El día en que Venecia se ahogó
Un documental repasa la inundación que devastó a la ciudad en 1966 y aceleró el abandono por parte de sus habitantes
Es una regla de toda la vida. Cualquiera la conoce y la ha comprobado alguna vez. Cuando la marea sube, está destinada a retirarse. Seis horas alta, seis horas baja, un día tras otro, porque así lo dicta el ritmo de la naturaleza. Salvo aquel 4 de noviembre de 1966, en Venecia. Entonces, el mar se alió con el viento y la lluvia. Invadió la ciudad y se negó a marcharse. En un solo golpe, derrotó la física y los murazzi, las presas de piedra que desde hacía más de dos siglos protegían la laguna. Venecia está más que acostumbrada al agua y sus caprichos, pero el aluvión la superó. Porque nadie podía esperar que la urbe permaneciera 24 horas ahogada, con olas a más de 194 centímetros sobre el nivel del mar, las mayores jamás registradas. La tormenta arreciaba sobre San Marcos, las góndolas rozaban los balcones, miles de casas y tiendas fueron sumergidas y dañadas. “Aquagranda” lo bautizaron los ciudadanos. Y así se titula un documental proyectado en La Mostra, que recuerda aquella catástrofe. No solo murieron tres personas —87 en el Noreste italiano— sino también algo en el corazón de Venecia. Hay quien coloca justo ahí, de hecho, el momento en que los vecinos empezaron a abandonar la ciudad de los canales.
“El agua forma parte del ADN de Venecia, pero aquella fue la marea alta más grave de la historia. Y hizo mella como un trauma colectivo en la memoria de la ciudad”, explica Giovanni Pellegrini, director veneciano de Aquagranda in crescendo. El título del filme se refiere también a la ópera con la que el célebre Teatro de la Fenice decidió conmemorar en 2016 los 50 años desde la tragedia. De ahí que el documental junte grabaciones de archivo, testimonios de quienes huyeron de la rabia del mar y los ensayos del espectáculo, para navegar hacia los recuerdos del diluvio.
La inundanción golpeó primero Palestrina, uno de los islotes cercanos a Venecia. Se saltó los murazzi y puso rumbo al centro de la ciudad. “El choque del agua contra los escollos resuena como un himno de muerte. Horas 11: empieza el terror”, escribió un inspirado mariscal de los carabinieri aquella mañana en su informe, que recoge Il Corriere della Sera. El mar golpeó tanto Venecia que la ciudad acabó de rodillas, aislada y sin servicios. Un apagón eléctrico añadió la oscuridad al miedo. El pulso del mar fue reforzado por tres días seguidos de lluvias. La violencia del siroco, mientras, impedía que las olas se apaciguasen. “El agua doblaba mi altura”, apunta un periodista de Il Sole 24 Ore que tenía entonces cinco años.
Pellegrini, en cambio, nunca vio l’aquagranda: no había nacido. Así que estudió lo que las cámaras inmortalizaron. “El material era bastante escaso, menos de 10 horas. Lo más difícil fue encontrarlo físicamente, esparcido entre archivos no digitalizados u olvidados”, asegura el cineasta. Las fotografías abundaban, pero Pellegrini las descartó porque producirían “menos impacto” en el espectador. Eso sí, el director recurre a dos imágenes fijas para resumir la inundación. En una, “apocalíptica”, se ven San Marcos y el Palazzo Ducale, presa de las olas; la otra muestra un bar invadido por el mar, donde se ha metido hasta una góndola. A bordo, varios hombres sonríen y beben café. “Para muchos venecianos se trataba simplemente de agua un poco más alta de lo habitual, no podían imaginar los efectos que tendría, ya que, además, fueron sobre todo a largo plazo”, agrega el cineasta.
En efecto, cuando el mar al fin se aplacó, dejó al descubierto heridas que nunca se sanearon. Por un lado, los escombros mostraron al mundo que el patrimonio de Venecia yacía descuidado. Y que la ciudad, entretanto, se estaba hundiendo. “Las malas condiciones de Venecia eran conocidas, pero el aluvión sacó el problema a nivel internacional”, asevera Pellegrini. Se aprobaron leyes, nacieron comités, se diseñaron proyectos y organizaciones de todo el planeta se movilizaron. “Pero no ha habido desde entonces preocupación por regenerar la economía de la ciudad, ahora replegada en el turismo, o preservar la población veneciana”, defiende el director.
He aquí la otra secuela de la marea. Unas 17.000 viviendas de planta baja fueron declaradas inhabitables, según el filme; miles de establecimientos, sobre todo de artesanos y pequeñas empresas locales, no reabrieron jamás. “No se puede atribuir el éxodo de los venecianos únicamente al aluvión. En 1966 la ciudad ya había perdido a unos 50.000 de sus 170.000 habitantes. Pero l’aquagranda dio un fuerte impulso al despoblamiento y a la transformación en el parque turístico que es ahora”, explica Pellegrini. Hoy en día, en Venecia viven unos 55.000 vecinos. Y unos 1.000 al año se marchan. ¿Hay esperanza? “Muchos dicen que la ciudad está muerta pero el bullicio que ha acompañado la preparación de Aquagranda demuestra que no es así”, responde Pellegrini. Tal vez no sea tarde para que cambie la marea.
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