A la revolución por el romanticismo
En el partido entre la número 1 del tenis Billie Jean King y el campeón retirado Bobby Briggs, en 1973, no son pocas las películas posibles
LA BATALLA DE LOS SEXOS
Dirección: Valerie Faris, Jonathan Dayton.
Intérpretes: Emma Stone, Steve Carell, Andrea Riseborough, Elisabeth Shue.
Género: comedia. EE UU, 2017.
Duración: 121 minutos.
En el famoso partido de exhibición entre la número 1 del tenis Billie Jean King y el campeón retirado Bobby Briggs, de 55 años, celebrado en Houston el 20 de septiembre de 1973 en medio de las reivindicaciones económicas de las tenistas respecto de los privilegios de los hombres, coexisten tantas vertientes dramáticas ―e incluso cómicas―, que no son pocas las películas posibles sobre un evento tan complejo. Sin embargo, Valerie Faris y Jonathan Dayton, autores de la formidable Pequeña Miss Sunshine, no han querido elegir: han pretendido aunarlas todas ellas en la desigual La batalla de los sexos, una obra que acaba destacando por su romanticismo y su preciosa historia de amor frente a la dudosa relevancia de su revolución social.
Faris y Dayton entienden bien que el enemigo no es el bufón de la corte, sino el verdadero poder, la rancia desigualdad de géneros. El tonto necesario que fue Briggs en este episodio, tanto por el grosor de sus declaraciones como por la zafiedad de sus polémicas ideas, compuestas para sacar tajada económica más que para sostener un estatus, está muy bien definido. Sin embargo, la pareja de directores no acierta a componer una película política, una obra de denuncia contra el establishment de entonces, que muy probablemente sigue siendo el de ahora, pues se mantienen la disparidad entre deportistas masculinos y femeninas, y las quejas de éstas. Y no lo logra porque el dibujo de ese dominio ancestral, el de los federativos que manejan los hilos, los que utilizan a su antojo al payaso útil que fue Riggs, es el que menos se desarrolla del relato, quedando el personaje de Jack Kramer ―considerado el fundador de la ATP― como un rectilíneo villano de función con poca trascendencia, subrayado en su visualización y sin los necesarios tintes de complejidad ni en su autoridad ni en su influencia.
Independientemente de la gran factura de la película, con una hermosa fotografía retro, a la manera de las texturas con cierto grano de los años 70, y con una representación de los partidos de excelente verosimilitud en su tratamiento digital, sobre todo por ese sonido que aúna el silencio de las pistas y el solitario bote de la pelota, era allí donde se escondía la gran relevancia de la película. En un retrato jugoso del poder deportivo que huyera del maniqueísmo, para así entrar en el terreno de los privilegios, de los sectarismos y de las maquinaciones, a los que se enfrentan un grupo de jóvenes mujeres tenistas sin más armas que su talento para el deporte y su valentía para la vida. La batalla de los sexos ha querido ser demasiadas cosas al mismo tiempo, y se ha quedado en un notable relato romántico, una convencional película deportiva, y una discreta obra de denuncia feminista contra el poder. El de ayer, el de ahora, y ojalá que no el de siempre.
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