Piedrahita no tiene pérdida
El humorista gallego filosofa sobre el tiempo y la espera en un diálogo jocoso con el público
LAS AMÍGDALAS DE MIS AMÍGDALAS SON MIS AMÍGDALAS
Autor, intérprete y director: Luis Piedrahita, con la colaboración de Rodrigo Sopeña y J. J. Vaquero.
Madrid: Cines Callao, hasta el 16 de diciembre y del 3 de febrero al 28 de abril de 2018. Avilés: Centro Niemeyer, 13 de enero. Ferrol: Auditorio, 14 de enero. Alcoy: Teatro Calderón, 19 de enero. Denia: Condado Gastro Show Club, 20 de enero. Talavera de la Reina: Teatro Palenque, 27 enero. Rojales: Teatro Capitol, 2 de febrero.
“Antes de que el marcapáginas se inventase, los libros había que leerlos de un tirón”. ¡Qué bien calzaría esta afirmación en el diálogo de Dionisio y Paula del primer acto de Tres sombreros de copa! En el humor elástico de Luis Piedrahita aletea el espíritu de La Codorniz. Está a veces a un paso de la greguería: “Las polillas son mariposas cansadas”. Sus disertaciones cómicas tienen un no sé qué ramoniano, filosófico y poético. Pespunteadas por invisible hilo dramatúrgico, están más próximas de la narrativa de tradición oral, transmisora de creencias y de mitos, que del monólogo chistoso al uso.
Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas es un diálogo en zapatillas sobre el tiempo y la espera: “Nos pasamos más horas aguardando los acontecimientos que viviéndolos”, observa Piedrahita, cuyos flequillo indómito y voz aflautada nos traen a la memoria las intervenciones televisivas de Alfredo Amestoy y el genial doblaje que el actor mexicano Ismael Larumbe hizo del Gallo Claudio en los años cincuenta.
Entre la pléyade de humoristas, le ha tocado desempeñar el papel de intelectual, notario de costumbres y calmo tasador de acciones cotidianas, en las cuales encuentra siempre algo raro, una grieta por la que se cuela lo extraordinario. Nutre sus charlas de observaciones objetivas, rematadas por una hipérbole luminosa: salta de lo doméstico a lo surreal en un solo clic.
Piedrahita cita a Berkeley, diserta sobre el chándal de tactel (“eso no lo quiere ninguna polilla”), define a los padres por la función que les atribuye en calidad de hijo (“apagar la luz de toda habitación vacía”) y formula preguntas retóricas: “¿Cómo hicieron las termitas para colarse en el arca de Noé?”
El espectáculo comienza antes de que empiece la función, pues su autor está en escena dándole palique a los espectadores tempraneros mientras los rezagados se acomodan, y prosigue después del final, porque muchos hacen cola para fotografiarse con él, cambiar impresiones y entregarle obsequios, como los señoritos de antaño a las coristas, ceremonia que él oficia con cordialidad exquisita. Por algo está llenando hasta la bandera cada noche una sala de 400 butacas de los madrileños Cines Callao.
Babelia
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