedad intelectual? “Casi todas las editoriales que tomaron referentes de Hollywood lo hacían de manera pirata”, aclara Baena, “pero algo debió suceder alrededor de 1930, porque, a partir de ese momento, algunas publicaciones ya incluían una nota que acreditaba su condición de producto con licencia oficial. No obstante, otras editoriales recurrían a la estrategia de cambiar el nombre a los personajes y cruzar los dedos para que no les pillaran”. Así, mientras la revista Pocholo españolizaba a muchos personajes de Disney, el semanario La alegría infantil rebautizaba a Popeye como Sopapo, el Rey de la Torta. En su momento, a Charlot se le llamó Carlitos, a Harold Lloyd y Mildred Davis se les identificó como Él y Ella y el gato Félix, aquí llamado el gato Periquito, también fue renombrado en las viñetas como Paco Morrongui, el gato travieso.

El libro de Baena saca a la luz abundantes anécdotas que habían pasado al olvido, pese a que sus rastros siguen a nuestro alrededor: por ejemplo, el hecho de que las galletas Chiquilín se llaman así en honor a Jackie Coogan, el actor de El chico (1921) de Chaplin. En otros casos, Baena rescata iconos que la desmemoria colectiva ha condenado a la oscuridad, como es el caso de Ginesito, considerado como el Mickey Rooney del cine español de los años 40, que, con el apodo de Satanás, llegó a protagonizar su propia colección de cuadernillos de historieta.

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