Museo Coconut
La película ofrece toda una lección magistral regida por el humor
El director Ruben Östlund y el productor Kalle Boman presentaron en 2014 en el museo Vandalorum de diseño de Suecia una instalación artística marcada por la simplicidad: un simple cuadrado iluminado colocado en el suelo. Le acompañaba un texto: “El Cuadrado es un santuario de confianza y cuidado. En su interior todos compartimos los mismos derechos y obligaciones”. Al año siguiente la instalación fue trasladada a una plaza de Värnamo, propiciando que esa pieza conceptual, concebida para espolear reflexiones sobre contrato social y altruismo, se cargase de nuevos significados con las interacciones de los ciudadanos. Dos años más tarde, El Cuadrado se convirtió en la primera piedra para levantar The Square, quinto largometraje de ficción de Östlund, nueva sátira finísima y magistral tras la impresionante Fuerza mayor (2014) y última Palma de Oro en Cannes.
THE SQUARE
Dirección: Ruben Östlund.
Intérpretes: Claes Bang, Elisabeth Moss, Dominic West, Terry Notary.
Género: comedia.
Suecia, 2017
Duración: 142 minutos.
El Cuadrado, la pieza artística, no es el MacGuffin de The Square, comedia diabólica ambientada en el mundo del arte contemporáneo y sus claroscuros, sino el elemento que determina su concienzudo planteamiento estético, porque, del mismo modo que la obra aísla por cuatro lados una zona del espacio público para crear tensiones entre lo que está dentro y lo que está fuera –como las crea, de hecho, toda frontera, visible o invisible-, Östlund concibe cada plano cinematográfico de su película a partir del pulso entre el campo y el fuera de campo. En ese sentido, The Square ofrece toda una lección magistral regida por un humor que se modula en inesperadas formas de incomodidad: basta colocar a un bebé en el fuera de campo de una reunión de publicistas para que la respiración de una escena se cargue de comicidad. O, también, colocar a un espectador con Síndrome de Tourette en el fuera de campo de una conferencia de prensa para golpear los clichés del lenguaje protocolario con la feroz insistencia de una irreverente lluvia de granizo (obsceno).
El cineasta sabe cuál es el ángulo de cámara adecuado para que una instalación artística, consistente en unos montones de polvo de igual tamaño, se transforme en el espacio de minimalistas coreografías cómicas que hubiese envidiado el Jacques Tati de Playtime (1967). Compuesta íntegramente por secuencias inolvidables –la descontrolada performance de un artista brilla especialmente-, The Square no se limita a bromear sobre arte: su discurso, universal, apunta a la pérdida de significado de la confianza, el afecto y el compromiso en una Europa envasada al vacío.
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