Cómo se hace una generación
Más allá de las razones artísticas, también las relaciones de amistad dieron cuerpo al grupo
Según deja ver Dámaso Alonso en Una generación poética (1920-1936), en la canonización del 27 no hay nada sustancialmente distinto a lo que se ha producido tantas veces: unos autores aprovechan una circunstancia, en este caso el tercer centenario de la muerte de Góngora, para presentar sus credenciales como grupo emergente de la poesía española. Lo único novedoso es la plena consciencia de sus promotores, poetas-profesores que protagonizan una historia que ellos mismos se encargan de escribir.
El muñidor de la operación fue Gerardo Diego, que conectó su defensa del arte joven con el homenaje a Góngora, habilitado como modelo de una estética deshumanizada. Los fastos del tricentenario culminaron en diciembre de 1927, con los actos patrocinados por Ignacio Sánchez Mejías en Sevilla, adonde el torero llevó a sus amigos poetas y los tuvo a pan y manteles. Pero él no era solo un mecenas, sino un escritor de verdad, que proyectaba a la literatura la estética taurina, galvanizada hasta 1920 por la pareja Joselito-Belmonte: por el poderío y la forma, su poeta predilecto era Alberti (trasunto de su cuñado Joselito el Gallo, muerto siete años antes en la plaza de Talavera en un mano a mano con él); un paso detrás, Lorca y su desmadejamiento trágico (o sea, Belmonte). No sabía que uno y otro le dedicarían una elegía a su propia muerte (1934), de resultas de una cogida en Manzanares.
Lo novedoso de este colectivo es la plena consciencia de sus promotores, que protagonizan una historia que ellos mismos escriben
En el programa global no faltaron ediciones de Góngora, antologías en su honor y colaboraciones de pintores y músicos. La reivindicación gongorina era asimismo una reivindicación de los gongoristas. Ya en enero de 1927, el número 1 de Verso y Prosa, suplemento de La Verdad de Murcia, publicó Nómina incompleta de la nueva literatura, donde Fernández Almagro ofrecía una lista de los futuros “veintisietistas”, sin ceñirse a los poetas. Otras revistas fueron acotando esa nómina, como la malagueña Litoral, de Prados y Altolaguirre, y las pilotadas por Gerardo Diego, Carmen y su “amiga y suplemento” Lola.
Presentado ya el grupo, su asentamiento académico tuvo lugar en 1932, con Poesía española. Antología 1915- 1931, preparada por Gerardo Diego, aunque en realidad era una antología consultada... entre los convocados. Para diluir algo el carácter sectario de la selección, se dio cabida, junto a ellos, a Unamuno, los dos Machado y Juan Ramón Jiménez, el maestro de los jóvenes. En la segunda edición (1934), titulada Poesía española. Antología (Contemporáneos), Diego acentuó el tono historicista y difuminó el tinte generacional de la primera, para lo que amplió el arco cronológico y la relación de los consagrados.
En la edición de 1932 no había ninguna mujer; en la de 1934, Ernestina de Champourcín y Josefina de la Torre: la primera, futura esposa de Domenchina; la segunda, hermana de Claudio de la Torre. Es reseñable que las mujeres del 27, que derribaron puertas de instituciones como la Universidad, sean a menudo conocidas en función de los hombres con los que se vinculan familiarmente: además de las citadas, María Teresa León figura como la mujer de Alberti; Concha Méndez, la de Altolaguirre; María de Maeztu, hermana de Ramiro; Jimena Menéndez Pidal, hija de don Ramón. Fuera de esa cripta de elegidos, estas mujeres admirables acaso no habrían ocupado siquiera el lugar secundario que asumieron o al que se las relegó.
Es reseñable que las mujeres del 27, que derribaron puertas de instituciones sean conocidas por los hombres con los que se vinculan familiarmente
No fueron, en fin, solo razones artísticas las que dieron cuerpo a la “generación del 27”, sino las debidas a la amistad entre un grupo de escritores interesados, además de en la literatura, en la historia de la literatura. Cierto que la amistad no habría de durar siempre, especialmente tras la guerra. El chileno Neruda, un pie dentro y otro fuera, enaltece a Miguel Hernández, muerto en prisión, y vilipendia en su Canto general a “los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo”. En carta de 14 de julio de 1944, Salinas habla a Guillén de “la influencia mefítica del barbado Juan Ramón”. Guillén se queja de las destemplanzas de Cernuda (carta a Salinas de 26 de septiembre de 1950): “¡Qué criatura difícil, qué niña capricho¬sa!”. A propósito de un elogio de Dámaso Alonso al asesinado Lorca (“mi príncipe muerto”), Cernuda arremete contra Alonso en ‘Otra vez, con sentimiento’, de Desolación de la Quimera (“¿Príncipe tú de un sapo?”), asimilándolo a los asesinos.
Después de todo, no hay amor que cien años dure, ni caben tantos soles en una sola galaxia.
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