La libertad como bandera del cine iberoamericano
Seis creadores de la región discuten sobre el oficio cinematográfico en el marco de la Semana Fénix
¿Existe en verdad el cine iberoamericano? ¿Hay un estilo que acompañe a las cintas que se hacen en los 22 países que conforman la región? Si algo dejó claro el debate entre los directores y guionistas nominados a los Premios Fénix es que los creadores rehúyen a las etiquetas. No importa cuáles sean: de género, estilo y temática. “Nadie se siente cómodo dentro de una caja. Nuestras películas son siempre clasificadas por otros. Necesitan películas dentro de una caja para poder comunicarla, definirla”, dijo el chileno Pablo Larraín en la conversación realizada en el Cine Tonalá de Ciudad de México.
Es precisamente la libertad el denominador común que hallaron los seis participantes en la charla, que formó parte de las actividades de la Semana Fénix en la capital de España. Estaban presentes los españoles Carla Simón (Estiu 1993) y David Pulido (Tarde para la ira), los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn (El ciudadano ilustre), el mexicano Amat Escalante (La región salvaje) y Larraín, quien produce Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio, a través de su compañía Fábula. Todos marcaron distancia con el cine de industria, que exige límites claros de género para poder comercializar mejor las películas.
“Yo no tuve que vender mi idea a nadie. La libertad que tuvimos, con sus errores y aciertos, está ahí”, asegura Escalante, que ganó el León de plata de Venecia por su trabajo como director. Escalante contó que nueve países formaron parte de la coproducción de La región salvaje, una obra sobre la “hipocresía, la homofobia y el machismo” que hay en México y que tiene un giro de cine de ciencia ficción. “El productor de cada país opinaba y yo siempre me fui por la decisión de que fueran más limitadas las ventas de la película”, explica. De esa manera se logró mantener la esencia y autenticidad de la historia que escribió junto a Gibrán Portela.
El costo de las producciones fue otro de los temas del debate. Cohn y Duprat, la dupla que ha dirigido seis cintas muy favorecidas por la crítica desde hace once años, dijeron que hasta el día de hoy no han podido financiar ninguna de sus películas. Esa batalla por conseguir fondos a través de productores o mecenas alarga la duración de los proyectos. En el caso de El ciudadano ilustre, una cinta en la que un premio Nobel de Literatura regresa a un pequeño pueblo del interior argentino, las batallas financieras extendieron durante cinco años el proceso para levantar el proyecto. “Nadie iba a invertir en cine con un 35% de inflación anual… Cualquier otro tipo de emprendimiento da más rendimientos”, dijo Cohn, quien ha tenido que aprender cosas de contaduría y economía para hacer cine en Argentina.
Cohn y Duprat hicieron sus primeras cintas con cámaras de eventos de sociales y focos led. Después hicieron El hombre de al lado, sobre un refinado sujeto que habita una casa de Le Corbusier que discute con su vecino, un hombre corriente, en solo cuatro semanas y con solo 120.000 dólares. Las historias son el motor de la dupla. “Como espectador me interesa un punto de vista fresco y potente sobre un tema”, dijo Duprat. “Puede ser una historia local pero con una perforación universal o internacional”, complementa Cohn.
Los testimonios han dado cuenta del crecimiento de la industria, sobre todo en América Latina a pesar de las adversidades. Escalante filmó su ópera prima, Sangre (2005), cuando en México se rodaban una veintena de cintas. Este año el país cerrará con 170 largometrajes. En Chile, dice Larraín, ha pasado algo similar. Pasaron en más de una década de producir entre cinco y siete largos a 40 o hasta 60 películas. Sin embargo, en la nación sudamericana el máximo apoyo económico que puede recibir un creador es de 300.000 dólares, insuficiente para hacer una película como las que se hacen ahora. “Esto te obliga a hacer una preventa…Uno no debe de hacer una película sin un agente de ventas antes”, aconsejó Larraín a sus colegas.
Sin embargo, el mayor problema del cine iberoamericano es la poca circulación que las cintas tienen en los países de la región. “Cuesta que nuestras películas sean vistas por nosotros mismos. Es doloroso que dejen tan poco en nuestros países”, dijo Larraín. Él fue el único que aventuró una propuesta para acercarse al cine de otras naciones. “Quizá una plataforma web”, aventuró el hombre que el año pasado triunfó en los Premios Fénix con Neruda.
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